Nuestra educación muchas veces afecta nuestras emociones. Se nos ponen pensamientos, se nos pone una manera específica de comportarnos bajo circunstancias específicas. Pero hay maneras en las que podemos aprender y enseñar a canalizar nuestras emociones.
En 2 Timoteo 1, Pablo, que nunca se casó, le escribe a Timoteo y le dice: Amado hijo. Y, más adelante, le dice: Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas. Luego, trae a memoria la fe no fingida que habitó primero en su abuela Loida, y en su madre Eunice, y añade: Y estoy seguro que en ti también.
Pablo le está diciendo en estas líneas a Timoteo: Eres como un hijo para mí, y pienso constantemente en ti; sé lo que has pasado, las lágrimas que has derramado, pero no puedo dejar de acordarte la fe que te enseñaron tu madre y tu abuela.
Muchos de nosotros hemos tenido una madre o una abuela que nos ha acercado a Dios. Si hoy le servimos al Señor es porque tuvimos abuelitas de oración que constantemente nos hablaban de la fe. Y eso es lo que Pablo le estaba diciendo a un hombre que era un líder en la comunidad de fe. Pablo le estaba hablando a sus emociones, diciéndole: No te olvides de esa fe que, quizás, cuando estás llorando no la ves, pero esa fe está ahí.
Y continúa diciendo Pablo: Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti, por la imposición de mis manos. Pablo le estaba diciendo: Ha habido una abuela que ha estado ahí, ha habido una madre que ha estado ahí, y yo, que te quiero como a un hijo, he puesto mis manos sobre ti. Y vemos el resultado que esto trae, en el verso 7: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
Timoteo tenía problemas con sus emociones. Pablo le recordó, entre otras cosas, el espíritu de poder, porque una de las emociones que más trastorna a los hombres es el sentido de impotencia. Y, muy seguramente, Pablo le recuerda esto, porque Timoteo se encontraba a menudo ante situaciones que provocaban este sentimiento.
La vida de Pablo era una vida de oración siempre. Pablo meditaba en la palabra, de día y de noche. Y Pablo le dijo a Timoteo que no cesaba de orar por él en sus oraciones.
Timoteo derramaba lágrimas; Jesús lloró. Nadie está exento de las emociones. Y Pablo le recordaba a Timoteo su fe no fingida. ¿Qué es una fe no fingida? Aquella que actúa sin importar las circunstancias, una fe sincera, es entender que la fe es la certeza de lo que estamos esperando y que tomamos decisiones de acuerdo a lo que estamos esperando en el Señor, y no en base de nuestras emociones.
Donde hay miedo no hay fe. Tienes que vivir en la fe que está en ti.
En la vida de Timoteo, vemos el contacto de dos mujeres, madre y abuela, y de un hombre, Pablo. La Biblia no nos da referencia del padre de Timoteo. Solo sabemos que no está presente, y que Pablo trató a Timoteo como a un hijo.
Los problemas más grandes que muchos viven es por la desubicación que experimentan, por la falta de un padre, de una madre natural en sus vidas. Pero, cuando vivimos bajo una fe que no es fingida, Dios se encarga de traer hombres y mujeres a nuestra vida que llenan los espacios que el mundo haya dejado vacíos.
Y esa es la mentalidad que tiene el alma que prospera. Cuando hablamos de alma, hablamos de emociones. Para poner las emociones en su justa perspectiva, tú tienes que entender que aunque tu padre y tu madre te dejaren, con todo, Jehová te recogerá.
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