miércoles, 7 de enero de 2015

Transformación

¿Qué mejor ejemplo de una persona que toma autoridad de sus emociones, en medio de la adversidad, que nuestro Señor Jesucristo? ¿Quién tiene estómago para cenar el día antes de su muerte, con aquel que lo va a traicionar, sin siquiera insultarlo?
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” Isaías 53:7
La escritura no nos niega la realidad de la angustia y aflicción que atravesaba nuestro Señor, pero nos resalta que, estando él afligido y angustiado, no abrió su boca.
Uno de nuestros mayores problemas es que, en medio de la adversidad, cometemos el error de darle rienda suelta a nuestra boca. Decimos cosas totalmente ilógicas, irracionales, que después no podemos echar para atrás.
Cuando estudiamos la trayectoria de Jesús por la conocida “vía dolorosa”, vemos que solo pronunció palabra en 7 ocasiones. No lo vemos quejarse, ni lamentarse. No abrió su boca para decir nada negativo. Cuando la palabra dice que “no abrió su boca”, no es que no haya dicho nada, porque de hecho sí dijo; es solo que dijo lo correcto, en el momento apropiado. No abrir la boca no es permanecer callado, sino saber cuándo abrirla y qué decir.
Jesús tuvo la autoridad para tomar control sobre lo que iba a hablar. ¿Cuántas veces tu peor problema ha sido los daños que has provocado con tus palabras a la hora de reaccionar ante un momento difícil?
Una de las peores demostraciones de inmadurez en la vida de una persona es su reacción con sus palabras ante las dificultades. Pablo dice, en 1 Corintios: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño. Ese es el orden de un niño: Habla, piensa y juzga. Y sigue diciendo: Mas cuando fui hombre, dejé lo que era de niño. ¿Qué es lo de niño? Hablar, después pensar, y después juzgar. El adulto juzga, piensa, y después habla.
Se ha comprobado que la persona que es capaz de atravesar la adversidad, sicológicamente hablando, es aquella que no comete el error de generalizar ni de crear catástrofes con sus palabras.
Generalizar es decir: “Todo está perdido en este país.” “Todos los hombres son malos.” Crear catástrofes es decir: “De esta sí que no salgo.” Y, sin darnos cuenta, con nuestras palabras, lo que hacemos es posicionarnos en ese lugar de caos. Y, en lugar de utilizar nuestras palabras para salir y atravesar el proceso, lo que hacemos es hundirnos cada vez más.
Todas las palabras que pronunció Jesús en la vía dolorosa, fueron para llevarlo al momento más importante de su vida: Entregar su espíritu en las manos de Dios. No acabaron con Jesús cuando lo crucificaron, no acabaron con él cuando le atravesaron la lanza, sino que todo acabó cuando él pronunció las palabras: Consumado es.
Tu aflicción y tu dolor se terminan cuando tú dices que se terminan. El proceso se termina cuando tú declaras con tu palabra: Consumado es. En tus manos encomiendo mi espíritu. Estas son las palabras necesarias para recibir la transformación que el Padre te ha prometido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario