“Mirad por vosotros mismos: Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti diciendo: Me arrepiento, perdónale. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe” (Lucas 17:3-5)
Esta es una de las más asombrosas enseñanzas de Jesucristo. Analicemos aquellas acciones que necesitan ser perdonadas. Jesús dice: “Si tu hermano pecare contra ti . . .” ¿Qué quiere decir El con eso?, ¿será porque el comportamiento de otros le molestan a usted?, ¿porque los hábitos de los demás le alteran? No precisamente, hacer de cada irritación sin importancia una ocasión de perdón es convertir en trivial un tema de vital importancia. Tratar las frustraciones y la personalidad de otros es cuestión de aceptarles tal como son sin tratar de escudriñar sus pequeñas faltas.
Jesús tampoco habla de descuidos menores que todos experimentamos. Si un conocido no lo saluda en medio de una multitud; si usted no ha sido ascendido al cargo que aspiraba; si alguien no lo visitó durante su enfermedad. El hecho de que otros nos ignoren no debe molestarnos, porque eso no significa que hayan pecado contra nosotros.
Sin embargo, si esas personas nos ofenden grandemente, entonces es cuando necesitamos perdonar. Las ofensas que requieren perdón son aquellas que van en contra de nuestra persona o de nuestros seres queridos y que, sin haber hecho nada para merecerlas, nos hieren en lo profundo. El profesor Lewis Smedes en su admirable libro “Perdone y olvide” señala tres clases de ofensas que necesitan perdón: deslealtad, traición y brutalidad.
Somos desleales cuando tratamos a algún familiar o algún amigo como si fuera un extraño; por ejemplo: cuando el esposo tiene una amante escondida y desprecia a la esposa con su trato; cuando la esposa y madre abandona el hogar; cuando el hijo miente a sus padres para obtener lo que desea.
Traicionamos profundamente al amigo cuando lo tratamos como enemigo, cuando divulgamos algún secreto que nos haya confiado o cuando hayamos actuado en contra de lo que le habíamos prometido.
La brutalidad es diferente. Es posible que no hayan lazos especiales entre ambas personas; pero si mediante la violencia, los insultos y el escarnio degradamos a alguien, cometemos un acto de brutalidad ofensiva que hiere su dignidad humana.
Jesús nos recomienda que afrontemos las ofensas aclarando las equivocaciones y los sentimientos heridos y, si la persona se arrepiente reconociendo su error, debemos perdonarle con corazón sincero. Olvidemos el odio y la venganza que pudiera crecer en nosotros, veamos al ofensor con nuevos ojos y tratémosle como si nada hubiera pasado.
Pero, allí no termina todo, si el ofensor vuelve a hacerlo y vuelve a arrepentirse, debemos perdonar de nuevo; y si siete veces volviera a caer en su falta, siete veces debemos perdonarle. Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo es posible perdonar tantas veces una misma ofensa? Perdonar una traición es de por sí bastante duro para el ofendido; pero volverlo a hacer tantas veces, ¿cómo se puede lograr?. La respuesta la encontramos en el Evangelio y el mejor ejemplo nos lo da Dios al perdonar nuestras ofensas tantas veces a través de nuestra vida. Habitualmente ofendemos y somos desleales al que nos creó; le profesamos devoción y luego hacemos todo aquello que El aborrece; nos aprovechamos de nuestros semejantes para nuestro propio provecho; herimos a aquéllos que han sido creados a la imagen y semejanza de Dios y, para colmo, no lo hacemos una o dos veces, sino que somos culpables con gran frecuencia. En los miles y miles de días de nuestra vida, ¡cuántas veces pecamos contra el amor!
Pero, ¿no es también muy cierto que esperamos ser perdonados cada vez que cometemos esas faltas? Confiamos en que Dios borrará nuestras ofensas y que nos tratará con bondad a pesar de todo. Esa es la maravilla del Evangelio. El sacrificio de Jesucristo, único e incomparable, al cargar nuestros pecados y dolores sufriendo el juicio que nosotros merecemos, hizo que podamos alcanzar el perdón de Dios. Diariamente nos acercamos a Él y oramos “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” y El así lo hace. “Si nosotros confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y presto para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. (1 Juan 1:9) El Señor siempre encuentra algo que limpiar en nosotros; y nuestros extravíos y traiciones no pueden destruir su amor. Una y otra vez hay “perdón en El”. Podemos confiar en su fidelidad.
Por lo tanto, esta palabra de Jesús es un llamado a sus seguidores: “Tratad a vuestros hermanos así como Dios os trata a vosotros”. Amad, como sois amados. Perdonad, como habéis sido perdonados. Haced que vuestro perdón sea ilimitado, porque esto es lo que significa “setenta veces siete”, así como la gracia de Dios es ilimitada para sus hijos.
