viernes, 5 de mayo de 2017

Bien o mal

La forma clásica de este cuestionamiento ha estado en controversia a través de toda la historia. Es importante observar de qué manera la mente humana, sin apoyarse en la revelación de la Biblia, ha establecido o postulado las siguientes cuatro absurdas premisas:

1.- Dios es bueno.
2.- Él podría destruir el mal pues es todopoderoso.
3.- El mal no ha sido destruido.
4.- Por lo tanto, Dios no puede ser bueno.

El principal error de este silogismo se encuentra en suponer que, desde nuestra perspectiva humana, nosotros podemos identificar el mal. Es decir, que desde nuestros ojos mortales reconocemos al mal en una inundación, en un accidente, en un cáncer, en una muerte. Nada bueno podemos ver en todo eso pues no creemos que haya un propósito que valga la pena detrás de lo que nosotros llamamos malo.

Por ejemplo: Cuando Jesucristo murió en la cruz, las personas que estaban paradas al pie de ella no pudieron imaginarse que en esa tragedia se hallaba escondida la sabiduría de Dios. La muerte de Cristo fue lo más maravilloso que Dios hizo por la raza humana y nadie, en ese momento, lo pudo discernir, ni deducir. No podían comprender, ni actualmente muchos lo comprenden, como a través de esta tragedia puede haber algo bueno.

La Biblia lo describe con estas palabras:

"Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde este el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.

Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más, sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres"
(1 Corintios 1:18-25).

El error está en que los seres humanos no creen que haya un propósito bueno para las cosas que ellos no comprenden. Pretenden ser más perfectos y sabios que Dios y dicen: “Yo no puedo ver en esta crucifixión un propósito claro, si ese hombre, Jesucristo, dijo ser el Hijo de Dios, ¿por qué se dejó matar? ¿por qué no usó sus poderes para evitar tal derramamiento de sangre?”.

Una de esta personas fue el Dalai Lama, quien expresó: “Creo que Jesucristo cometió un error dejándose matar”.
Friederch Nieztche, el filósofo ateo alemán, negó a Cristo porque lo consideró un personaje débil, demasiado humilde y muy manso de corazón.

El creía que el éxito y la grandeza se encontraban exactamente en lo opuesto que Cristo manifestó.
Sin embargo, a través del tiempo Dios nos ha abierto los ojos, y dos mil años después, todos nosotros le damos gracias por la muerte de Jesucristo.

¿Por qué Dios no ha hecho nada para acabar con el mal?

La respuesta es que…. el mal no puede ser destruido sin que se destruya, al mismo tiempo, la libertad. Todos nosotros tenemos una característica que es la más grande que Dios nos ha otorgado a los seres humanos: la libertad. Esto significa que podemos escoger entre dos caminos: el bien y el mal. Si los seres que Dios creó, desde Satanás y los querubines, no hubieran tenido dos cursos de acción, no habrían sido creados libres.
Cuando Dios permite que las criaturas puedan determinar por ellas mismas hacerse responsables de sus elecciones y puedan decirle: “Señor te quiero amar libremente o rehuso amarte y me rebelo contra ti”, entonces se puede hablar de libertad. Si el mal desapareciera, también desaparecería la libertad, porque le quitaría a las criaturas la capacidad de elegir. El mal tiene que ser vencido, no destruido.

Esta es la razón por la cual no debemos caer en la trampa de la venganza: “No os venguéis vosotros mismos, amados mios, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Senor” (Romanos 12:19). En este versículo Dios nos dice que no debemos vengarnos si nos hicieron algo malo, pues el mal no es vencido con el mal, sino con.

No debemos responder equivocadamente a las diferentes situaciones que nos hacen daño, como a las calumnias (que hieran nuestra reputación), la persecución, el rechazo o que dañen algún objeto que nos pertenece. En fin, cualquier cosa que nosotros percibamos como una acción equivocada de la gente hacia nosotros. Dios nos manda nunca responder de la misma manera.

Vamos a partir de esa base y descubramos la razón que hay detrás de la sabiduría del Señor. Con estas palabras Dios nos dice que no le paguemos con la misma moneda a la persona que nos hizo daño, pues si creemos en Él, debemos dejar que sea Dios quien le pida cuentas a esa persona. Si nosotros nos vengamos, Él ya no puede intervenir, pero si dejamos que Dios se vengue y que Él intervenga en la vida de nuestros enemigos, con su justicia absoluta dará el escarmiento que ellos necesiten.

¿Qué es vivir por fe?

Es vivir sin rencor y sin amargura contra nadie. Es creer que Dios es el que está abogando por nuestra causa y que ninguna arma forjada contra nosotros prosperará. “Suya es la venganza”, dice la Biblia, y nuestra paciencia va a crecer y a madurar mientras esperamos que Dios tome acción contra nuestros enemigos.

Un cristiano amargado es un cristiano derrotado por el mal. Cuando el mal te derrota es porque no usaste las armas de la luz para contrarrestarlo. Si alguien te hace mal (te dejó tu esposo o tu novio se fue con otra) y te amargas, ¿qué estás haciendo? Estás guardando veneno y estás diciendo: "Dios mío, estoy frustrado porque yo quería que ella fuera para mí, que él fuera para mí".

Estas tratando de combatir las circunstancias y te enfrentas con un dilema. Esto es inútil, porque como ya lo decía Demóstenes, un gran filósofo griego: "Es inútil irritarse contra las circunstancias, porque estas permanecen impasibles ante vuestra cólera".

En otras palabras, es inútil que te irrites contra las cosas que son adversas, porque tu enojo y tu amargura no van a hacer que cambien las circunstancias, al contrario, te vas a autodestruir. Es por eso que dentro de la vida cristiana no puede existir el rencor ni la amargura contra nadie.

Ahora bien, en Romanos 12:20, Dios dice: “Si tu enemigo tiene hambre dale de comer, si tiene sed dale de beber porque haciendo estas cosas, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Dios me está diciendo que si me insultaron, no debo hacer nada en contra y no debo guardar rencor, pero además, debo tratar de ir con esa persona para hacerle un favor, para hacerle un bien.

La Biblia dice que “la fe está muerta si no tiene obras”. Por ejemplo: Si tu vecina hizo un escándalo hasta las cuatro de la mañana y no te dejaron dormir, estarás muy enojado. Quita los pensamientos vengativos. Hazle un pastel y dile: "Vecina, anoche no nos dejaron dormir, pero sabe una cosa, queremos decirle que les amamos; aquí le traigo un pastel”.

A ella le va a sorprender, no va a saber qué hacer, la vas a sacar totalmente de base, le vas a mover el tapete, (como dicen los jóvenes). En el momento en que hagas esto, en el momento en que le manifestemos nuestro amor a la persona que nos hizo mal, en ese instante comienza su juicio. A eso se refieren las “ascuas de fuego sobre su cabeza".

En ese momento Dios entra en acción, porque tuvimos fe. Él se hace presente en el escenario humano. Sin fe es imposible agradar a Dios: "No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21).

No podemos destruir el mal, se nos manda vencerlo, nada más. Esta es la guerra de los siglos, la guerra cósmica desde que hubo la rebelión en el cielo. Una lucha entre el bien y el mal, donde al final Dios demostrará que es más poderoso el bien que el mal.

Si alguien te hace algo y le contestas de la misma manera, estarás pagando con la misma moneda y serás derrotado. La única manera de vencer el mal, es con el bien. Debemos comprender que “nuestras armas no son carnales, sino poderosas en el Señor para la destrucción de fortalezas" (2 Corintios 10:4).

Tenemos que comprender que el mal tiene que ser derrotado, no destruido.

Aunque veamos que el mal actualmente no está siendo destruido, no significa que nunca lo será. El problema está en que nosotros quisiéramos que hoy fuera destruido el diablo y que acabaran con todos los malos. Una vez, en el elevador de un hotel, una persona me abordó y me dijo: “Oiga, quería preguntarle por qué Dios no acaba con el mal de una vez por todas, si es todopoderoso". Yo me volteé y le dije: "Porque comenzaría con usted, así es que ¡dele gracias a Dios de que no ha sucedido eso!".

El Señor no retarda su promesa, el problema es que nosotros somos impacientes. Dios es paciente para con nosotros, no quiere que nadie perezca sino que todos procedan al arrepentimiento. Es por eso que Jesucristo todavía no ha venido a terminar con el mal y a acabar todas las injusticias. Quedan millones de seres humanos que necesitan ser salvados.

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