Cierto predicador, contaba acerca de un viajero que fue asaltado por bandidos en un camino solitario, le quitaron todo cuanto llevaba y lo condujeron a las profundidades de la selva oscura. Allí ataron una cuerda a una rama de un gran árbol e hicieron que el hombre se aferrara a la punta de la misma. Le dieron un impulso que lo hizo balancearse en la negrura del espacio, y le dijeron que estaba colgando sobre un profundo precipicio, que en el momento que soltara la cuerda se destrozaría contra las rocas del fondo, y se fueron.
El viajero se llenó de temor y se aferró desesperadamente de la punta de la cuerda, pero al cabo de un buen rato sus manos ya no podían resistir más y creyó que había llegado su fin. Sus dedos, acalambrados, soltaron la cuerda y cayó, pero sólo a un metro del suelo; sus pies encontraron, no un abismo, sino tierra firme por la que pudo andar. Había sido una trampa de los ladrones para darles tiempo a escapar.
Muchas veces aprendemos las promesas de Dios, la creemos, decimos que nos apropiamos de ellas, pero sólo las usamos como un paliativo para nuestro temor, para calmar la ansiedad que nos produce el problema que enfrentamos, pero no somos capaces de confiar en Aquel que nos las dio y no nos permitimos descansar en Él.
Sabemos que Dios es nuestro Refugio, Amparo, Fortaleza, nuestra Roca, el Juez Justo, nuestro Proveedor, Sanador, Salvador, quien pelea por nosotros y tantas cosas más pero aun cuando hablamos de la vida eterna y la promesa que nos hizo, nos aferramos a la vida y sus afanes como el hombre de la historia lo hacía a su cuerda.
Aunque en ocasiones nuestra parte racional nos impide soltarnos de la cuerda y creemos más en lo que nos dicen los ladrones de nuestra paz que en las promesas de Aquel que nos ama y quiere nuestro bien; lo cierto es que un día, todos soltaremos la cuerda a la que nos estamos aferrando y entonces experimentaremos vívidamente las promesas de Dios.
Cuando nuestras fuerzas nos abandonan es el momento en el que permitimos que Dios nos sostenga y haga el milagro. En realidad, no se trata de conocer las promesas que tenemos en la Biblia, sino de vivirlas de forma práctica y dejar que Dios obre.
“Dios no es un hombre, por lo tanto, no miente. Él no es humano, por lo tanto, no cambia de parecer. ¿Acaso alguna vez habló sin actuar? ¿Alguna vez prometió sin cumplir?” Números 23:19
Si Dios prometió algo, así lo hará porque Él no miente ni cambia de parecer. No permitas que las circunstancias y las personas te llenen de temor e inseguridad, suéltate de la cuerda a la que estás aferrado y deja que los brazos de Dios te sostengan, disfruta de la paz que Él te prometió, permite que sus bendiciones llenen tu vida.
Cuando sueltes la cuerda, serás capaz de experimentar cada una de aquellas promesas que hasta hoy has venido repitiendo sin ser capaz de vivirlas y serás testigo del poder, el amor y la misericordia de Dios.
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