A fin de estar listo para comenzar mis oraciones a las seis de la mañana, tenía que levantarme a las cinco; y lo hacía. Día tras día salía a rastras de la cama para orar y leer la Biblia durante una hora
Pero una vez no pude hacerlo -sencillamente estaba demasiado cansado para levantarme-, y ¡a lo largo de toda la jornada me sentí culpable!. Sin embargo, llegó el día en que descubrí que Cristo vive en nosotros, y que podemos gozar de un diálogo continuo con él. Al principio, cuando empecé a tener comunión con el Señor durante todo el día, seguía poniéndome de rodillas a las seis de la mañana, como de costumbre; pero la diferencia estaba en que al incorporarme seguía hablando con él.
Cierto día, tras levantarme después de mi período devocional matutino, Jesús me preguntó: "¿por qué te arrodillas ahí? Acaso no hablas conmigo durante todo el tiempo, incluso si no estás de rodillas?".
Entonces empecé a darme cuenta de que cuando hablaba con Jesús a lo largo de todo el día, aquello formaba para mí parte de la vida real: era una relación con sentido. Pero el orar una hora cada mañana no suponía vida para mí; sino que era estar atado a una religión. Disfrutaba de mi conversación con Jesús durante toda la jornada; sin embargo el tiempo devocional lo tenía como una obligación.
Creo que hay muchisimas personas esclavizadas a un sistema religioso en sus vidas diarias porque no entienden que andar en el Espíritu es estar continuamente conscientes de la permanente presencia de Cristo dentro de nosotros.
Hoy me doy cuenta de que tengo una actitud como para mantener un diálogo continuo con él. Tan pronto como me despierto por la mañana, me desperezo y bostezo; luego digo: -Buenos días, Señor Jesús. ¿Cómo estás? (¡Esto mientras todavía me encuentro en la cama, no de rodillas!)
-Muy bien -me contesta-, ¿y tú Juan?
-Magnificamente -respondo-; he dormido muy bien esta noche.
-Ya lo he visto.
-Señor -expreso -, me parece que voy a quedarme en la cama unos pocos minutos más.
Como es mi amigo, y quiere que el día me vaya bien, me insta:
-Levántate, Juan. Sabes muy bien que cuando te quedas en la cama luego terminas corriendo. ¿Por qué vas a estropear la mañana con las prisas? Estás despierto, ¿no? Levántate y podrás disponer de mucho tiempo.
-Si Señor, pero... -Vamos, levántate. Tal vez el domingo puedes quedarte durmiendo; pero hoy sal de la cama para que no tengas luego que correr. De modo que me pongo en pie y voy al cuarto de baño para ducharme. Mientras lo hago continúo dialogando con él.
-Señor -le digo-, entretanto que me lavo por fuera, ¿no podrías limpiarme tú por dentro?
-¡En verdad lo necesitas, Juan! -me contesta.
Cuando acabo mi ducha él comienza a enseñarme a ser un buen esposo.
Ya que he dejado un charco de agua en el cuarto de baño, me dice: -Juan, seca el suelo; ahí tienes la esponja. Limpia también el lavabo.
-Señor -aduzco- mi esposa puede hacerlo después. Ella dispone de más tiempo. . . -Hazlo tú mismo, Juan -me ordena-. Vamos, quiero enseñarte a ser un buen esposo.
-Sí Señor - y me pongo a limpiar aquel desaliño.
Luego, él me pregunta: -¿Cómo te sientes ahora?
-Extraordinariamente, Señor. El mostrar amor hacia otros produce de veras un sentimiento agradable.
Entonces vuelvo al dormitorio y me digo a mí mismo: -Veamos qué ropa me pongo hoy. Llevaré estos pantalones grises con la chaqueta azul. Vaya, pero esta chaqueta azul está arrugada. ¿Y qué tal la marrón? No, no pega con los pantalones grises. Bueno, me pondré los de color marrón.
Para entonces ya tengo varias prendas extendidas sobre la cama, y planeo dejarlas ahí para que mi esposa las guarde.
De nuevo el Señor me dice: -¡Juan -¿Sí?
-Cuelga esa ropa.
-Pero mi esposa puede hacerlo. . . -Hazlo tú mismo.
-Si, Señor.
De manera que vuelvo a colgar todas las prendas donde estaban, y la habitación recupera su aspecto ordenado.
