miércoles, 1 de mayo de 2013

Soberania de Dios


El Señor empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece. 1 Samuel 2:7.
Todos los cambios acaecidos en mi vida vienen de Aquél que nunca cambia. Si hubiese sido enriquecido, habría visto en ello la mano del Señor y le alabaría. Que reconozca también su mano si caigo en la pobreza y le bendiga con la misma sinceridad. Cuando nuestra posición desciende, hemos de atribuirlo al Señor, y debemos soportarlo con paciencia.
Si, por el contrario, nuestra posición mejora, también es obra del Señor, y para Él ha de ser nuestro agradecimiento. En ambos casos, es el Señor quien lo ha hecho, y todo está bien. En general, el Señor se complace en humillar a quienes quiere ensalzar, y desnudar a quienes piensa vestir. Su método es el más sabio y el mejor. 
Si sufro ahora humillaciones, bien puedo regocijarme, porque en ellas podré ver el preludio de mi elevación. Cuanto más somos humillados por la gracia, más ensalzados seremos en la gloria. El empobrecimiento que conduce a nuestra riqueza siempre debe ser bien acogido.
Hoy me someteré a la soberanía de Dios. Él tiene la última palabra.

¡Oh, Señor! Tú me has humillado haciéndome sentir mi nulidad y pecado.
Esta es una experiencia desagradable, pero te suplico que la hagas provechosa para mí. 
Hazme apto para soportar un mayor peso de gozo y una mayor actividad.
 Y cuando esté dispuesto para ello, concédemelo por el amor de Cristo. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario