Una de las promesas que Dios nos ha hecho, es que él nos va a dar un nombre nuevo. En Apocalipsis 2:17, dice la palabra del Señor que, al que venciere, le será entregada una piedrecita blanca, en la que estará escrito un nombre nuevo.
A través de toda la biblia, Dios les cambia el nombre a ciertas personas, en ciertos momentos. De la misma manera, ciertos hombres cambiaron el nombre de otros, en ciertos momentos, para provocar algo en el mundo espiritual, emocional, interno de la persona.
La mayoría de nosotros hemos sido marcados porque alguien nos ha puesto un apodo, o un nombre, que nos difama y baja nuestra autoestima, nuestra manera de vernos a nosotros mismos. Hay gente que se encarga de ponerte un nombre, para menospreciarte.
La escritura sigue diciendo que, ese nuevo nombre que Dios nos va a dar, nadie más lo va a saber, queriendo decir que lo que Dios va a hacer contigo, no lo va a hacer con nadie más, no va a tener precedente, ni va a ser repetido en la vida de nadie más.
Cuando Dios nos da un nombre nuevo, lo que quiere es darnos una experiencia única.
Dios cambió el nombre de Abram a Abraham, de Jacob a Israel; pero, interesantemente, nunca cambió el nombre de Isaac, porque Isaac siempre se sintió amado. Isaac sabía que era el hijo de la promesa, tenía una identidad clara, no necesitó de una afirmación que le diera la certeza de quien él era; había conocido el amor de su padre natural y del Padre celestial; no necesitó de una nueva perspectiva.
En el caso de Jacob, Dios había prometido que él sería el más grande entre sus hermanos, pero nació segundo. Entonces, estaba de un lado la promesa de Dios, y del otro, sus circunstancias naturales. Sus circunstancias no estaban alineadas con lo que Dios le había prometido, por lo que Dios tiene que cambiarle el nombre –de Jacob, a Israel– para darle una nueva perspectiva.
Raquel, mujer de Jacob, la mujer que él amaba, aquella por la que había trabajado, tuvo un hijo, y murió en el acto. Antes de morir, llamó a su hijo Benoni, que significa “hijo de mi amargura”. Pero Jacob tiene que desprenderse de su amor por Raquel por un momento, para no permitir que su hijo viviera bajo el nombre incorrecto, y le llamó Benjamín, que significa “hijo de mi mano derecha”. Nunca nadie lo llamó Benoni, porque su padre no permitió que la circunstancia le pusiera nombre, no permitió que el problema estableciera quien él era y lo que iba a pasar en su vida.
Un nombre nuevo te da una nueva posibilidad.
No importa cómo la vida te ha llamado, cómo el mundo te ha querido llamar; quizás te han llamado fracasado, depresivo, amargado; quizás hay una marca que, hasta hoy, ha determinado lo que has vivido, pero tiene que llegar un momento en que vivas la experiencia de que Dios te llame de una nueva manera, dándote la posibilidad de ser un nuevo hombre, una nueva mujer, y que veas que, lo que el mundo ha nombrado que va a pasar en tu vida, no es lo final, sino que todo eso puede cambiar, puede ser transformado, si tú te reúsas a ser llamado como el mundo te ha querido llamar, y recibes el nombre del que Dios te ha llamado, para vivir bajo lo que Dios ha establecido para ti y los tuyos.
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