-¿Cómo te sientes ahora?
-Muy bien, Senor, realmente bien. Oh, es hora de partir como un rayo hacia la oficina o perderé el autobús.
Estoy a punto de salir por la puerta, cuando el Señor me dice:
-Juan Carlos.
-No has dado un beso a tu esposa.
-Pero Señor, es tarde. . . -Ven, hazlo; o ella estará resentida el resto del día.
-Hasta luego, queridita -digo a Marta -, me voy.
Y al salir me detengo un momento para besarla.
-Vaya -me dice aliviada de ver que no me olvido de ella-, creía que ibas a marcharte sin darme ni siquiera un beso.
-Gracias, Jesús -susurro, agradecido de que él sepa mostrar amor en todas esas pequeñas cosas que son importantes para las mujeres.
Cuando la gente me oye hablar de mis conversaciones con Jesús, pregunta: -¿Y cómo encuentra usted qué decirle?, ¿Piensa acaso que Jesús viene a nuestros corazones sólo para hablarnos acerca del bautismo o del milenio? Claro que no. El quiere enseñarnos a vivir -a ser esposos amantes y buenos padres-; de modo que habla conmigo durante todo el día, y yo con éI. Conversamos sobre cada asunto.
Si escuchásemos la forma que muchos de nosotros tenemos de orar, comprenderíamos que no conocemos realmente a Jesús como nuestro mejor amigo. Cuando uno tiene un amigo, habla con él mientras comparte las cosas corrientes de la vida. Su vocabulario, sus frases y los temas que trata son diferentes si está en su compañia que cuando se encuentra con alguien a quien solo ve ocasionalmente. Con un amigo, se deja de lado el protocolo y se tiene un trato íntimo.
Si usted posee vida en vez de religión, sus relaciones con Jesús serán íntimas ya que está usted creciendo en su amistad. Lo que hable con él será nuevo cada día.
Yo era un pastor soltero, y Marta uno de los miembros de mi iglesia. Cierto domingo por la mañana, después del culto, salí del edificio de la iglesia y me encontré con ella en compañia de un grupo de chicas.
-Marta -expresé -, me gustar
ía hablar con usted en privado si es posible.
-¿Quiere decir ahora? -preguntó.
-Bueno, pienso que estaría bien hacerlo ahora -fue mi respuesta.
-Claro, pastor.
Marta vino a mi oficina, y le dije: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado que siento algo diferente hacia su persona que hacia el resto de las hermanas de la iglesia.
Ella se puso pálida.
-No. . . pastor -balbuceó- no lo había notado.
-Bueno -expresé yo-, me gustaria que empezase usted a hacerlo.
Ahora, suponga usted que después de mi conversación con Marta aquel primer domingo por la mañana, hubiera vuelto a decirle al siguiente domingo: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado que siento algo diferente hacia su persona que hacia el resto de las hermanas de la iglesia.
Y un domingo más tarde: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado. . . -¡Callese! -me habría gritado.
De haber sido asi, nunca nos hubiéramos casado ni criado cuatro hijos; porque una relación no puede desarrollarse cuando utilizamos siempre las mismas palabras protocolarias.
Eso se lo dije solo la primera vez. Desde entonces creció nuestra amistad; y ahora no tengo que repetir aquellas mismas cosas, porque hablamos, tenemos comunión, y estamos enamorados el uno del otro. Entre nosotros se ha desarrollado una grandísima intimidad en la cual lo compartimos todo.
Pero escuché las oraciones de muchos en los cultos -año tras año dicen lo mismo-: "Amado Padre celestial, venimos a tu presencia esta mañana; te damos gracias por esta reunión; te pedimos que estés con los que no han podido venir; nos acordamos de las viudas, de los misioneros. ¿Cómo podemos decir siempre las mismas cosas al Señor en nuestras oraciones? El debe sentirse aburrido con todo ese protocolo. Algunas veces pienso que tiene que preguntarse: "¿Es una cinta "cassette" o lo dice la persona misma?".
Dios es el Padre de usted, y Jesús su hermano; ¡El vive en su interior! Cristo desea experimentar esa relación con su persona, no escuchar su religión.
La iglesia es la novia de Cristo; mantenemos una relación con alguien que ha de ser nuestro esposo. Estamos enamorados de él, y él es nuestro mejor amigo.
