jueves, 25 de julio de 2013

Orar por nuestro país

Lo que identifica a un pueblo es su comida y el Dios al que le sirve. Si el enemigo logra cambiar tu comida y logra cambiar tu Dios, cambia tu identidad y se pierden los sueños.
Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, lo que recordaba era la comida de Egipto. Decían: Allá teníamos pescado de balde. Dios los saca de Egipto, y estando en el desierto en lo que están pensando es en el pescado de balde. La comida se metió en su interior.
Daniel vivió el periodo de cautividad babilónico del que se habla en el Salmos 126. Daniel no solo rehusó comer la comida y tomar el vino del rey, sino que también se negó a arrodillarse ante los dioses de Nabuconodosor; porque si algo distinguía a la nación de Israel, era el Dios al que servía.
Si te mudaras de país, hay dos cosas que no deberías hacer: dejar tu comida, y olvidar a tu Dios.  
Como Daniel, tú tienes que mantenerte firme ante las propuestas del rey. No te contamines con la comida del rey, y no te contamines arrodillándote ante otros dioses.  Si aceptamos la comida del mundo, y aceptamos doblarnos ante los dioses del mundo, verdaderamente perdemos nuestra identidad.
El problema es cuando, sin darnos cuenta, ingerimos la comida y doblamos nuestras rodillas ante los dioses de otros. Cuando el pueblo de Dios pasa por esa cautividad, se detienen los sueños.
A través de la historia, lo que el mundo quería quitarle al pueblo de Israel era a su Dios. Todo lo que el enemigo quería hacer era introducir una nueva semilla, un nuevo pensamiento; porque si lo lograba, quitaba el linaje de Dios.
El mundo entero se puede salvar, porque haya un pueblo que le crea a Dios.
Hay dos cosas que Nabuconodosor quería hacer en el pueblo de Israel: quitarle la pasión por su nación, y quitarle la pasión por Dios.
Un pueblo que pierde la pasión por su nación, y un pueblo que pierde la pasión por Dios es un pueblo que ha sido invadido, a través de su mente. Si no levantáramos estas dos cosas, dejaríamos de soñar, y estaríamos atados a las influencias de otra gente que viene con otros dioses y con otras culturas.
La razón por la que mucha gente está deprimida y han dejado de soñar es porque han perdido, o la pasión por su nación, o la pasión por Dios.
Nuestras naciones están cautivas, porque la iglesia está cautiva.
Por eso el Salmos 126 dice que cuando Sion sea libertada, entonces seremos como los que sueñan. Cuando hayan unos cuantos “Danieles” que se paren firmes y digan: “Yo no voy a comer de la comida del rey; y no voy a doblar mis rodillas delante de dioses” entonces seremos como los que sueñan.
¿Quieres volver a soñar? Ten pasión por tu país. Ora por tu país. Mira las noticias, no para deprimirte, sino para moverte a orar, a ser un mejor creyente, un mejor ciudadano, una mejor persona. Si otro no sigue las leyes, síguelas tú, y demuestra tu amor por tu nación.
Y sobre todas las cosas, si quieres volver a soñar, tú tienes que tener pasión por Dios. Pasión por escuchar su palabra, pasión por estar en su presencia, pasión por llegar a la casa de Dios, pasión por orar, pasión porque él te hable, pasión por él.
Cuando la iglesia se libera, y ama a su país, y ama a su Dios, el pueblo comienza a soñar.
No nos demos por vencidos, no vivamos más desilusionados por lo que ha estado pasando en nuestros países. No pienses más en irte, si Dios no te ha dicho que te vayas. No pienses en encerrarte en tu casa para minimizar la angustia de los problemas que hay afuera. ¿De qué te sirve prosperar y ser bendecido, si no puedes vivir en libertad?
Hace falta gente como Daniel, que delante de todo el mundo se mantenga firme. 

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