miércoles, 21 de noviembre de 2012

La oración



La oración está basada en el propósito y en la promesa de Dios. Orar es someterse a Dios. La oración no tiene ningún lamento en contra de la voluntad de Dios.
Los propósitos maravillosos necesitan oraciones maravillosas para ser ejecutados. Las promesas que producen milagros necesitan oraciones para ser cumplidas. Solo la oración divina puede operar promesas divinas o llevar a cabo propósitos divinos. ¡Cuán grandes, cuán sublimes y cuán exaltadas son las promesas que Dios hace a su pueblo! ¡Cuán eternos son los propósitos de Dios!
Sin embargo, nuestras oraciones son demasiado coLrtas y débiles como para ejecutar los propósitos, o para reclamar las promesas de Dios con el poder adecuado. ¿Por qué estamos tan empobrecidos en nuestra experiencia y vivimos en un nivel tan bajo cuando las promesas de Dios son “preciosas y magníficas”? ¿Por qué los eternos propósitos de Dios se mueven tan tardíamente? ¿Por qué son tan pobremente ejecutados? Fracasamos en cuanto a apropiarnos de las promesas divinas y hacer descansar nuestra fe en ellas, y orar con fe es la solución. “No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones”.

La oración está basada en el propósito y en la promesa de Dios. Orar es someterse a Dios. La oración no tiene ningún lamento en contra de la voluntad de Dios. Puede clamar contra la amargura y el terrible peso de una hora de angustia indecible: “Si es posible, pase de mí esta copa”. Sin embargo, está sobrecargada con la sumisión más definida y más dulce, “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

La oración en su forma habitual y en su corriente profunda, es una conformidad consciente de la voluntad de Dios, basada en la promesa directa de su Palabra, y bajo la luz y la aplicación del Espíritu Santo. Nada es más seguro que La Palabra de Dios como fundamento de la oración. Oramos solo cuando creemos en La Palabra de Dios. Está basada directa y específicamente en las promesas de Dios reveladas en Cristo Jesús.

La oración no tiene otro suelo sobre el cual sembrar su ruego.
Todo lo demás es oscuro, arenoso e inconstante. No son nuestros sentimientos, méritos u obras, sino la promesa de Dios la base de la fe y la tierra firme de la oración.

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