¿Qué puede hacer una persona que ha fracasado en su matrimonio para rehacer su vida? ¿Puede divorciarse?
Recuerde que los fracasos a los ojos de los hombres, son solamente oportunidades a los ojos de Dios. Donde terminan las posibilidades del hombre, allí comienzan las posibilidades de Dios. Digo esto para que nadie piense que ya no hay solución a su problema matrimonial.
No se debe perder la esperanza. Ese aparente fracaso en el matrimonio puede llegar a ser el punto de partida para que, cual ave fénix, el matrimonio se levante de las cenizas. Es necesario dejar entrar a Dios en la solución del problema. Cuando Dios interviene en un matrimonio y ambas partes deciden someterse a lo que Dios dice, el matrimonio se puede levantar y la relación entre los dos puede llegar a ser hermosa. Esta es la voluntad de Dios para los matrimonios.
La Biblia jamás aconseja a las parejas con problemas matrimoniales que se divorcien. La Biblia enseña la permanencia del matrimonio. Aun cuando uno o los dos cónyuges han caído en adulterio, es posible una restauración cuando las dos partes están de acuerdo en propiciar esa restauración. Dios tiene todo el poder para curar las heridas que deja la infidelidad en el matrimonio y de esa manera evitar que el matrimonio se destruya.
Pero para que esto funcione en la práctica se debe partir de un deseo voluntario en los dos cónyuges de no permitir que el matrimonio se destruya. Si esto no existe, no se pueden dar pasos hacia la restauración del matrimonio. De modo que esto de que una persona ha fracasado en su matrimonio, es muy relativo, porque a partir de ese fracaso puede surgir el impulso para arreglar ese matrimonio.
Sólo hay que dar a Dios una oportunidad. Dios no va a hacer su obra de preservar un matrimonio en contra de la voluntad de alguien. Todo esto para ayudar a reflexionar a las parejas en conflicto, en cuanto a que la felicidad de cada uno no está en divorciarse y volverse a casar con otra persona. El problema está en la persona, si la persona se divorcia y se vuelve a casar, el problema persistirá. La única diferencia será que el conflicto será entonces con una persona diferente.
El divorcio jamás ha sido una solución a los problemas conyugales en la pareja. El divorcio mata algo que Dios ha creado. Cuando dos personas se unen en matrimonio, Dios hace de los dos una sola carne. El divorcio mata lo que Dios ha creado. El divorcio se parece mucho al aborto, en el sentido que ambas acciones matan la obra creativa de Dios. En la concepción, Dios hace de dos, uno; el aborto mata esa obra que Dios ha hecho. En el matrimonio, Dios hace uno de dos; el divorcio mata esa obra que Dios ha hecho. Las parejas que se divorcian y las parejas que practican un aborto cometen el mismo crimen contra algo que ha sido el resultado de la obra de Dios.
Todo esto para que Ud. tome conciencia en cuanto a que el divorcio no es la voluntad de Dios. Pero a pesar de lo dicho, es triste reconocer que existe el divorcio. No se puede cerrar los ojos a esta lacerante realidad. El divorcio es como el pecado. Aún cuando no es la voluntad de Dios, existe en el mundo. La Biblia dice que es por la dureza del corazón del hombre. A pesar de que el hombre sabe que el divorcio es contrario a la voluntad de Dios, lo realiza, y en eso manifiesta la dureza de su corazón.
En la época que Cristo estuvo en este mundo en la persona de Jesús, el divorcio era la práctica común de las parejas. Jesús afrontó fuertemente esta práctica y advirtió que el divorcio por cualquier motivo estaba dando lugar a una avalancha incontenible de adulterio. Lo mismo pasa con el divorcio en la actualidad. Sin embargo, cuando ha habido fornicación de por medio y una total negativa a reconocer y apartarse de este pecado en uno de los cónyuges, es decir, cuando habiendo fornicación se han agotado todas las posibilidades de restauración, entonces el divorcio, no es que es aconsejado u ordenado por la Biblia, sino que simplemente es permitido con todo el dolor y la angustia que esto conlleva porque se estará haciendo algo que no es el ideal de Dios.
Los conflictos de pareja no se arreglan con divorcio. Se arreglan con sumisión a los principios bíblicos para el matrimonio.
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