Tres salteadores de caminos llegaron a una pequeña finca y después de registrarla completamente encontraron, en un baúl aparentemente abandonado, dos lindas barras de oro. El campesino les imploró: -Por favor, son todos mis ahorros, tengan corazón, no me las lleven. –Uno de los bandidos se volvió y le dijo: -Has dicho bien; pero lo cierto es que no tenemos corazón.
Al salir de la finca, vieron dos gallinas y pensaron que podían llevarlas también, por si en lo adelante tenían hambre. Así colocaron las barras de oro en una cesta y sobre ellas las gallinas atadas por las patas, cubriendo el oro para no llamar la atención.
Cabalgaron durante un largo rato y llegando al pie de una montaña decidieron comerse las gallinas y descansar un par de horas. Pusieron la cesta en el suelo cerca de los caballos y comenzaron a preparar el fuego. Con el afán de conseguir la leña lo antes posible, no se percataron que un águila, que también deseó el manjar de las gallinas, tomó con sus garras la cesta y cuando se dieron cuenta, era demasiado tarde. El águila volaba hacia la cima de la montaña.
-El águila se comerá las gallinas; pero no el oro. Subiremos a buscarlo –dijo uno de los bandidos.
Caminaron montaña arriba sin detenerse y cuando alcanzaron su casco helado, las fuerzas les fallaban y tuvieron que detenerse a descansar. Dos quedaron rendidos al sueño por el cansancio; pero el tercero se llenó de egoísmo y aprovechando que los otros dormían, continuó la marcha solo para apropiarse del botín.
Al llegar al pico, efectivamente, había algunas plumas y entre ellas las dos barras de oro. Las echó en una pequeña bolsa de tela y quiso huir; pero resbaló y la bolsa comenzó a rodar loma abajo. Pronto se convirtió en una bola de nieve que corría sin detenerse llegando a los dormilones bandidos quienes al despertase, uno exclamó: -¡Una bola de nieve! –Y el otro: -¡Oro es lo que necesitamos! Vamos hacia arriba.
Se oían las campanillas de los mulos del hijo del campesino asaltado, quien era un arriero que solía pasar por ese sitio, y viendo la bola de nieve, dijo: -¡Caramba! Mis mulos tienen mucho camino por delante todavía, aquí no hay calor; pero cuando lleguemos al pie de la montaña, van a tener sed.
Y tomando una cubeta vacía que colgaba en las alforjas de uno de los mulos, procedió a introducir la bola de nieve en ella, sabiendo que al llegar lugares de alta temperatura, ésta se derretiría y habría agua suficiente para las bestias.
Tal como el arriero pensó, al llegar a zonas cálidas, la sed de los mulos los hacía suspirar por agua. Sacó la cubeta de las alforjas y al ponerla al suelo ya la nieve era agua. Fue a ponérsela al primero de los mulos; pero advirtió algo en su interior. Metió la mano y sacó la bolsa. La abrió y grande fue su asombro: -¡Cómo, el corazón de la bola de nieve es de oro!
Sí amigo lector, guarda tu corazón de todo lo malo porque puede ser de oro. En él se puede alojar todas las impurezas; pero si permites que sea puro, tendrás vida.
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Proverbios 4:23.
Los bandidos sí tenían corazón, sólo que no lo guardaban bien, lo exponían a cualquier cosa impura, por eso se le torció su camino y nunca encontraron el oro.
Mientras que el noble corazón del arriero, lo guió a encontrar oro, en el corazón de una bola de nieve y así su buen padre recuperó lo que le había robado.
Entrégale tu corazón a Jesucristo y te lo pulirá como oro fino para que de él te mane vida eterna.
Al salir de la finca, vieron dos gallinas y pensaron que podían llevarlas también, por si en lo adelante tenían hambre. Así colocaron las barras de oro en una cesta y sobre ellas las gallinas atadas por las patas, cubriendo el oro para no llamar la atención.
Cabalgaron durante un largo rato y llegando al pie de una montaña decidieron comerse las gallinas y descansar un par de horas. Pusieron la cesta en el suelo cerca de los caballos y comenzaron a preparar el fuego. Con el afán de conseguir la leña lo antes posible, no se percataron que un águila, que también deseó el manjar de las gallinas, tomó con sus garras la cesta y cuando se dieron cuenta, era demasiado tarde. El águila volaba hacia la cima de la montaña.
-El águila se comerá las gallinas; pero no el oro. Subiremos a buscarlo –dijo uno de los bandidos.
Caminaron montaña arriba sin detenerse y cuando alcanzaron su casco helado, las fuerzas les fallaban y tuvieron que detenerse a descansar. Dos quedaron rendidos al sueño por el cansancio; pero el tercero se llenó de egoísmo y aprovechando que los otros dormían, continuó la marcha solo para apropiarse del botín.
Al llegar al pico, efectivamente, había algunas plumas y entre ellas las dos barras de oro. Las echó en una pequeña bolsa de tela y quiso huir; pero resbaló y la bolsa comenzó a rodar loma abajo. Pronto se convirtió en una bola de nieve que corría sin detenerse llegando a los dormilones bandidos quienes al despertase, uno exclamó: -¡Una bola de nieve! –Y el otro: -¡Oro es lo que necesitamos! Vamos hacia arriba.
Se oían las campanillas de los mulos del hijo del campesino asaltado, quien era un arriero que solía pasar por ese sitio, y viendo la bola de nieve, dijo: -¡Caramba! Mis mulos tienen mucho camino por delante todavía, aquí no hay calor; pero cuando lleguemos al pie de la montaña, van a tener sed.
Y tomando una cubeta vacía que colgaba en las alforjas de uno de los mulos, procedió a introducir la bola de nieve en ella, sabiendo que al llegar lugares de alta temperatura, ésta se derretiría y habría agua suficiente para las bestias.
Tal como el arriero pensó, al llegar a zonas cálidas, la sed de los mulos los hacía suspirar por agua. Sacó la cubeta de las alforjas y al ponerla al suelo ya la nieve era agua. Fue a ponérsela al primero de los mulos; pero advirtió algo en su interior. Metió la mano y sacó la bolsa. La abrió y grande fue su asombro: -¡Cómo, el corazón de la bola de nieve es de oro!
Sí amigo lector, guarda tu corazón de todo lo malo porque puede ser de oro. En él se puede alojar todas las impurezas; pero si permites que sea puro, tendrás vida.
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Proverbios 4:23.
Los bandidos sí tenían corazón, sólo que no lo guardaban bien, lo exponían a cualquier cosa impura, por eso se le torció su camino y nunca encontraron el oro.
Mientras que el noble corazón del arriero, lo guió a encontrar oro, en el corazón de una bola de nieve y así su buen padre recuperó lo que le había robado.
Entrégale tu corazón a Jesucristo y te lo pulirá como oro fino para que de él te mane vida eterna.
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