martes, 18 de diciembre de 2012


Se suponía que debía estar alegre en la Navidad. Después de todo, ¿no es una celebración de la vida, del amor y de la esperanza? ¿No es el “¡Oh santísimo, felicísimo, grato tiempo de Navidad!”?

Lo es. Pero se trata también de ese grato tiempo que coincide misteriosamente con una profunda soledad, transformándola en una realidad completamente nueva.
Algunos de nosotros conocemos la historia tan bien, que ya no la valoramos cuando la leemos o escuchamos por enésima vez. Así que, para comprender en verdad el significado de la Navidad es crucial reconocer que Cristo nació en un mundo muy real.
Un mundo con personas que vivían en tiempos de opresión, que luchaban para subsistir, y que tomaban decisiones que podían costarles su reputación y sus sueños. La soledad de María y José casi es evidente una vez que nos ponemos en su lugar. Y el gozo que los impulsaba hacia adelante se hacía más fuerte y más real en medio de sus problemas.
Las famosas palabras del Magníficat, el salmo de alabanza de María en Lucas 1.46-55, simplemente no pueden separarse de su contexto original: “Engrandece mi alma al Señor”, cantó ella, “y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Las esperanzas de esta joven en cuanto al futuro habían sido alteradas, pero ella ofreció alabanzas en medio de su confusión. En ese momento, ella estaba embarazada, sin estar casada todavía, y sola. Nadie podía compartir su agobiante llamado —nadie podía dar a luz al Mesías encarnado en lugar de ella. Su gozo provenía de esa presencia maravillosa en su interior, aun cuando ella sabía que pronto sería profundamente incomprendida y probablemente rechazada.
La belleza de la alabanza de María en este punto de su historia es única, pero tiene mucho en común con la corriente más amplia de oraciones e himnos que fluyen en las Sagradas Escrituras. Muchos de los cánticos bíblicos ensalzando la grandeza de Dios fueron compuestos originalmente en el contexto de una lucha tanto externa como interna. ¿No es esto precisamente lo que tan a menudo agudiza nuestra visión de la gloria de Dios? Puede ser que el sufrimiento no cese después de pronunciar la última palabra del salmo, pero ya no estará cargado de dolor solamente. Cualquier persona puede experimentar gozo en momentos hermosos. Pero el misterio de nuestra salvación se hace claro cuando, en medio de la oscuridad, la adoración nos cautiva por completo.
Es por esto que, cuando se cuenta la historia de la Navidad, nunca debemos evitar su contexto agridulce. Siempre ha sido una mezcla de dolor y alegría, de un encuentro de la soledad con la Presencia divina. Sin embargo, sabemos, incluso siendo niños, que la historia es gloriosa, y que está llena de maravillas. Sabemos en lo más profundo que esta convergencia de la lucha y el milagro, de la oscuridad y la luz, se transmuta maravillosa e increíblemente en algo mucho más grande —en una paradójica belleza que impregna a la más grandiosa de las historias. ¿Y cómo podría no ser así? El nacimiento de Cristo es el punto de inflexión de la historia, cuando la soledad de la humanidad se encuentra con Dios convertido en uno de nosotros.
Hay algo mucho más que el consuelo humano que podemos sacar al conocer que Jesús es Emanuel, Dios con nosotros. Hay una valentía vivificante. Su presencia nos dice que la soledad no es lo único. Nos dice que la realidad va más allá del dolor o incluso de la felicidad momentánea.
Cristo ha venido a nosotros tal y como somos. Él participa de nuestra pérdida, viene a compartir nuestras penas, y las satura con su presencia sanadora.
Él está con nosotros.
Y en verdad, el saber que Él ha venido a morar en nosotros —y que nos invita a hacer nuestra morada en Él. Es posible que el solo y triste espacio que hay actualmente en nuestro corazón no cambie, pero la esencia de nuestra peregrinación a lo largo del mismo puede ser transformada.
La verdadera belleza de la Navidad nunca se desvanece ni pierde su poder. La grandiosa Luz que vino calladamente al mundo para redimirlo, no ha dejado de brillar. Incluso ahora, su presencia nos rodea, aguardando para atravesar cualquier sombra de oscuridad y revelarse como la realidad más importante de nuestra vida. Así que, dondequiera que usted esté, y sin importar qué tan solo pueda sentirse, deje lugar para que entre la Luz. Porque ésta es la razón por la cual Él vino —para estar con usted.

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