domingo, 5 de agosto de 2012

Se feliz


”Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”. (Habacuc 3:17-18)
La mayoría de nosotros, tarde o temprano, tropezamos con tiempos difíciles. Posiblemente tenemos problemas de familia, aflicciones por serias enfermedades o tristezas desoladoras. Tal vez las cosas van mal en nuestro trabajo o tenemos déficit económico. Nuestras mejores esperanzas, nuestros más queridos sueños son devastados. Nos sentimos aturdidos al recibir un golpe tras otro.
Tal vez usted pueda recordar tiempos como esos en su vida, se encuentra en alguna situación similar en estos momentos o está a punto de tener que enfrentarse ante algún problema difícil.
Cuando las cosas nos van mal, no deseamos escuchar palabras de aliento o ningún consejo, ¿no es cierto?  A veces personas, que no tienen idea de lo que sucede, tratan de aconsejarnos y tendemos a rechazar lo que nos recomiendan.
Lo mejor que podemos hacer para tener esperanza en tiempos difíciles es simplemente estar seguros que podremos soportarlos. Si tan sólo nos podemos sostener en eso, las cosas serán mejor soportadas. ¿Qué es lo que hace usted en medio de tales problemas cuando alguien le dice que se regocije? Eso parece inadecuado e imposible. ¿Quién, habiendo sufrido serios problemas, puede tomar en serio un mensaje sobre: “cómo regocijarse en tiempos difíciles?”. A pesar de todo, es de eso que deseo hablarles hoy. Déjeme comenzar por decirle que no estoy tratando de imponerle una obligación. No pretendo decirle: “usted tiene que hacer esto”. Pero sí quiero sugerirle una posibilidad que, en tiempos difíciles, muchos de nosotros ni siquiera pensamos en ella.
Nuestro texto es de un profeta del Antiguo Testamento, que personalmente atravesó por algunas situaciones difíciles y fue un hombre que le hizo a Dios muchas preguntas agonizantes. El aún estuvo presto para desafiar a Dios por algunas de sus acciones que lo dejaban perplejo. Pero más adelante, sintió una fe vigorosa. Escuche lo que dijo: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”.
Note que Habacuc no está diciendo, “esto es lo que ustedes tienen que hacer”. El está hablando de sí mismo, de lo que haría. El está dando un testimonio personal para que todo el mundo lo sepa. Así es cómo él se siente y cómo se enfrentará con lo que se le presente en su vida.
¿Cómo es que este profeta se regocijó en tiempos difíciles? Lo que mayormente me impresiona es que él ve la situación desde un punto de vista real. El explica detalladamente cuáles son las calamidades que pueden ocurrir. El prevé la pérdida total de una cosecha, la pérdida de todos los ganados; sin granos ni alimentación las ovejas y las vacas se debilitarán. Esto es lo peor que puede suceder en una finca. Pero Habacuc mira esto de otra manera. El encara la realidad en lugar de negarla. El quiere tratar con la verdad y no con fantasías.
Las personas que quieren alentarnos tratando de hacernos ver que nuestras dificultades no tienen importancia, no nos ayudan en nada. Ellos nos dicen: “las cosas no están tan mal” y actúan como si hubiera una solución fácil para resolver nuestros problemas y para quitar nuestros dolores. Fácilmente nos dan la seguridad de que todo terminará bien. Pero sabemos que eso no es así de fácil, ya que el pensar optimistamente no nos librará de nuestras dificultades. Posiblemente parecerá extraño, pero algunas veces yo he encontrado ayuda analizando detenidamente las “peores posibilidades”. Los temores más paralizantes son los más indefinidos. No sabemos a qué le tenemos temor; simplemente, tenemos miedo. A veces alguien nos pregunta: “¿qué es lo peor que puede suceder en esta situación?”. Cuando pensamos en eso y lo decimos, lo traemos a la realidad, podemos enfrentárnosle y entonces sentimos un gran alivio.
Nos preguntaremos: “Si tengo que sufrir ciertas cosas, ¿podré enfrentarme a ellas? Sabemos que éstas serán difíciles pero, después de todo, no será el fin del mundo. De alguna manera saldremos adelante”. Todo aquél que sepa enfrentarse a sus dificultades con optimismo y confianza, se encuentra en vías de la esperanza verdadera.
Hay algo más en relación a regocijarse en tiempos difíciles: tiene que ver más con la voluntad que con las emociones. No entenderemos el gozo si lo consideramos solamente un sentimiento. Los escritores del Nuevo Testamento nos instan a regocijarnos siempre. Piense qué significa “sentirse feliz, sentirse alegre”. ¿Podemos sentirlo siempre? Si se ha dado un martillazo en un dedo, ¿puede sentir gozo? Si alguien le chocó su automóvil nuevecito, ¿se sentirá alegre? No, si esto fuera todo, nadie pudiera mantenerse regocijado. Los mandamientos de las Escrituras no tendrían sentido alguno.
Entonces, ¿cómo alguien puede ser inspirado a regocijarse o exhortado a sentirse a gusto?. Solamente si es una decisión personal, una cuestión de decidirse. Eso es lo que más me impresiona acerca del testimonio de Habacuc. El menciona la posibilidad de que ocurra un desastre detrás de otro y entonces dice: “aunque todo eso venga, yo estoy determinado a regocijarme”.
El famoso evangelista Stanley Jones tuvo algunas cosas interesantes que decir acerca de esto en su biografía. El había decidido que las circunstancias no determinarían sus sentimientos, ni sería dominado por ellas. Haría que ellas le sirvieran de ayuda. Si los fuertes vientos de la adversidad vinieran a él, se mantendrá animado y no permitirá que lo  depriman. Si alguna cosa tratara de destruirlo, él podrá encontrar una manera de que, por el contrario, lo edifique. Cualquier cosa que trate de ahogarlo en desconsuelo, él podrá hacer de eso una ocasión de contentamiento.

