“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor. ” Efesios 6:1-4
Vivimos en una generación que está trastornando los roles familiares y el liderazgo de los padres se ha ido a extremos. Abundan hogares con padres permisivos que no imponen reglas ni corrección, “los hijos lideran y los padres obedecen”. También encontramos hogares con padres estrictos que usan la fuerza, las amenazas y hasta la violencia para educar a sus hijos.
La Biblia que posee todo el consejo de Dios, da una clara dirección en como tener una relación de autoridad armoniosa entre ambos. Hay 2 mandatos específicos para que haya un respeto mutuo: Hijos obedezcan, padres no provoquen a ira.
El deber de los hijos: obediencia y honra.
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. El precepto dado por Dios es que todo hijo que vive con sus padres y es soltero, tiene la responsabilidad esencial de someterse a sus padres terrenales “en el Señor”, esto quiere decir que deben reconocer la autoridad que Dios puso en ellos y disponer su corazón para obedecerlos porque cuando obedecen a sus padres están obedeciendo a Dios.
La razón por la que deben de hacerlo es “porque es justo”. En este contexto la palabra justo habla de “es recto” “es moralmente bueno”. La única excepción a este mandato es cuando la orden los lleva a pecar, por ejemplo si un padre le dice a su hijo que diga una mentira, no debe obedecer, pues por encima de la autoridad de los padres está la autoridad de Dios.
Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Este es un mandato para toda la vida, porque hace parte del quinto mandamiento. Un hijo que ya no vive con sus padres o está casado, su deber ya no es de obediencia sino de honra, o sea respetarlos, apreciarlos, escuchar sus consejos, buscar una relación madura con ellos, cuidarles, atender sus necesidades y hasta proveer para ellos cuando sea necesario (1 Timoteo 5:15).
Aparte de agradar a Dios, existe una recompensa adicional para ser obedientes y honrar a los padres “para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra”. Un hijo obediente se beneficiará de la sabiduría de sus padres, así no sean creyentes, evitándose muchas amarguras, será un adulto humilde y respetuoso en el que Dios se complacerá y le otorgará Su bendición.
Una advertencia: Los hijos desobedientes son un síntoma de una sociedad en decadencia, de tiempos peligrosos “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos…” 2 Timoteo 3:1-5
El deber de los Padres: No provoquen a ira
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Un niño o un joven no hace lo bueno por naturaleza pues su corazón es rebelde, es por eso que el deber de los padres es corregir su proceder de una forma correcta “en disciplina y amonestación del Señor”.
El deber de los padres es evitar que las pasiones de sus hijos sean innecesariamente excitadas en su forma de criarlos. En otras palabras, no los vuelvan hostiles, rebeldes, temerosos, sin iniciativa, airados con sus padres y con Dios. El padre que tiene hijos predilectos, usa sarcasmos o burlas, cambia órdenes según su estado de ánimo, compara con otros, ordena cosas que él mismo no cumple, abusa de su autoridad, humilla, no pide perdón, no escucha razones o trata a su hijo como un caso perdido; causa desanimo, frustración y resentimiento.
¿Qué hacer para no provocar a ira? “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor” Disciplina significa literalmente “inculcar en la mente”, pero ¿Qué es lo que deben inculcar? Jay Adams en su libro “Vida Cristiana” lo resume así: “Debe ser alcanzado en su corazón con la Palabra de Dios. El mensaje que habla de un Dios de amor que vino y se dio a sí mismo por su pueblo, debe llegar en primer lugar al corazón de nuestros hijos, llevándolos al arrepentimiento y a la fe. Los padres deben guiarlos al arrepentimiento, a la convicción de pecado, al Salvador. Y luego deben continuar mostrándoles lo que Él desea y motivarles”
Amonestación significa instrucción. Lo que Dios manda a los padres es que no enseñen según sus propios pensamientos, sino conforme a los principios Bíblicos, por eso un buen padre cultiva su relación con Dios para poder instruir a sus hijos y enseñarles: a relacionarse con Dios y con los demás, establecer prioridades, administrar tiempo y dinero, a enfrentar y resolver problemas, a poner límites, arespetar, a obedecer, a comunicarse, a ejercitar el perdón, a recibir la Gracia, e inclusive a recibir corrección física si es necesario.
Recordemos que el mayor nivel de autoridad del hogar lo tiene el esposo y sobre el recae una mayor responsabilidad para ejercer la disciplina. El fin de los padres es llegar a ser como el Padre Celestial, llevando a sus hijos a la fe y madurez cristiana, haciéndolos buenos ciudadanos del Reino y del estado. En la medida en que la relación con Cristo permea la vida de los padres, su proceso de santidad avanza, llevándolos a ser los padres que Dios quiere que sean.
Reflexión:
Dios hace énfasis en estas dos responsabilidades que son difíciles de cumplir por el pecado remanente que aun hay en el corazón del creyente. Es por la obra de Dios hecha en Cristo, que podemos, por la fe, poco a poco alcanzar el estándar que se nos pide como padres y como hijos. Necesitamos orar pidiendo que nuestro Padre Celestial derrame Su Gracia sobre nuestros hijos para que crean en Jesucristo y puedan ser más obedientes, y sobre nosotros para que podamos corregirlos sacando a la luz su pecado, llevándolos a pedir perdón a Dios y a quienes hayan ofendido.
Una familia que se empeñe en cumplir este mandato, proyectará su fe , será diferente a las demás, cumplirá su papel de educar buenos ciudadanos y extenderá el Reino de Dios teniendo una descendencia que proclame su fe en Jesucristo.
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