Uno de los himnos que cantamos, dice: "El vive, él vive, hoy vive el Salvador; conmigo está. . .". ¿Es esa realmente su experiencia? ¿Anda y habla usted con él en todas las situaciones de la vida?
Muy a menudo voy al supermercado a comprar. Si es usted como yo, cuando lo hace tendrá la tendencia a adquirir muchas cosas que no necesita. Al ver algo en uno de los estantes, me digo para mí: "Lo voy a comprar".
Mientras lo hago, Cristo todavía se halla dentro de mí, y me dice: -No necesitas eso, Juan.
-Gracias, Señor -le respondo.
¿Ve? El me ayuda a comprar; y lo mismo hará con usted si presta oído a su voz.
En algunas ocasiones oigo un chisme: -El hermano tal y tal, ese tremendo predicador. . . -y allá que sale cierto rumor escandaloso acerca de dicho hermano.
-¡No! -digo yo.
-Si -me asegura la otra persona.
Un momento después estoy con otro hermano: -¿Sabes lo que ha pasado con tal y tal?. . . En ese momento, una voz me habla:
-No lo digas.
Antes de saber que se trataba de la voz de Jesús, yo seguía adelante y decía todo lo que pensaba decir; y luego me sentía mal. Pero he aprendido a escuchar esa voz y a obedecerla: eso significa ser obediente a los mandamientos del Señor bajo el Nuevo Pacto.
No puedo contarle a usted acerca de muchas de mis conversaciones con Jesús, porque se escandalizaría. Muchos de ustedes no creerían que hablo realmente con él como lo hago. Pero cuando existe una profunda amistad entre dos personas, la intimidad permite compartirlo todo.
Jesús está con nosotros todo el tiempo; no solo para perdonar nuestros pecados -lo cual también hace-, sino para impedir que caigamos. Si tuviéramos una comunión constante con él, la santidad nos vendría muy fácilmente.
Cierto día, tras levantarme después de mi período devocional matutino, Jesús me preguntó: "¿por qué te arrodillas ahí? Acaso no hablas conmigo durante todo el tiempo, incluso si no estás de rodillas?".
Entonces empecé a darme cuenta de que cuando hablaba con Jesús a lo largo de todo el día, aquello formaba para mí parte de la vida real: era una relación con sentido. Pero el orar una hora cada mañana no suponía vida para mí; sino que era estar atado a una religión. Disfrutaba de mi conversación con Jesús durante toda la jornada; sin embargo el tiempo devocional lo tenía como una obligación.
Creo que hay muchisimas personas esclavizadas a un sistema religioso en sus vidas diarias porque no entienden que andar en el Espíritu es estar continuamente conscientes de la permanente presencia de Cristo dentro de nosotros.
Hoy me doy cuenta de que tengo una actitud como para mantener un diálogo continuo con él. Tan pronto como me despierto por la mañana, me desperezo y bostezo; luego digo: -Buenos días, Señor Jesús. ¿Cómo estás? (¡Esto mientras todavía me encuentro en la cama, no de rodillas!)
-Muy bien -me contesta-, ¿y tú Juan?
-Magnificamente -respondo-; he dormido muy bien esta noche.
-Ya lo he visto.
-Señor -expreso -, me parece que voy a quedarme en la cama unos pocos minutos más.
Como es mi amigo, y quiere que el día me vaya bien, me insta:
-Levántate, Juan. Sabes muy bien que cuando te quedas en la cama luego terminas corriendo. ¿Por qué vas a estropear la mañana con las prisas? Estás despierto, ¿no? Levántate y podrás disponer de mucho tiempo.
-Si Señor, pero... -Vamos, levántate. Tal vez el domingo puedes quedarte durmiendo; pero hoy sal de la cama para que no tengas luego que correr. De modo que me pongo en pie y voy al cuarto de baño para ducharme. Mientras lo hago continúo dialogando con él.
-Señor -le digo-, entretanto que me lavo por fuera, ¿no podrías limpiarme tú por dentro?
-¡En verdad lo necesitas, Juan! -me contesta.
Cuando acabo mi ducha él comienza a enseñarme a ser un buen esposo.