Quizás usted dirá que esto es demasiado difícil y tiene razón. Aquéllos que han sido heridos trágicamente conocen esto mejor que nadie. Yo le mentiría si le dijera que nunca he sufrido ninguna ofensa. Yo fui perjudicado descuidadamente, acusado falsamente y he experimentado alguna que otra deslealtad, traición o brutalidad, por lo que sería insensible de mi parte decirle que perdonar es fácil y sin dolor.
Aún los que no han sido agraviados saben que las heridas que esto provoca pueden crear odio evitando que el perdón sincero brote en los corazones. La obstinada resistencia al perdón aumenta el rencor, buscando la venganza y abandonando el deseo de buscar la paz.
¿No es ese el conflicto espantoso de hoy? Es muy frecuente ver cómo la violencia provoca más violencia expresada con rabia negativa haciendo que las palabras de Jesús acerca del perdón luzcan frágiles, irreales y desesperadamente fuera de nuestro alcance. Muchos dirán: “No podemos reaccionar de otra manera cuando nuestros hijos son escarnecidos, nuestras esposas ultrajadas, nuestras posesiones arrebatadas y nuestros derechos pisoteados. Eso puede predicarse en la iglesia, pero en el mundo real es otra cosa”.
El novelista inglés Charles Williams expresa ese mismo punto de vista cuando dice que “perdonar es realmente un juego que no podemos llevar a la práctica”. Y la mayor parte de las veces su teoría es confirmada, ¿no es cierto? En la vida jugamos a perdonar, hacemos creer que lo sentimos, pretendemos que le tenemos buena voluntad a nuestros ofensores, pero nuestras acciones premeditadas o astutas desmienten nuestras palabras.
¿No sería maravilloso poder perdonar con sinceridad? Aún cuando los que nos ofenden no deseen ser perdonados o no se preocupen por el daño que hayan hecho, poder perdonarles sería una bendición incomparable porque, cuando albergamos odio en nuestros corazones nos hacemos daño a nosotros mismos. La venganza que albergamos corroe nuestra alma. ¡Piense lo que puede significar para los ofendidos, aquéllos que sienten odio o envidia, poder librarse de esos sentimientos negativos! Viva convencido de que todos podemos perdonar cualquier daño recibido por muy profundo que parezca. Siempre podremos aliviar nuestra pena y librarnos del dolor que ocasione y, cuando lo hagamos, podremos significar una esperanza para el futuro del mundo y seremos los precursores de una vida más justa. También por ese medio daremos respuesta al mal que ha plagado a la humanidad desde que Caín mató a su hermano Abel y tal vez las relaciones, que actualmente parecen estar arruinadas, puedan ser reconstruidas y el amor de la humanidad pueda ser restaurado.
¿Cómo podemos saber que es posible perdonar? Algunos hemos tenido el privilegio de ver esto en acción. Hemos conocido personas que han quebrantado muchas leyes, haciendo a otras sentir el deseo de castigarles y sin embargo, han encontrado en sus corazones el deseo de perdonarles sus terribles ofensas.
Yo no puedo olvidar al padre que persiguió con amorosa preocupación al joven que había asesinado a su hijo. Recuerdo la mujer que injustamente fue encarcelada y ultrajada repetidas veces por los guardias de la prisión y cuando le preguntaron, qué había hecho en sus ratos de soledad en la celda, ella contestó: “yo oré por mis enemigos”.
Estos son grandes ejemplos de lo que el amor de Dios puede obrar en nosotros, ¿no es cierto?; y detrás de estas acciones vemos a Jesús, cuando dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
No en vano los discípulos le rogaron: “Señor, auméntanos la fe”. Simplemente no tenemos los recursos necesarios en nuestros corazones para sentir el verdadero perdón; pero Dios puede hacer ese milagro en nosotros abriendo nuestros ojos a la incomparable misericordia que recibimos en Cristo. Sí, podremos ver a los ofensores con el nuevo sentimiento de amor que El nos enseñó en la cruz.
No deje que las “siete veces siete” lo alejen del puro sentimiento de perdonar. Recuerde que estas palabras significan que siempre podremos hacerlo. Hermano, si usted desea perdonar aunque le parezca difícil, si ruega a Dios que lo ayude a hacerlo, es porque ya ha comenzado a sentirlo y acabará por librarse de esa vieja ofensa y enojo, que no le abandonan, si continúa diciendo: “¡Señor, ayúdame, auméntame la fe!”.Aunque nunca lo haya hecho antes, ese será su comienzo y usted formará parte del milagro que Dios comenzó en el regalo de Su Hijo, que es la esperanza del mundo.
“Señor, Tú conoces nuestras luchas, Tú sabes lo difícil que nos resulta perdonar. Auméntanos la fe”. Mientras oremos así, adquiriremos confianza y, como la gracia y la misericordia viven juntas, el amor que encontramos en Cristo nos proporcionará las fuerzas necesarias para poder perdonar.”
AMÉN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario