No es que sanemos porque resolvamos nuestro pasado, sino porque este nos ha llevado a una relación más profunda con Dios y con el propósito que tiene para nuestras vidas.
Dan Allender, sicólogo
¿Reecuerdas el hombre de hojalata de la película El maravilloso mago de Oz que no tenía corazón? Cuánta gente ha pensado en un momento o en otro, que la vida sería mucho más fácil si hubieran nacido sin corazón.
Una vida aparentemente sin dolor, sin lamentos ni desilusiones. A medida que maduraba y mi andar se acercaba más y más a Dios, descubrí que el corazón es justamente el origen del poder de la vida.
Es allí donde Dios deposita lo más grande e importante, y es en al nivel del corazón que Dios suele enseñarnos las lecciones más relevantes. Es únicamente en lo más profundo del corazón de cada uno que Dios puede traer sanidad, propósito y esperanza para un nuevo comienzo.
Cuando la sanidad se experimenta al nivel del corazón, el resultado es verdadera libertad. En el libro de Romanos, el apóstol Pablo pinta claramente la imagen de la libertad que Dios ofrece a través de Su Hijo, que nos libera hasta de las experiencias más dolorosas.
Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús; y porque ustedes pertenecen a Él, el poder del Espíritu que da vida los ha libertado del poder del pecado, que lleva a la muerte. Romanos 8:1-2 (NTV)
Tu pasado no tiene porque castigar tu futuro. Más poderoso aun es lo que Dios nos dice: que Él se involucra personalmente en nuestro sufrimiento, ¡y que tiene un plan para cada situación!
Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. 2 Corintios 12:9 (NVI)
Qué alentador y vigorizante es saber que, pese a lo que nos suceda, ¡nuestro dolor no es en vano! Dilo de nuevo para ti mismo: ¡Mi dolor no es en vano!
Tal vez hoy sientas desaliento porque pusiste tu corazón en las manos equivocadas, pero Él desea que confíes y sepas que quiere y puede sanar esos pedazos rotos de tu corazón y restaurar tu esperanza por mañana. Cuando dejamos que Dios vea todos esos pedazos, le damos permiso para que convierta ese dolor —que ponemos en Sus manos— en nuestra mayor fortaleza.
Muchas veces, ¡es justamente ese dolor del que huimos el que Dios quiere que enfrentemos! Sé que es revolucionario ver el sufrimiento de esta manera, en una sociedad y cultura que intenta evitar y acallar el dolor. Pero creo con oda convicción que Dios hoy te está diciendo: “Dame tu corazón y usaré esa situación —por la que estás pasando—, ¡para que surja lo mejor de ti! ¡Puedo usar eso para que triunfes!”.
Aunque los tiempos de dificultad no parezcan agradables en el momento, suelen ser el bisturí que Dios usa para hacer una operación en nuestro corazón, de modo que pueda sanar y restaurar la condición de nuestro corazón. Tu victoria está al otro lado de esa situación. Créelo, Dios puede darte la victoria.
Tras años de servir como consejero, he aprendido que la mayoría de las personas no saben dónde poner el dolor que experimentan en la vida. Nadie les enseñó a prestar atención a lo que Dios les dice en medio de las dificultades, por eso no pueden más que enfrentar ese dolor sintiendo confusión y duda. Les tienta ocultarse tras el velo de la negación o practicar el juego de las culpas.
Es mucho más fácil culpar a otros que asumir la responsabilidad de nuestras decisiones y dar esos pasos tan difíciles pero necesarios para corregir las cosas. Pero con solo un paso que des hoy en la dirección precisa, ¡puedes volver al camino correcto! Ahora mismo, puedes decidirte a transformar tu corazón hacia Dios, tu familia, y dar inicio así a la revolución en todas esas áreas de tu vida que has estado tratando de olvidar.
Dan Allender, sicólogo
¿Reecuerdas el hombre de hojalata de la película El maravilloso mago de Oz que no tenía corazón? Cuánta gente ha pensado en un momento o en otro, que la vida sería mucho más fácil si hubieran nacido sin corazón.
Una vida aparentemente sin dolor, sin lamentos ni desilusiones. A medida que maduraba y mi andar se acercaba más y más a Dios, descubrí que el corazón es justamente el origen del poder de la vida.
