Cuando Jesús preguntó a Sus discípulos quién decían las personas que Él era, obtuvo varias respuestas, pero cuando preguntó quién decían ellos que Él era, Pedro le demostró que ya estaba en sintonía con el Padre, porque tenía la revelación de la identidad de Jesús: el hijo del Dios viviente[1]. Muchos piensan que la clave para compartir la Palabra es saber hablar, pero realmente es saber escuchar, ya que las prédicas surgen de lo que Dios desea comunicar. La comunicación con Dios es determinante para la vida, especialmente cuando buscamos dirección en lo que hacemos. En mi caso, la empatía y la intercesión me ayudan, porque me presento delante del Señor con las inquietudes que veo y pido revelación, entonces, Él me muestra qué compartir. Si le digo: “Padre, Tu pueblo tiene miedo, te pido que me des Palabra para que se sientan seguros”. Él me da revelación y consejo que comparto. Así fue con Jesús y Pedro. Cuando Pedro le reveló que sabía quién era Él, Jesús le reveló la nueva identidad que le daba: “Eres conocido como Simón, un hombre débil llevado por el viento, eres hijo de Jonás, pero ahora te digo que eres Pedro, un hombre fuerte, una roca sobre la que edificaré”. Mientras mayor revelación tengamos sobre Jesús, más revelación podríamos tener sobre nosotros, porque mientras más conoces a Jesús, más oportunidad tienes de que Él te diga quién eres. Creer esa identidad es básico para avanzar en la vida.
De lo que tú creas sobre ti dependerá el uso que le des a las llaves que Dios te dio. Si dices: “No puedo, esa promesa no es para mí”, aunque tengas la llave, no podrás abrir la puerta. Dios nos da llaves no puertas, pero muchas veces tratamos de encontrar la llave para abrir la puerta que en nuestra santa necedad queremos cruzar, en vez de averiguar qué llave nos ha dado Dios y encontrar la puerta que abre. Este es un tiempo de aceleración, es un año de sorpresas agradables para tu vida porque abrirás las puertas correctas con las llaves que Dios te ha dado. Nota que son muchas, así que hay más de una puerta: tu hogar, tu trabajo, economía y ministerio. Descubre tus llaves. ¿Qué gracia tienes? En Casa de Dios tenemos la gracia que hacer que todo crezca y se multiplique porque somos generosos. Esa llave nos ha abierto muchas puertas. Aprovecha esa gracia, tómala para tu vida. Al abrir tu negocio asegura: “Crecerá como crece mi iglesia”. Cuando decidas construir tus oficinas, di: “Las haré tan bonitas como las que hicieron en mi iglesia”. Ahora que lo sabes, usa esa llave y declárala, cree que tus clientes también serán generosos porque tienes dicha llave. Usa tus llaves correctamente para bendecir a todos, especialmente hay tres muy poderosas.
Una llave es la del trabajo eficiente[2]. Es una llave fácil porque todos podemos ser diligentes en nuestras asignaciones. Cuando te pregunten: “¿Por qué te quedas más tiempo en la oficina?” Responde: “Porque soy hijo de Dios y me enseñaron a ser eficiente, a dar la milla extra, a trabajar de acuerdo al código bíblico para que mi país salga adelante”. Te deben reconocer como cristiano por tu esfuerzo y buena actitud, no porque eres quien escucha los coritos evangélicos en la oficina.
Si eres diligente, tu tendencia será a la abundancia[3] porque la atraes, así que no deberás buscarla. En el original, la palabra abundancia significa preeminencia, utilidad, superioridad y no se refiere solo a bienes materiales. Diligente significa estricto, decidido, visionario, alguien listo y preparado. Así que una persona diligente es a quien se tiene en mente para confiarle proyectos importantes. Las oportunidades sorprenden a las personas en el lugar y en el momento correctos que otros menospreciaron. Cuando me invitan a un congreso y no logro regresar el fin de semana, soy el que se queda hasta el lunes en la iglesia anfitriona para ver en qué puedo servir al pastor que me invitó. De esa forma han salido muchas buenas oportunidades. Esos son pequeños detalles que debemos aplicar.
