jueves, 19 de julio de 2012

Dios responde conforme a tu fé.


En 1 Crónicas 4, dice que Dios le otorgó a Jabes lo que pidió. La biblia está llena de oraciones de muchos personajes, y son muy pocas las ocasiones en que hay una confirmación tan clara, donde la biblia diga que Dios concedió la petición.
En solo dos versos la biblia nos presenta una historia que debemos estudiar, para aprender principios espirituales que podemos aplicar en nuestra vida, para que Dios conceda nuestra oración, una petición como la de Jabes.
Si analizamos bien la petición de Jabes, bajo muchos estándares, esta es una oración que no se debería hacer. Bajo los estándares de mucha gente tradicional, esta es una oración que no es correcta. Según mucha gente, no se supone que uno ore de esa manera: Bendíceme, ensancha mi territorio, cuídame. ¿Dónde está el aspecto de Dios? ¿Dónde dice: Voy a las naciones? Jabes dijo: Bendíceme a mí, ensáncha mi territorio, cuídame a mí, para que yo no me dañe.
El único momento donde vemos a Dios es al final diciendo que se lo concedió. Bajo muchos estándares, esa sería una oración pecaminosa, no sería una muy correcta.
Jabes significa “dolor”. Pero, a diferencia de otras historias en la biblia, en esta ocasión, se nos describe primero el éxito de Jabes, para luego entonces decirnos el significado de su nombre. Antes de que podamos juzgar a Jabes, el escritor nos aclara que Jabes era un hombre ilustre. Luego, entra en la explicación de lo que significa Jabes, y por qué se llamó Jabes.
Se nos presenta el grado de importancia, el honor que este hombre alcanzó, con el propósito de que no lo juzguemos por su nombre, y para que no pensemos que Dios le concedió su petición porque él se llamara “dolor”. Porque él se llamaba Jabes, no por él, sino por las circunstancias en las que nació.
No debemos pensar que nuestros problemas y dolores son licencias para que Dios responda a nuestras oraciones. Aun la misma iglesia, en muchos casos, ha promovido el pensamiento de que, mientras más problemas tengamos, más humildes somos, y más espirituales somos. Pero Dios nunca ha respondido una oración por dolor, él las responde por fe.
Se nos dice que hubo dolor en el nacimiento de Jabes, pero no se nos dice qué clase de dolor. Una madre, al momento de dar a luz, puede experimentar dolor por diferentes razones. El dolor físico es inevitable. Pero, cuando es un parto complicado, el dolor es más allá de lo normal. Y a través de toda la gestación habría grandes dolores, angustias, problemas. Quizás no era un niño producto de una relación de amor, sino una forzada. Quizás el niño nacería en un momento de crisis económica.
Lo que vivió Jabes es lo que vive nuestra sociedad hoy día. Algunos nacen en circunstancias traumáticas, dolorosas. Hay personas que viven momentos en los que piensan que han nacido únicamente para experimentar dolor. No recuerdan haber tenido un momento de disfrute. Jabes tuvo que vencer todas esas cosas.
En 2 Corintios 4:16 dice que mientras más se desgasta nuestro hombre exterior, más renovado debe estar nuestro hombre interior. Los problemas tienden a desgastarnos. Y hay un desgaste natural, pero hay un desgaste provocado por no tener crecimiento espiritual, en medio de las circunstancias que te van desgastando.
Todos nos vamos a desgastar, envejecemos todo el tiempo. Pero una cosa es el desgaste natural por los años, que incluso es digno de admiración, y se ve bien, porque es parte del proceso natural de la vida. Pero otra cosa es el desgaste porque una persona no ha podido soportar los embates de la vida: divorcios, bancarrota, crisis económica.
Los creyentes también pasamos por esas circunstancias de la vida, con la diferencia de que nuestro hombre interior debe ir renovándose, conforme se desgasta el exterior, y podemos lucir las canas con honor, porque es parte de la vida, y debe verse en nosotros el reflejo de la renovación interior.
Y es esta renovación interior la que nos lleva a alcanzar el título de ilustres, o de honorables, a pesar de las circunstancias en las que hayamos nacido, convirtiéndonos en personas a las que Dios concede peticiones.

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