El día que me case será maravilloso, los pájaros cantaran y yo llegare tarde para hacer esperar al novio como es tradición, mi familia estará allí, mis amigos, las fotos, la alegría Dios!
A la hora de compartir cada tinto se convierten en una siesta, cada palabra es mágica, y cada día que pasa es un reto porque ya empezamos a ver lo que en el noviazgo no. Ella se levanta y no al veo igual que cuando la visitaba sorpresivamente una mañana en su casa dirá él, nosotras detallaremos cada gesto, cada olor y cada momento de presencia y de ausencia. Empieza un ejercicio de no hacer las cosas a nuestra manera, de llevar una casa ordenada que detecta cualquier desorden dejado por mi esposo y se convierte en una norma más de convivencia. Hay discusiones enérgicas que inteligentemente no podemos interiorizar, se empieza a conocer el perdón real para con ese hombre que tanto amamos. Se construye el hogar con las bases solidas de un Dios del cielo y nuestros sentimientos previamente bendecidos por ese Dios maravilloso. Luego llegan los hijos, “uno o dos máximo” porque la situación no da para más, típica respuesta a las amigas que admiran ese hogar tan bello que has logrado con amor, lagrimas, desafíos, impotencia, gozos, retos, sueños y planes, pero sobre todas las cosas con la ayuda que aquel que no ves, esa fidelidad grande y verdadera que es paralela a tu carne llamada Dios.
Estar casada es una bendición pero necesitamos de algo más que amor para sobrellevar el estado difícil de la convivencia y los descubrimientos de ese ser que amamos. Necesitamos de nuestro Dios. El nos pide que seamos mujeres virtuosas, mujeres de palabra, de confianza, de decisiones cuando no está ese sacerdote en casa, de lealtad y de fidelidad. Mujeres virtuosas con la fe firme de que somos capaces, inteligentes pacientes, valiosas y con la autoestima tan alta como en la que Dios nos tiene.
El mundo está lleno de basuritas que pueden generar dudas sobre tu estado, o del hombre que tienes a tu lado, sin embargo tu mujer cristiana tienes la gran ventaja de contar con el respaldo de Dios en todo momento y de la sabiduría de su palabra.
Tu esposo es tan humano como tú, y tú eres tan humana como él, suena obvio pero es que lo obvio es tan obvio que suele olvidarse.Tus altibajos matrimoniales se quedan contigo, recuerda el viejo dicho de “la ropa sucia se lava en casa” y por sobre todas las cosas pon tu hogar en manos de Dios, edifícate en la palabra, busca ser una esposa idónea, una madre ejemplar y una mujer leal. Y pídele a Dios cuando los ánimos se ponen tensos que no permita que nada de lo que pase afecte tu corazón porque este es engañoso y eso lo sabe el enemigo consolidado del rey supremo. “airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo, no deis lugar al diablo” (Efesios 4, 26).
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