Es allí donde Dios deposita lo más grande e importante, y es en al nivel del corazón que Dios suele enseñarnos las lecciones más relevantes. Es únicamente en lo más profundo del corazón de cada uno que Dios puede traer sanidad, propósito y esperanza para un nuevo comienzo.
Cuando la sanidad se experimenta al nivel del corazón, el resultado es verdadera libertad. En el libro de Romanos, el apóstol Pablo pinta claramente la imagen de la libertad que Dios ofrece a través de Su Hijo, que nos libera hasta de las experiencias más dolorosas.
Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús; y porque ustedes pertenecen a Él, el poder del Espíritu que da vida los ha libertado del poder del pecado, que lleva a la muerte. Romanos 8:1-2 (NTV)
Tu pasado no tiene porque castigar tu futuro. Más poderoso aun es lo que Dios nos dice: que Él se involucra personalmente en nuestro sufrimiento, ¡y que tiene un plan para cada situación!
Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. 2 Corintios 12:9 (NVI)
Qué alentador y vigorizante es saber que, pese a lo que nos suceda, ¡nuestro dolor no es en vano! Dilo de nuevo para ti mismo: ¡Mi dolor no es en vano!
Tal vez hoy sientas desaliento porque pusiste tu corazón en las manos equivocadas, pero Él desea que confíes y sepas que quiere y puede sanar esos pedazos rotos de tu corazón y restaurar tu esperanza por mañana. Cuando dejamos que Dios vea todos esos pedazos, le damos permiso para que convierta ese dolor —que ponemos en Sus manos— en nuestra mayor fortaleza.
Muchas veces, ¡es justamente ese dolor del que huimos el que Dios quiere que enfrentemos! Sé que es revolucionario ver el sufrimiento de esta manera, en una sociedad y cultura que intenta evitar y acallar el dolor. Pero creo con oda convicción que Dios hoy te está diciendo: “Dame tu corazón y usaré esa situación —por la que estás pasando—, ¡para que surja lo mejor de ti! ¡Puedo usar eso para que triunfes!”.
Aunque los tiempos de dificultad no parezcan agradables en el momento, suelen ser el bisturí que Dios usa para hacer una operación en nuestro corazón, de modo que pueda sanar y restaurar la condición de nuestro corazón. Tu victoria está al otro lado de esa situación. Créelo, Dios puede darte la victoria.
Tras años de servir como consejero, he aprendido que la mayoría de las personas no saben dónde poner el dolor que experimentan en la vida. Nadie les enseñó a prestar atención a lo que Dios les dice en medio de las dificultades, por eso no pueden más que enfrentar ese dolor sintiendo confusión y duda. Les tienta ocultarse tras el velo de la negación o practicar el juego de las culpas.
Es mucho más fácil culpar a otros que asumir la responsabilidad de nuestras decisiones y dar esos pasos tan difíciles pero necesarios para corregir las cosas. Pero con solo un paso que des hoy en la dirección precisa, ¡puedes volver al camino correcto! Ahora mismo, puedes decidirte a transformar tu corazón hacia Dios, tu familia, y dar inicio así a la revolución en todas esas áreas de tu vida que has estado tratando de olvidar.
Dios nos da, a ti y a mí, poder para dejar de marginar el dolor y empezar a usarlo ¡para tener ganancias provechosas! ¡Aquello que amenaza con aplastar tu corazón es la herramienta que Dios usará para lanzarte al destino que tiene designado para ti!
Entiendo que muchas veces nos resulte extraña la idea de que Dios tenga un destino para cada uno, porque lo que ha reinado en nuestras vidas es el dolor, ya sea heredado o autoinfligido. Cuando alguien ha vivido siempre bajo el peso del dolor heredado, suele perder la pelea por la vida ya que su corazón se quebranta debido a situaciones fuera de su control.
Tal vez su madre, su padre o su cónyuge le abandonaron o ha sido víctima de la violencia, o han maltratado su espíritu con palabras sarcásticas y críticas. Quizás no podía controlar ni tenía responsabilidad alguna con ese familiar o ese ser amado que vivía en la adicción, la mentira o que se la pasaba perdido.
La mentalidad de víctima asoma, entonces, amenazando con robarle el gozo y la esperanza de cosas mejores y más grandes. Por otra parte, el dolor autoinfligido es producto de nuestras propias decisiones. Nos acosan y nos persiguen decisiones que nunca hubiéramos deseado haber hecho. Tal vez fueron muy planeadas o las hicimos por impulso. Pero nos dañaron. Sin embargo, a los ojos de Dios no hay diferencia entre el dolor que heredamos o el causado por nosotros mismos.