¿Ha pensado alguna vez que, si todo le fuere arrebatado, aún posee el derecho de escoger la actitud que asumirá?  Yo leí un libro acerca de un doctor que pasó muchos meses en un campo de concentración Nazi. El hablaba de lo que significa que alguien le quite su libertad, su privacidad, su comida y aún su propia ropa. A usted no le queda nada, excepto el derecho de decidir cómo va a reaccionar. Nadie le puede quitar eso. No hay poder sobre la tierra que pueda obligarlo a que esté amargado o protestando. Todavía puede decir como Habacuc: “venga lo que venga, me voy a regocijar”. Pero, ¿cómo alguien puede hacer eso?. Regocijarse en circunstancias atroces no es una conducta normal. Eso parece absurdo. Cualquiera que tratara de mantenerse feliz en medio de la angustia, necesita haber perdido el juicio.
¿Qué nos cuentan Habacuc y Pablo sobre cómo puede hacerse esto?. Aquí está la respuesta del profeta: “Yo me regocijaré en el Señor. Me gozaré en el Dios de mi salvación”. Aquí está la respuesta del apóstol: “regocijaos en el Señor siempre, otra vez os digo, regocijaos”. Por lo tanto, esto no está en el poder de la voluntad humana o en una técnica psicológica, sino “en el Señor”. Para Habacuc fue el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob. Para Pablo fue el mismo Dios que le fue dado a conocer en forma suprema a través de su Hijo Jesucristo. El es el secreto de un gozo totalmente invencible.
¿Cómo pueden las personas regocijarse en tiempos difíciles?. Si se quita el sufrimiento de la vida, ¿qué pasaría con el amor?  Siempre que se ama a alguien, se llega a ser agudamente vulnerable, ¿no es cierto?  Ese es el riesgo que corremos al formar una amistad o al tener hijos, pues sentimos más razones para regocijarnos que las que teníamos antes, pero también somos más vulnerables para sentir dolor. Y si nos preocupamos por las personas fuera del círculo de nuestra familia y amigos, también nos sentiremos heridos cuando ellos estén deprimidos o devastados. ¿Cómo puede el ser humano vivir en el mundo sin ser tocado por el sufrimiento?. Desde luego, esto no significa que no podamos regocijarnos.
Yo desearía que usted hubiera conocido a una señora que yo visitaba. Su nombre era Ramonita. Cuando la conocí, ella había atravesado por una serie de tragedias. ¡Seis de sus siete hijos habían muerto!  Uno a los dos años, otro a los tres, otro a los doce, otro a los trece y así sucesivamente. Ella había tenido que operarse cuatro veces. Pero la señora seguía radiante. Siempre que la visitaba, me hablaba de cuan bueno había sido el Señor con ella y qué habría sido de ella si no lo hubiera tenido a Él a su lado.
En ese entonces, yo era muy joven y relativamente insensible a los dolores profundos. Simplemente, no podía entender cómo esta mujer podía ser tan positiva y feliz como evidentemente lo era. Doña Ramonita me demostró que esa maravilla existe y ocurre actualmente; el pueblo de Dios se regocija en tiempos difíciles y el Señor mismo es el secreto de ello. Nosotros nos regocijamos en el Señor durante los tiempos malos.
Usted no es llamado en las Escrituras a regocijarse porque su cuerpo está lleno de dolores, porque sus seres queridos le son arrebatados por la muerte o porque todo lo que ha ganado en su vida lo ha perdido en un momento ante sus propios ojos. Sólo los tontos y los demonios se ríen de los desastres. Pero amigo, usted puede regocijarse en el Señor en medio de todas esas cosas. La verdad que no pueden destruir las calamidades es esta: Dios es esa verdad y El está con nosotros. Su fidelidad es duradera. Nada nos puede separar de su amor. Los recuerdos de sus misericordias pasadas y la experiencia de su presencia y fortaleza es lo que hace posible el regocijo. Nosotros decimos: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Esto incluye, lo crea o no, regocijarse en tiempos difíciles. Habacuc sabía esto; así como también Pablo y Doña Ramonita. Millones de personas también han afirmado que esto es cierto. Yo soy uno de ellos, uno que ha sido invadido por el gozo aún en medio de problemas y tristezas. Yo espero que usted sea uno de ellos también. Yo sé que usted tendrá tiempos difíciles y deseo que también tenga gozo en medio de ellos.
Para que esto sea así, déjeme recordarle a nuestro salvador Jesucristo. El es a través de quien el amor de Dios llega hasta nosotros para ser sorprendentemente real. Él es quien murió por nuestros pecados y resucitó de la muerte a una vida sin fin. Él es quien envió su Espíritu al corazón de su pueblo, dándoles el poder de regocijarse en lo peor de las aflicciones. Si usted reconoce sus necesidades delante de Dios, su pecado, sus equivocaciones, la dureza de su corazón y le da la bienvenida al Cristo resucitado como su Salvador, llamándolo Señor, El vendrá a ser su vida. Entonces, como los profetas y apóstoles, usted podrá enfrentarse al futuro sin temor. Se enfrentará con lo mejor o lo peor y podrá decir: cualquier cosa que venga, “yo me regocijaré en el Señor. Me gozaré en el Dios de mi salvación”.
AMÉN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario