Una mañana muy temprano, tres personas oraban sin cesar en un templo. Dos de ellas oraban en alta voz, mientras la tercera lo hacía en un tono tan bajo, que por muy cerca que nos encontráramos de ella, no podríamos escuchar una palabra siquiera.
Pasaron varias horas y las tres personas oraban como para nunca acabar. Las dos que oraban en alta voz, hacían oraciones de intercesión. Oraban intensamente intercediendo por muchas cosas; mientras que la tercera, la que lo hacía en un tono muy bajo, no dejaba saber por qué oraba.
Por fin, las dos personas que oraban en alta voz terminan sus oraciones y poniéndose una frente a otra se dicen: -Escuché que oraste de un modo muy espiritual e intercedías constantemente por toda la congregación, por el pastor y su familia.
-Es cierto –dijo el otro –Dios siempre me ha premiado por orar intercediendo por otros, en vez de hacerlo por mí. No obstante, pude apreciar que tú también orabas por otros, y no por ti.
-¡OH! Claro que sí –contestó el primero -procuro andar en obediencia y santidad, por lo que pienso que debo orar por otros que están más necesitados de la presencia de Dios. También yo, al igual que tú, he recibido muchas bendiciones al poner en mis oraciones a otros primero que a mí.
Finalmente ambas personas dirigieron la mirada para la tercera persona que se encontraba en el templo y que, aún hincado de rodillas, continuaba orando, entonces es precisamente la segunda persona que dice: -Sin embargo esa persona que ora en secreto no sabe que si dos nos ponemos de acuerdo aquí en la tierra, nuestro padre nos oye en el cielo.
En esto, la persona que aún oraba se pone de pie y caminaba hacia las otras dos: -¿Les gustaría saber sobre qué yo oraba? Pues bien, he estado todo el tiempo orando por ustedes, para que Dios le diera mansedumbre, humildad y sencillez. Para que del mismo modo que saben orar en alta voz para que todos los oigan, también puedan entrar en su aposento y orar en lo secreto como nuestro Señor Jesucristo le explicó a sus discípulos: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:5-6.
Mi querido hermano, ciertamente es que cuando los hermanos se reúnen a orar, agradan al Padre en gran manera, si las oraciones se hacen con humildad y no con el vano propósito de impresionar a Dios. Pero también es muy cierto que cuando nos apartamos para orar sin que haya nada que distraiga nuestra comunión con nuestro padre, los resultados son positivamente efectivos, entre otras cosas, por la paz tan grande que recibimos.
Elige tu aposento, entra en él y decídete a establecer tu comunión personal con Dios y un día, no muy lejano, me darás la razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario