En Lucas, hay cuatro historias donde Jesús le dice a una persona: Tu fe te ha salvado. Lo impresionante es que los cuatro eran samaritanos, quienes, curiosamente, eran menospreciados y criticados, no por el mundo, sino por la iglesia. ¿Podrían los samaritanos, siendo tan criticados y condenados por la religión, ser salvos?
Jesús envía a los leprosos que fueran a los sacerdotes porque, bajo la ley, era el sacerdote quien determinaba que estaban limpios. Declararlos limpios significaba volver a la sociedad, volver al sistema, y poder volver a la iglesia. Pero el leproso samaritano no sabe de la ley religiosa, lo que sí sabía es que estaba leproso y que fue limpio. Realmente, el leproso samaritano, aunque fuera ante los sacerdotes, nunca sería aceptado en la iglesia porque era samaritano.
Pero, aunque nueve fueron declarados limpios por el sacerdote, solo uno fue declarado salvo. No se es salvo porque la religión diga que eres salvo, por cumplir los estándares que ellos quieren que se cumplan. Se es salvo porque se obedece la palabra y, mientras otros buscan aprobación, hemos decidido regresar a Aquel que hizo el milagro en nuestras vidas, para recibir lo que se había perdido.
Por ser samaritano, habrá lugares que no te aceptarán y te cerrarán las puertas, pero no les sigas el juego para que te declaren limpio. El único que te puede declarar salvo es el Señor Jesucristo. Y ese es el poder del arrepentimiento, no ir, ni hacer lo que otros hacen para buscar aprobación y ser parte. Mejor ser como el leproso samaritano que volvió a Jesús. Esto no es fácil, porque significa darle la espalda a los otros nueve que estaban contigo, pero eres salvo porque Él lo dijo.
Arrepentirse es volver porque, mientras la religión y el mundo no te miraban, te dejaron aparte, ni se acordaban de ti, no pusieron ni pan ni dinero en tu mano, sino que te criticaban y te condenaban, Dios escuchó tu clamor, desde lejos te miró, te limpió y te salvó.
El poder de la salvación se manifiesta en aquellos que reconocemos que fuimos limpios de la lepra y nos acercamos, nos postramos a Sus pies a decirle: Señor, háblame y asegura mi vida, y que pueda recuperar lo perdido. El poder de la salvación está en aquellos que reconocen quién les ama y les recibe, aquellos que vuelven dando gracias y se rinden a sus pies para que les hable.
Muchos te podrán decir que eres limpio, pero el único que te salva es Jesucristo.
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