Ya que he dejado un charco de agua en el cuarto de baño, me dice: -Juan, seca el suelo; ahí tienes la esponja. Limpia también el lavabo.
-Señor -aduzco- mi esposa puede hacerlo después. Ella dispone de más tiempo. . . -Hazlo tú mismo, Juan -me ordena-. Vamos, quiero enseñarte a ser un buen esposo.
-Sí Señor - y me pongo a limpiar aquel desaliño.
Luego, él me pregunta: -¿Cómo te sientes ahora?
-Extraordinariamente, Señor. El mostrar amor hacia otros produce de veras un sentimiento agradable.
Entonces vuelvo al dormitorio y me digo a mí mismo: -Veamos qué ropa me pongo hoy. Llevaré estos pantalones grises con la chaqueta azul. Vaya, pero esta chaqueta azul está arrugada. ¿Y qué tal la marrón? No, no pega con los pantalones grises. Bueno, me pondré los de color marrón.
Para entonces ya tengo varias prendas extendidas sobre la cama, y planeo dejarlas ahí para que mi esposa las guarde.
De nuevo el Señor me dice: -¡Juan -¿Sí?
-Cuelga esa ropa.
-Pero mi esposa puede hacerlo. . . -Hazlo tú mismo.
-Si, Señor.
De manera que vuelvo a colgar todas las prendas donde estaban, y la habitación recupera su aspecto ordenado.
-¿Cómo te sientes ahora?
-Muy bien, Senor, realmente bien. Oh, es hora de partir como un rayo hacia la oficina o perderé el autobús.
Estoy a punto de salir por la puerta, cuando el Señor me dice:
-Juan Carlos.
-No has dado un beso a tu esposa.
-Pero Señor, es tarde. . . -Ven, hazlo; o ella estará resentida el resto del día.
-Hasta luego, queridita -digo a Marta -, me voy.
Y al salir me detengo un momento para besarla.
-Vaya -me dice aliviada de ver que no me olvido de ella-, creía que ibas a marcharte sin darme ni siquiera un beso.
-Gracias, Jesús -susurro, agradecido de que él sepa mostrar amor en todas esas pequeñas cosas que son importantes para las mujeres.
Cuando la gente me oye hablar de mis conversaciones con Jesús, pregunta: -¿Y cómo encuentra usted qué decirle?, ¿Piensa acaso que Jesús viene a nuestros corazones sólo para hablarnos acerca del bautismo o del milenio? Claro que no. El quiere enseñarnos a vivir -a ser esposos amantes y buenos padres-; de modo que habla conmigo durante todo el día, y yo con éI. Conversamos sobre cada asunto.
Si escuchásemos la forma que muchos de nosotros tenemos de orar, comprenderíamos que no conocemos realmente a Jesús como nuestro mejor amigo. Cuando uno tiene un amigo, habla con él mientras comparte las cosas corrientes de la vida. Su vocabulario, sus frases y los temas que trata son diferentes si está en su compañia que cuando se encuentra con alguien a quien solo ve ocasionalmente. Con un amigo, se deja de lado el protocolo y se tiene un trato íntimo.
Si usted posee vida en vez de religión, sus relaciones con Jesús serán íntimas ya que está usted creciendo en su amistad. Lo que hable con él será nuevo cada día.
Yo era un pastor soltero, y Marta uno de los miembros de mi iglesia. Cierto domingo por la mañana, después del culto, salí del edificio de la iglesia y me encontré con ella en compañia de un grupo de chicas.
-Marta -expresé -, me gustar
ía hablar con usted en privado si es posible.
-¿Quiere decir ahora? -preguntó.
-Bueno, pienso que estaría bien hacerlo ahora -fue mi respuesta.
-Claro, pastor.
Marta vino a mi oficina, y le dije: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado que siento algo diferente hacia su persona que hacia el resto de las hermanas de la iglesia.
Ella se puso pálida.
-No. . . pastor -balbuceó- no lo había notado.
-Bueno -expresé yo-, me gustaria que empezase usted a hacerlo.
Ahora, suponga usted que después de mi conversación con Marta aquel primer domingo por la mañana, hubiera vuelto a decirle al siguiente domingo: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado que siento algo diferente hacia su persona que hacia el resto de las hermanas de la iglesia.
Y un domingo más tarde: -Hermana Marta, me pregunto si ha notado. . . -¡Callese! -me habría gritado.
