Es la palabra que se graba en tu corazón, la palabra que está dentro de ti, la que tú puedes confesar, la que puedes declarar, esa es la palabra que te sostiene. Dios le dice a la iglesia de Filadelfia, en Apocalipsis 3, te aplaudo porque, en medio de tu crisis, de las dificultades, de tu debilidad, tú comprendiste el valor de sujetar tu alma a la palabra escrita, poniendo bajo autoridad tus pensamientos.
La Biblia no puede ser un amuleto. No puedes pensar que, cuando te atormente un mal pensamiento, le vas a mostrar la Biblia y eso será suficiente. No es la Biblia que tú le enseñes, sino que es la Biblia que tú te sepas, la que cites, la que declaras, la que crees.
La puerta se abre delante de ti, cuando tú eres capaz de guardar la palabra de Dios, y de sujetar tu mente a lo que está escrito que él ha dicho. La puerta se abre delante de ti, cuando tú eres capaz también de no negar su nombre.
¿Qué es negar el nombre de Cristo? Cuando una persona ya no está contigo, cuando ya no está presente, lo más grande que queda es su nombre. El nombre de una persona, cuando se menciona, cuando se habla, trae poder, trae autoridad; todas las características de esa persona están encerradas en su nombre.
Quizás has tenido la experiencia de estar en algún lugar delante de alguien y decirle: Tal persona me envío. La persona que te envió no está allí, pero el mero hecho de mencionar el nombre de esa persona, abre una puerta. Por eso la gente pide referencias y busca endosos; porque tan pronto el nombre de alguien está puesto en algo, es como si esa persona estuviera ahí.
Cuando miramos estos versos, en su contexto original, vemos que el Señor está diciendo: En medio de tus debilidades, tú no has dejado de asociarte conmigo; no has permitido que tu circunstancia te separe de quien yo soy; todavía, delante de ti, mi nombre, quien yo soy, tiene valor. Todavía me respetas cuando escuchas mi nombre, todavía me celebras.
En medio de las situaciones difíciles que enfrentamos, en ocasiones, sin darnos cuenta, negamos el nombre de nuestro Dios. Ya no buscamos asociarnos con él. Nos encerramos y comenzamos a negar nuestra fe, quienes somos, y nuestra asociación con él.
Podemos imaginar la culpa y la condenación que sitió Pedro, al saber que la gente, cuando lo oían hablar, decían: Tú hablas como Cristo, tú eres de esos, te hemos visto caminar con él. Pedro negó su asociación con Aquel que estaba en aquella cruz.
Quizás tú has sentido el dolor, algún día, de que alguien no se quiere asociar contigo porque estás en una mala situación, alguien no te reconoce. ¿Has tenido la experiencia de ir a saludar a alguien y que esa persona no te salude o siquiera reconozca que estás allí? ¿Has sentido que alguien se avergüence de que llames su nombre?
¿Cuántas veces, sin darnos cuenta, con nuestras actitudes, con nuestra mente, negamos el nombre de nuestro Dios? Es fácil ser cristiano en la iglesia, ser creyente en el servicio, entrar a la iglesia y adorar a Dios. Allí todos vamos a lo mismo; es un lugar cómodo. La pregunta es si afuera, en medio de tus dificultades, de tus situaciones, sabe la gente con quién tú te asocias. ¿Sabe la gente a quién tú estás conectado, a quién estas relacionado? Tus acciones, tu vida, tus palabras, ¿demuestran realmente esa relación con Dios? ¿Sabe el mundo a quién tú le sirves, en medio de tus peores circunstancias?
Nuestra asociación con el nombre de Dios no es meramente de palabras, sino con nuestras acciones. La iglesia de Filipenses era celebrada por Dios y por Pablo porque fue la única iglesia que, en medio de sus debilidades –debilidades de Pablo– no tuvieron problema en asociarse con Pablo. Tú no puedes pensar y decir que te asocias con Dios, si no te asocias a la gente que Dios te ha enviado en sus momentos difíciles. No puedes decir que amas a Dios, si no amas al que está a tu lado. Aquella iglesia se asoció con Pablo, cuando más nadie quería hacerlo. Se asociaron financieramente, con estímulo; lo recibieron, lo esperaban con expectativa; le dejaban saber que, a pesar de que Pablo estuviera en prisiones, le reconocían como enviado a sus vidas, y no tenían problema en asociarse con él.
Cuando Dios quiere abrirte puertas grandes, te asocia con ciertas personas, en ciertos momentos; y el nombre de Dios está sobre esas personas. De esa misma manera, Dios te envía a la vida de alguien, cuando esa persona necesita que se abra una puerta.
Dios le dijo a aquella iglesia: Tú no has negado tu asociación conmigo, no has negado la gente que yo te envié, no has negado mi nombre, no te has olvidado de mí… por eso tienes una puerta abierta; puerta que nadie va a cerrar.
En medio de tus debilidades, sujeta tu mente y tus pensamientos a la palabra escrita, y no dejes de asociarte con Dios ni con aquellos que él ha traído a tu vida. La promesa de Dios es que, al hacer esto, él abrirá una puerta para tu vida que nadie podrá cerrar.
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