Como Dios, no se conformó con crear al varón sino que decidió formar de sus huesos una ayuda adecuada para él, el hombre necesita de la mujer y ésta del varón. Ella no es sólo la madre, la compañera, la esposa, la amiga, la hija, la hermana, la abuela; ella es la mejor imagen de la Iglesia en la Biblia, es decir la Esposa de Jesucristo.
Dios tiene en Su mente omnisapiente y creativa la imagen de un ser dulce, misericordioso, laborioso, humilde y de aspecto bello, con la maravillosa capacidad de traer a la vida otros seres humanos. Este ser no es un hombre ni es un ángel; este ser en el cual ha puesto aquellos dones es la mujer.
Si bien es cierto que la caída del ser humano, según el relato de Génesis, comenzó por la desobediencia de la mujer, las descendientes de Eva fueron honradas con el nacimiento del Salvador del mundo a través de María, "bendita entre las mujeres", "llamada bienaventurada por todas las edades".
Jesucristo siempre apreció la compañía de mujeres; de hecho fueron sus amigas, Marta y María, las hermanas de Lázaro. La primera maldición recayó con mayor peso sobre la mujer, pero el número crecido de mujeres en nuestras iglesias indica que Dios tuvo en mira que la gracia que Él concedió al género humano fuese todavía más abundante para aquella que fue la primera en pecar y sufrir.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento destacan la actividad evangelizadora y de servicio que ella siempre ha desplegado. Dice Salmos 68:11 “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas.” Y en el Nuevo Testamento se destaca como compañera de los apóstoles, diaconisa, profeta, líder, madre y esposa.
El apóstol Pablo enseña: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25) Además, la ubica en igualdad de derechos frente a Dios, pues dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”(Gálatas 3:28)
Dios tiene en Su mente omnisapiente y creativa la imagen de un ser dulce, misericordioso, laborioso, humilde y de aspecto bello, con la maravillosa capacidad de traer a la vida otros seres humanos. Este ser no es un hombre ni es un ángel; este ser en el cual ha puesto aquellos dones es la mujer.
Si bien es cierto que la caída del ser humano, según el relato de Génesis, comenzó por la desobediencia de la mujer, las descendientes de Eva fueron honradas con el nacimiento del Salvador del mundo a través de María, "bendita entre las mujeres", "llamada bienaventurada por todas las edades".
Jesucristo siempre apreció la compañía de mujeres; de hecho fueron sus amigas, Marta y María, las hermanas de Lázaro. La primera maldición recayó con mayor peso sobre la mujer, pero el número crecido de mujeres en nuestras iglesias indica que Dios tuvo en mira que la gracia que Él concedió al género humano fuese todavía más abundante para aquella que fue la primera en pecar y sufrir.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento destacan la actividad evangelizadora y de servicio que ella siempre ha desplegado. Dice Salmos 68:11 “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas.” Y en el Nuevo Testamento se destaca como compañera de los apóstoles, diaconisa, profeta, líder, madre y esposa.
El apóstol Pablo enseña: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25) Además, la ubica en igualdad de derechos frente a Dios, pues dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”(Gálatas 3:28)
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