De haber sido asi, nunca nos hubiéramos casado ni criado cuatro hijos; porque una relación no puede desarrollarse cuando utilizamos siempre las mismas palabras protocolarias.
Eso se lo dije solo la primera vez. Desde entonces creció nuestra amistad; y ahora no tengo que repetir aquellas mismas cosas, porque hablamos, tenemos comunión, y estamos enamorados el uno del otro. Entre nosotros se ha desarrollado una grandísima intimidad en la cual lo compartimos todo.
Pero escuché las oraciones de muchos en los cultos -año tras año dicen lo mismo-: "Amado Padre celestial, venimos a tu presencia esta mañana; te damos gracias por esta reunión; te pedimos que estés con los que no han podido venir; nos acordamos de las viudas, de los misioneros. ¿Cómo podemos decir siempre las mismas cosas al Señor en nuestras oraciones? El debe sentirse aburrido con todo ese protocolo. Algunas veces pienso que tiene que preguntarse: "¿Es una cinta "cassette" o lo dice la persona misma?".
Dios es el Padre de usted, y Jesús su hermano; ¡El vive en su interior! Cristo desea experimentar esa relación con su persona, no escuchar su religión.
La iglesia es la novia de Cristo; mantenemos una relación con alguien que ha de ser nuestro esposo. Estamos enamorados de él, y él es nuestro mejor amigo.
Uno de los himnos que cantamos, dice: "El vive, él vive, hoy vive el Salvador; conmigo está. . .". ¿Es esa realmente su experiencia? ¿Anda y habla usted con él en todas las situaciones de la vida?
Muy a menudo voy al supermercado a comprar. Si es usted como yo, cuando lo hace tendrá la tendencia a adquirir muchas cosas que no necesita. Al ver algo en uno de los estantes, me digo para mí: "Lo voy a comprar".
Mientras lo hago, Cristo todavía se halla dentro de mí, y me dice: -No necesitas eso, Juan.
-Gracias, Señor -le respondo.
¿Ve? El me ayuda a comprar; y lo mismo hará con usted si presta oído a su voz.
En algunas ocasiones oigo un chisme: -El hermano tal y tal, ese tremendo predicador. . . -y allá que sale cierto rumor escandaloso acerca de dicho hermano.
-¡No! -digo yo.
-Si -me asegura la otra persona.
Un momento después estoy con otro hermano: -¿Sabes lo que ha pasado con tal y tal?. . . En ese momento, una voz me habla:
-No lo digas.
Antes de saber que se trataba de la voz de Jesús, yo seguía adelante y decía todo lo que pensaba decir; y luego me sentía mal. Pero he aprendido a escuchar esa voz y a obedecerla: eso significa ser obediente a los mandamientos del Señor bajo el Nuevo Pacto.
No puedo contarle a usted acerca de muchas de mis conversaciones con Jesús, porque se escandalizaría. Muchos de ustedes no creerían que hablo realmente con él como lo hago. Pero cuando existe una profunda amistad entre dos personas, la intimidad permite compartirlo todo.
Jesús está con nosotros todo el tiempo; no solo para perdonar nuestros pecados -lo cual también hace-, sino para impedir que caigamos. Si tuviéramos una comunión constante con él, la santidad nos vendría muy fácilmente.
Tal vez diga usted: -Hermano Ortiz, ¿cómo sabe que es Jesús quien le habla? También la carne puede hablarnos, y Satanás... Escuche: Si no sabemos esto, no sabemos nada; ya que los hijos de Dios son aquellos que son guiados por el Espíritu.
El Señor prometió: "Pondré dentro de vosotros mi Espíritu; y hare que andéis en mis caminos". Y Jesús dijo: "El Espíritu de verdad os guiará a toda verdad. . . os enseñará todas las cosas".
Si la manera que tiene de hablar con nosotros no es todo lo clara que puede ser, sus promesas no tienen sentido
El Señor prometió: "Pondré dentro de vosotros mi Espíritu; y hare que andéis en mis caminos". Y Jesús dijo: "El Espíritu de verdad os guiará a toda verdad. . . os enseñará todas las cosas".
Si la manera que tiene de hablar con nosotros no es todo lo clara que puede ser, sus promesas no tienen sentido
Pastor. Juan Carlos Ortiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario