martes, 16 de mayo de 2017

Expectativas muy elevadas

TIC TAC… TIC, TAC… SEGUNDO A SEGUNDO, MINUTO A MINUTO. Cada uno de nosotros andará sobre este planeta durante cierta cantidad de días, con una determinada cantidad de latidos. La pregunta es: ¿qué harás con los años, meses, semanas, días y minutos que Dios te ha dado?

¿Qué causa define tu vida, si es que hay una? ¿Cómo te recordarán los demás? ¿Qué legado dejarás, para tu familia y las generaciones venideras? De ti depende la respuesta.

En medio de una sociedad definida muchas veces por el escepticismo y el cinismo, todos contemplamos y buscamos respuestas, algo en lo que podamos creer. No hay límite para la cantidad de causas, positivas y negativas, que compiten por lograr nuestro compromiso, pasión, dinero y tiempo. Tenemos familias, hipotecas, trabajo y también causas globales como la injusticia, la inequidad, la lucha contra el terrorismo, el cambio climático… y la lista no termina nunca.

Creo, de todo corazón, que hay una causa mucho más grande que todas las demás. Es una que cuando se vive a plenitud, tiene un impacto sobre cada aspecto de nuestras vidas.

Le da significado, dirección y propósito a cada día e influye en tus decisiones, en lo que eliges. Prepara a tus hijos para la victoria y tiene el potencial de afectar a todas las personas con quienes te cruces en el camino.

Es la causa de Jesucristo. No hay otra más grande en todo el planeta.

Para entender el poder de ella, tenemos que mirar la vida del mismo Jesús. Hace unos dos mil años él, que era un hombre inocente, estuvo ante un juez y soportó una cantidad de preguntas que determinarían si seguía vivo o sufriría una muerte horrible.

El suyo fue el juicio más notorio que se haya registrado en la historia. Al día de hoy despierta controversia, y es tema de muchos libros y películas. Jesús no tenía un equipo de abogados y consejeros que le indicaran qué decir. Es más, se negó a defenderse de tamaña injusticia y en cambio declaró una verdad absoluta que dejó pasmados a todos los presentes.

Un débil gobernador romano, desesperado por apaciguar a la multitud sedienta de sangre, le dijo con cierta sorna y curiosidad: «¡Así que eres rey!» Y recibió por respuesta palabras poderosas, definitivas:

«Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo» (Juan 18:37, énfasis añadido por mí).

«Para esto», es una afirmación de certeza y convicción. Jesucristo sabía exactamente quién era, y no había dudas acerca del propósito por el que estaba en la tierra. La suya era una causa tan vital que hasta estaba dispuesto a morir por ella.

Con respecto a su inminente muerte en la cruz, Jesús declaró: «Para esto he llegado a esta hora» (Juan 12:27, RVR1960). Su vida entera estaba encapsulada en esa potente frase: «Para esto».

¿Tienes la misma certeza, el mismo coraje cuando se trata de responder a las grandes preguntas de la vida? ¿Para qué naciste? ¿Por qué estás en el planeta en este momento de la historia?

Hay un adagio que dice: «Todo el que nace muere, pero no todo el que muere ha vivido de veras». Dios no quiere que tú y yo muramos llenos de potencial. Quiere que vivamos por algo por lo que valga la pena morir. Cuando la causa de Cristo es de veras el cimiento de tu vida, descubres el significado y el propósito de forma que tu vida cambia para siempre.

Nacidos para algo

Tuve la bendición de poder estar en la sala de partos para el nacimiento de cada uno de nuestros tres maravillosos hijos: Joel, Ben y Laura. Me maravilló el milagro que presenciaban mis ojos, y en particular ¡me sorprendió el umbral de dolor de mi esposa, Bobbie! Jamás olvidaré el sentimiento de profunda fascinación y alegría, al tener en los brazos a cada uno de nuestros bebés por primera vez. Sus grandes ojos me miraban, buscando entender este mundo nuevo fuera del vientre, en el que acababan de entrar. Y oré por el futuro que Dios les daba.

Todos llegamos al mundo del mismo modo… bueno, hablo en términos relativos. Todos tenemos madre, la mayoría nacimos en un hospital. Pasamos por la tensión de salir a un mundo con mucho ruido y luces. Pero por otra parte, las circunstancias en que nacimos pueden ser muy diferentes. Quizá las tuyas distaran de ser ideales.

Es posible que no tuvieras un papá que orara por tu futuro, o que la situación familiar al momento de tu nacimiento no fuera perfecta, o incluso puedes haber sido un bebé no deseado.
Puede ser difícil conciliar la idea de tu nacimiento con la de una causa mayor. Tu pasado, tu crianza y tus decisiones hasta el momento pueden haberte convencido de que tu suerte ya está echada y de que no hay forma de que las cosas mejoren.

Estoy aquí para decirte, de la manera más sencilla posible, que sí hay un factor «porque» en tu vida. Naciste porque el Padre tiene un plan para ti en esta tierra. Tiene un propósito para ti, que trasciende a tu familia, tu crianza, tus errores. Es mucho más grande que las limitaciones de tu entorno, que los desafíos de tus circunstancias.

La Iglesia Hillsong, que Bobbie y yo plantamos en 1983 y donde seguimos siendo pastores, está llena de gente extraordinaria, de historias asombrosas. Aunque no todos tuvieron buenos comienzos. Tenemos una líder dinámica y con muchos dones, cuya pasión inclaudicable es la de ver que en la gente prenda la chispa de la causa de Cristo.

Hoy viaja por todo el mundo, requerida como comunicadora. Pero hace unos veinte años lo que habrías visto era a una joven veinteañera, enojada, complicada por una cantidad de problemas que surgían de un estricto legado ortodoxo griego, del abuso sexual y de una sensación de inferioridad a causa de su extracción socioeconómica.

Al entregar su vida a Jesucristo, adquirió nuevo significado, nuevo rumbo y propósito, algo que solo llega cuando uno sabe que tiene un destino maravilloso, dado por Dios. Christine comenzó como activa participante de nuestro grupo de jóvenes y su vida inició un curso que le permitió ir y hacer lo que antes solo podría haber imaginado.

Aunque no es ese el final de su historia. Antes de cumplir los treinta y tres años se enteró de que era adoptada. La noticia la estremeció y podría haber desviado el rumbo de su vida, haciendo que cuestionara su identidad. Sin embargo, jamás titubeó en cuanto a su destino y su propósito. Más allá de las circunstancias de su nacimiento, Christine sabía que estaba viva por la causa del Rey del reino. Nada podría cambiar eso.

No sé cuáles son las circunstancias en que naciste o te criaste, pero no cambiarán una verdad muy poderosa: Antes de que nacieras el Padre ya te conocía y planeó un destino y un propósito para ti.

En la Biblia Dios nos dice: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado» (Jeremías 1:5). David le declaró al Señor: «Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre» (Salmos 139:13).

Dios te creó a propósito y tiene un plan para ti. Naciste por la causa del Rey y del reino.

Contra viento y marea

Si todavía no logré convencerte, piensa en las circunstancias del nacimiento de Jesús. Distaban de ser ideales. En la sociedad de hoy, seguramente se le clasificaría como un niño con un trasfondo disfuncional. Primero, su madre era una adolescente que al momento de la concepción, no estaba casada siguiera. Segundo, el hombre que se casó con ella, José, no era su padre biológico. Tercero, su Padre real era una entidad inusual. Imagina al niño Jesús tratando de explicarles a los otros niños de su aldea quién era su Papá. ¿Cómo podría explicar que su Padre era Dios mismo?

Hay muchas otras circunstancias en lo que atañe a su nacimiento que podrían describirse como anormales. Su mamá tuvo que ser llevada a otro pueblo el día del parto y, apenas nació, un rey paranoico ya lo estaba persiguiendo. Por cierto, no nació en una sala de partos, ni en un hospital con medidas de higiene y asepsia.

A menudo creamos imágenes de la natividad en las tarjetas de Navidad, pero la realidad era un establo, probablemente infestado de ratas e insectos ¡y con un olor horrible! Desde su infancia Jesús debió soportar la enorme presión de las expectativas. Las Escrituras declaran que «la soberanía reposará sobre sus hombros» (Isaías 9:6), así que Jesús tenía que cumplir con expectativas muy elevadas.

¿Cómo podría explicar que su Padre era Dios mismo?
Hay muchas otras circunstancias en lo que atañe a su nacimiento que podrían describirse como anormales. Su mamá tuvo que ser llevada a otro pueblo el día del parto y, apenas nació, un rey paranoico ya lo estaba persiguiendo.

Por cierto, no nació en una sala de partos, ni en un hospital con medidas de higiene y asepsia. A menudo creamos imágenes de la natividad en las tarjetas de Navidad, pero la realidad era un establo, probablemente infestado de ratas e insectos ¡y con un olor horrible! Desde su infancia Jesús debió soportar la enorme presión de las expectativas.

Las Escrituras declaran que «la soberanía reposará sobre sus hombros» (Isaías 9:6), así que Jesús tenía que cumplir con expectativas muy elevadas.

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