La segunda llave es el respeto. Ana, la madre del profeta Samuel, es un excelente ejemplo de respeto que abre puertas, porque en medio de su frustración y tristeza por ser estéril, nunca perdió la compostura, siempre fue prudente en no perder los estribos; primero, frente a la otra esposa de su marido que la irritaba con sus palabras ofensivas; segundo, con el propio Elcana, su esposo que la amaba, pero se puso en primer lugar, sin comprender el dolor de ella, cuando sabemos que para una mujer no es lo mismo un esposo que un hijo; y tercero, fue respetuosa con el sacerdote que la confundió con una mujer borracha en el templo[4]. Por más presiones que tengas, por más que te irriten, Dios está por hacer algo maravilloso en tu vida si eres respetuoso. Claro que entristece que algo no se dé como esperamos, que no se logre lo que buscamos y por lo que hemos trabajado. Cuando estás empecinado, enfocado, con esa santa terquedad, a veces, no ves el amor que otros te dan y las bendiciones que sí tienes. Ana era sabia, astuta, no respondía con ira, ni siquiera al sacerdote que la reprendió. Ella solo le aclaró que estaba atribulada. ¡Imagina cuál sería su semblante! Sin embargo, gracias a su buena actitud, ella se fue con la promesa y ya no estuvo triste. ¿Qué le hubieras respondido al sacerdote? Tal vez le dices: “Dónde dejó el discernimiento, si fuera buen sacerdote habría sabido que estoy sufriendo”. Ana fue respetuosa con el esposo y con el sacerdote, quienes tenían la llave para la puerta que ella deseaba abrir, la maternidad. Si ella falla en el respeto, jamás hubiera nacido Samuel, el profeta que ungió a David. La falta de respeto le hubiera cerrado la puerta a la bendición que esperaba. Nunca te pelees ni faltes el respeto a tus autoridades, respete a tus padres, aunque no compartas sus ideas y pensamientos. El respeto no es cuestión de un título profesional sino de la consideración que merece la persona.
El apóstol Pablo aconseja que respetemos a las autoridades como respetamos a Cristo, que seamos serviciales y hagamos todo como para Dios[5]. Y le habla a esclavos y amos, les pide que se respeten mutuamente porque son iguales a los ojos de Dios. No podemos decir que respetamos al Señor que nos vemos, si no respetamos a quienes vemos. Con ese espíritu de Ana, paciente y sabio, cosas estériles cobrarán vida si regresamos al valor básico del respeto a los demás. Nadie quiere trabajar o vivir con un irrespetuoso.
La tercera llave poderosa es la dádiva[6], ser ofertantes, no demandantes. Tener algo que ofrecer nos lleva delante de los grandes, así como el trabajo eficiente nos lleva delante de los reyes. Mejoremos nuestro nivel de respeto, nuestra actitud de trabajo y de ofrecer bendición a los demás. Cierta vez que llegué a una iglesia donde impartían una conferencia, me ofrecí a servir, y lo hice acomodando sillas. Me preguntaron si podía predicar el domingo y lo hice. Entonces, reunieron una ofrenda para mí, pero se la di al pastor general de la iglesia. Fui respetuoso, diligente y solícito. Esa actitud positiva abrió maravillosas puertas para Casa de Dios. Es necesario que expulsemos ese espíritu de Hulk que hasta rompe la camiseta porque se siente el “tata” de todos. La arrogancia no sirve para nada. ¡Hay que servir con un corazón humilde y agradecido! El trabajo esforzado, el respeto y las dádivas nos llevan delante de los grandes y nos promueven. Consagra tus planes y metas al Señor, pídele que te muestre las puertas de bendición que puedes abrir con las llaves que te ha dado. ¡Úsalas con Su favor y gracia!
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