En cada momento, en todo tipo de dolor, Dios está dispuesto a, y es capaz de, convertirlo en nuestra mayor fortaleza. Dios anhela que acudamos a Él para que entendamos Sus planes y propósitos para nuestra vida. Sea cual sea el dolor, y pese a las circunstancias, ¡Dios quiere que sepamos que Él puede cambiar las cosas! Así como el salmista lo describe:
Tú cambiaste mi duelo en alegre danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría. Salmo 30:11 (NTV)
En nuestra sociedad, los científicos han descubierto cómo usar los beneficios de la transformación convirtiendo el hidrógeno en combustible para autos. Como resultado, se obtiene energía y un poco de agua. Dos buenos derivados de la conversión. Y en una escala mucho más avanzada, las plantas verdes de todo el planeta usan la fotosíntesis para convertir el dióxido de carbono —gas venenoso en altas concentraciones— en oxígeno que da vida.
De la misma manera, Dios tiene la maravillosa y asombrosa capacidad de convertir incluso las cosas más venenosas y tóxicas en nuestra existencia en fuerza, vida y entendimiento, si solo confiamos en Él. Hasta en los momentos más oscuros, ¡Dios es fuente de luz! Tal vez no podamos ver la imagen completa hasta tanto estemos cara a cara con Él, pero sí podemos tener la certeza de que Él sabe, de que le interesa y de que obra para que todo sea para bien. Eso es lo que escribió Pablo en su carta a los cristianos de Roma:
Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos. Romanos 8:28 (NTV)
Como pastor, una de las cosas que me llenan de gran gozo es ir más allá del púlpito para conectarme con la gente en un nivel más profundo y personal.
Hace unos años, estaba llamando por teléfono a algunas personas que habían asistido a nuestra iglesia por primera vez. Quería agradecerles personalmente por habernos visitado. Esa mañana tuve varias conversaciones muy agradables, una de las cuales jamás olvidaré. Del otro lado de la línea estaba Chris, un hombre que —por decir lo menos— se mostró reluctante. Le pregunté si le había gustado nuestra iglesia y respondió: “No. La verdad que no”.
Como percibí que la mano de Dios estaba sobre la vida de ese hombre, le pedí que considerara la posibilidad de volver y darnos una oportunidad más, pero el hombre contestó: “¿Por qué iba a hacerlo? ¿De qué serviría?”.
Por mi entrenamiento en evangelización, yo sabía que una respuesta cínica suele provenir de un corazón quebrantado. Así que lo desafié: “Si nos das a Dios y a nuestra iglesia otra oportunidad, no lo lamentarás”.
Usé una palabra que hizo explosión en el corazón de Chris: lamentar. Este hombre había vivido durante años carcomido por cosas que lamentaba. Empezó a contarme, en confidencia, que había hecho cosas que no tienen nombre. “Dios ya sabe todo lo que has hecho”, le dije, “y, con todo y eso, te ama. No tienes que ser perfecto, solo estar dispuesto a ser perfeccionado”.
Noté cierto asombro en su voz al saber que yo seguía del otro lado de la línea, y Dios —por medio del Espíritu Santo—, empezó a ablandarle el corazón. Mientras hablábamos, pudo empezar a confiar en mí lo suficiente como para abrir su corazón y contarme más sobre su vida. No traté de sanar todas sus heridas durante esa conversación. En ese momento, el hecho de escucharlo ya servía como medicina y no tenía ni idea si volvería a hablar con él.
El domingo siguiente, después del servicio, se me acercó un hombre y se me presentó. ¡Era Chris! Recuerdo que lo abracé. Le dije que estaba feliz de que hubiera venido y que apreciaba su decisión de darnos, a Dios y a la iglesia, otra oportunidad. Durante los meses posteriores, Dios obró una maravillosa transformación en la vida de ese hombre.
Se convenció de que el amor y el perdón de Dios podían alcanzar incluso a los añicos que quedaban de su corazón y hacerle con ellos uno nuevo. Continuamos reuniéndonos las próximas semanas y siguió abriendo su corazón para contarme acerca de los aspectos de su vida que desesperadamente necesitaban el poder transformador de Dios.
Me explicó los detalles de los abusos que había soportado, el rechazo y la condenación que había sentido creciendo rodeado de religión, la manera en que la cocaína se convirtió en el medio de acallar su dolor al abandonar el hogar y una cantidad de relaciones rotas, y la vergüenza que sentía por haber abandonado a su hija. La desesperación lo llevo ultimadamente a algunos intentos de suicidio.
Con cada acto de sinceridad, Dios fue a su encuentro y comenzó a sanar sus profundas heridas. Chris inició la increíble jornada de ver que Dios restauraba su esperanza y renovaba su propósito en la vida, dándole una familia más grande y amorosa que jamás habría imaginado. Al cabo de unos años, tuve el privilegio de presentarle a la mujer que llegó a ser su querida esposa y, luego, madre de sus hijos. Hoy su familia se ha unido a esta revolución del corazón, y la ministra a miles de familias de nuestra iglesia, semana a semana. ¡Ese es el poder de un corazón transformado!
Todos esos años, el dolor había hecho que Chris se aislara de Dios, de su familia, de su hija y de los demás, pero durante una simple conversación telefónica —aquel día— Dios inició el milagro de la reconciliación en su corazón. La vergüenza que había sufrido por años reveló su desesperada necesidad de Dios, y Dios uso el dolor que tuvo que soportar para enseñarle cuanto le amaba. Meses después, me dijo: “Si Dios puede amarme y perdonarme, puede amar y perdonar a cualquiera”.
Responde al llamado de Dios en tu vida y permítele que inicie esta revolución en tu corazón. Dios está más cerca de lo que piensas, más dispuesto a perdonarte de lo que puedas imaginar, y anhela mostrarte Su amor, mucho más de lo que puedes comprender.
Entiendo que muchas veces nos resulte extraña la idea de que Dios tenga un destino para cada uno, porque lo que ha reinado en nuestras vidas es el dolor, ya sea heredado o autoinfligido. Cuando alguien ha vivido siempre bajo el peso del dolor heredado, suele perder la pelea por la vida ya que su corazón se quebranta debido a situaciones fuera de su control.
Tal vez su madre, su padre o su cónyuge le abandonaron o ha sido víctima de la violencia, o han maltratado su espíritu con palabras sarcásticas y críticas. Quizás no podía controlar ni tenía responsabilidad alguna con ese familiar o ese ser amado que vivía en la adicción, la mentira o que se la pasaba perdido.
La mentalidad de víctima asoma, entonces, amenazando con robarle el gozo y la esperanza de cosas mejores y más grandes. Por otra parte, el dolor autoinfligido es producto de nuestras propias decisiones. Nos acosan y nos persiguen decisiones que nunca hubiéramos deseado haber hecho. Tal vez fueron muy planeadas o las hicimos por impulso. Pero nos dañaron. Sin embargo, a los ojos de Dios no hay diferencia entre el dolor que heredamos o el causado por nosotros mismos.
En cada momento, en todo tipo de dolor, Dios está dispuesto a, y es capaz de, convertirlo en nuestra mayor fortaleza. Dios anhela que acudamos a Él para que entendamos Sus planes y propósitos para nuestra vida. Sea cual sea el dolor, y pese a las circunstancias, ¡Dios quiere que sepamos que Él puede cambiar las cosas! Así como el salmista lo describe:
Tú cambiaste mi duelo en alegre danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría. Salmo 30:11 (NTV)
En nuestra sociedad, los científicos han descubierto cómo usar los beneficios de la transformación convirtiendo el hidrógeno en combustible para autos. Como resultado, se obtiene energía y un poco de agua. Dos buenos derivados de la conversión. Y en una escala mucho más avanzada, las plantas verdes de todo el planeta usan la fotosíntesis para convertir el dióxido de carbono —gas venenoso en altas concentraciones— en oxígeno que da vida.
De la misma manera, Dios tiene la maravillosa y asombrosa capacidad de convertir incluso las cosas más venenosas y tóxicas en nuestra existencia en fuerza, vida y entendimiento, si solo confiamos en Él. Hasta en los momentos más oscuros, ¡Dios es fuente de luz! Tal vez no podamos ver la imagen completa hasta tanto estemos cara a cara con Él, pero sí podemos tener la certeza de que Él sabe, de que le interesa y de que obra para que todo sea para bien. Eso es lo que escribió Pablo en su carta a los cristianos de Roma:
Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos. Romanos 8:28 (NTV)
Como pastor, una de las cosas que me llenan de gran gozo es ir más allá del púlpito para conectarme con la gente en un nivel más profundo y personal.
Hace unos años, estaba llamando por teléfono a algunas personas que habían asistido a nuestra iglesia por primera vez. Quería agradecerles personalmente por habernos visitado. Esa mañana tuve varias conversaciones muy agradables, una de las cuales jamás olvidaré. Del otro lado de la línea estaba Chris, un hombre que —por decir lo menos— se mostró reluctante. Le pregunté si le había gustado nuestra iglesia y respondió: “No. La verdad que no”.
Como percibí que la mano de Dios estaba sobre la vida de ese hombre, le pedí que considerara la posibilidad de volver y darnos una oportunidad más, pero el hombre contestó: “¿Por qué iba a hacerlo? ¿De qué serviría?”.
Por mi entrenamiento en evangelización, yo sabía que una respuesta cínica suele provenir de un corazón quebrantado. Así que lo desafié: “Si nos das a Dios y a nuestra iglesia otra oportunidad, no lo lamentarás”.
Usé una palabra que hizo explosión en el corazón de Chris: lamentar. Este hombre había vivido durante años carcomido por cosas que lamentaba. Empezó a contarme, en confidencia, que había hecho cosas que no tienen nombre. “Dios ya sabe todo lo que has hecho”, le dije, “y, con todo y eso, te ama. No tienes que ser perfecto, solo estar dispuesto a ser perfeccionado”.
Noté cierto asombro en su voz al saber que yo seguía del otro lado de la línea, y Dios —por medio del Espíritu Santo—, empezó a ablandarle el corazón. Mientras hablábamos, pudo empezar a confiar en mí lo suficiente como para abrir su corazón y contarme más sobre su vida. No traté de sanar todas sus heridas durante esa conversación. En ese momento, el hecho de escucharlo ya servía como medicina y no tenía ni idea si volvería a hablar con él.
El domingo siguiente, después del servicio, se me acercó un hombre y se me presentó. ¡Era Chris! Recuerdo que lo abracé. Le dije que estaba feliz de que hubiera venido y que apreciaba su decisión de darnos, a Dios y a la iglesia, otra oportunidad. Durante los meses posteriores, Dios obró una maravillosa transformación en la vida de ese hombre.
Se convenció de que el amor y el perdón de Dios podían alcanzar incluso a los añicos que quedaban de su corazón y hacerle con ellos uno nuevo. Continuamos reuniéndonos las próximas semanas y siguió abriendo su corazón para contarme acerca de los aspectos de su vida que desesperadamente necesitaban el poder transformador de Dios.
Me explicó los detalles de los abusos que había soportado, el rechazo y la condenación que había sentido creciendo rodeado de religión, la manera en que la cocaína se convirtió en el medio de acallar su dolor al abandonar el hogar y una cantidad de relaciones rotas, y la vergüenza que sentía por haber abandonado a su hija. La desesperación lo llevo ultimadamente a algunos intentos de suicidio.
Con cada acto de sinceridad, Dios fue a su encuentro y comenzó a sanar sus profundas heridas. Chris inició la increíble jornada de ver que Dios restauraba su esperanza y renovaba su propósito en la vida, dándole una familia más grande y amorosa que jamás habría imaginado. Al cabo de unos años, tuve el privilegio de presentarle a la mujer que llegó a ser su querida esposa y, luego, madre de sus hijos. Hoy su familia se ha unido a esta revolución del corazón, y la ministra a miles de familias de nuestra iglesia, semana a semana. ¡Ese es el poder de un corazón transformado!
Todos esos años, el dolor había hecho que Chris se aislara de Dios, de su familia, de su hija y de los demás, pero durante una simple conversación telefónica —aquel día— Dios inició el milagro de la reconciliación en su corazón. La vergüenza que había sufrido por años reveló su desesperada necesidad de Dios, y Dios uso el dolor que tuvo que soportar para enseñarle cuanto le amaba. Meses después, me dijo: “Si Dios puede amarme y perdonarme, puede amar y perdonar a cualquiera”.
Responde al llamado de Dios en tu vida y permítele que inicie esta revolución en tu corazón. Dios está más cerca de lo que piensas, más dispuesto a perdonarte de lo que puedas imaginar, y anhela mostrarte Su amor, mucho más de lo que puedes comprender.
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