Observar a la gente es un pasatiempo popular. Los seres humanos nos sentimos intrigados por las acciones de otras personas. Y algunas veces nuestro interés y reflexión en las acciones de otros nos pueden llevar a hacer importantes observaciones.
¿Qué pasaría si pudiéramos observar a las personas durante uno de los sucesos más importantes de la historia? Analicemos una variedad de reacciones de los principales personajes involucrados en la crucifixión de Cristo. Estas historias, y las historias de aquellos que fueron testigos de lo que ocurrió en los días siguientes, están registradas para nosotros en la Biblia.
Los líderes judíos
Primero, estaban los líderes judíos que se complacían al ver que este hombre llamado Jesús, que había amenazado su poder y prestigio, ahora estaba muerto. Negaban que Jesús fuera el Cristo profetizado, el Hijo de Dios, y querían ponerle punto final al creciente interés que las personas comunes tenían en su ministerio; así que esos líderes religiosos acusaron falsamente a Jesús. Además, usaron su influencia para incitar a las personas a que exigieran su crucifixión (Lucas 23:1-10).
En este incidente, los líderes religiosos judíos y aquellos que los ayudaban, podrían llamarse triunfantes sin ética.
Poncio Pilato
Estaba también Poncio Pilato, el procurador romano de Judea. Designado por el emperador romano Tiberio, Pilato tenía jurisdicción civil, militar y criminal sobre la provincia de Judea. En tanto que a los judíos se les permitía tener cierto grado de autogobierno, el cuerpo religioso oficial de los judíos, el Sanedrín, no podía condenar a la muerte a nadie. Si ellos querían condenar a alguien a la muerte, el procurador tenía que confirmar la sentencia.
Lo intrigante de esta historia es que Pilato cedió a las demandas de los líderes religiosos y del pueblo. La historia secular y el registro de la Biblia muestran a Pilato como alguien insensible y aun hostil contra los judíos (Lucas 13:1). A él no parecía importarle lo que los judíos pensaran o quisieran.
Sorprendentemente, en esta ocasión él cedió a los deseos de la multitud. Aunque Pilato no encontró ninguna falta en Jesús (Lucas 23:4), él permitió que Jesús fuera crucificado.
En este tema, podríamos describir a Pilato como indiferente. Él “tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mateo 27:24).
La multitud
Aunque algunas de las personas que se reunieron frente a Pilato tal vez querían que Jesús fuera liberado, otros en la multitud, junto con los principales sacerdotes, exigieron con “grandes voces, que fuese crucificado” (Lucas 23:23). Y estas fueron las voces que prevalecieron.
Algunas personas que formaron parte de esta multitud vociferante probablemente estuvieron entre aquellos que fueron testigos de la experiencia de Jesús en sus tortuosas horas finales. Con la muerte de Jesús, ocurrieron varios milagros.
“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, habiendo visto el terremoto y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:51-54).
“Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho” (Lucas 23:48).
En el Comentario de Adam Clarke, leemos lo siguiente: “Todos fueron profundamente afectados, excepto los sacerdotes y aquellos que habían sido empleados para servir a sus propósitos. La oscuridad, el terremoto, etcétera, trajeron consternación y terror a todos los corazones”.
Las personas afectadas podrían ser descritas como personas cuyos corazones habían sido tocados y sus conciencias habían sido sacudidas. ¿Qué deberían hacer con estas emociones alteradas? Algunos de ellos pronto lo sabrían.
Los convictos
Después de la muerte y resurrección de Jesús, Él se les apareció a sus discípulos para estar con ellos los 40 días siguientes, diciéndoles que pronto recibirían el Espíritu Santo (Hechos 1:3-8). Sólo unos pocos días después, en el día de Pentecostés, cuando Jerusalén estaba llena de “varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” (Hechos 2:5), que celebraban el día santo anual, el don prometido fue derramado sobre los seguidores de Jesús.
La llegada del Espíritu Santo fue con el sonido de un viento poderoso, y se apareció como lenguas de fuego sobre cada uno de ellos. El Espíritu los inspiró después para que empezaran a hablar; y cuando lo hicieron, las personas de varias naciones que los oían hablar los escuchaban en su propio lenguaje nativo. Fue claramente un evento milagroso, pero las personas que lo presenciaron no entendieron lo que significaba.
Pedro, que había negado tres veces a Cristo pero ahora estaba lleno del poder del Espíritu Santo, se levantó en medio de sus colegas apóstoles y les explicó lo que había ocurrido (v. 14). Pedro le dijo a la multitud que esto era el cumplimiento de la profecía de Joel y que Jesús, “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos crucificándole”, había sido resucitado de la tumba. De hecho, era Él quien había hecho este milagro (vv.15-33).
Más adelante Pedro dijo: “Sepa pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (v. 36). Pedro hace énfasis nuevamente en que todos eran responsables por la injusta muerte de Cristo.
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37).
Pedro les dijo a aquellos cuyas conciencias se habían estremecido que debían arrepentirse de sus pecados y ser bautizados (v. 38). “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (v. 41).
Este día especial, en el cual fue dado el Espíritu Santo y la Iglesia del Nuevo Testamento tuvo su inicio, nos ofrece una descripción instantánea de lo que hacen los verdaderos cristianos. Los tiempos cambian, pero la reacción de esos recién convertidos permanece como un claro ejemplo de cómo responden los cristianos convictos al evangelio —las buenas noticias respecto a Jesucristo y el venidero Reino de Dios.
Convictos del pecado
La conversión de un cristiano comienza cuando nuestra conciencia nos dice que hemos hecho algo malo —que nosotros, como todas las demás personas, hemos pecado (Romanos 3:23). Pecar es quebrantar los Diez Mandamientos de Dios y las otras instrucciones que nos ha dado en su amor, porque Él nos ama. Dios el Padre determina cuándo llamar a las personas a su forma de vida (Juan 6:44, 65), y luego los invita a convertirse en sus hijos.
Por medio de esta maravillosa invitación de Dios, nos damos cuenta de nuestra condición pecaminosa, nuestra incapacidad de vivir como Dios quiere y nuestra necesidad de un Salvador. En el caso de las personas del primer siglo que fueron llamadas por Dios para convertirse en cristianas, el proceso comenzó cuando ellos entendieron que eran culpables de la injusta muerte de Jesús, el Hijo de Dios.
Reconocer nuestros pecados contra Dios es algo difícil. No nos gusta admitir que estamos errados, y la tendencia natural es a justificarnos. Si bien es cierto que no pedimos la crucifixión de Cristo como aquellos que lo hicieron en el primer siglo, nuestros pecados también hicieron que su muerte fuera necesaria. Nosotros también necesitamos que nuestros pecados sean perdonados. Si no recibimos perdón de nuestros pecados, no tenemos esperanza de vivir para siempre como miembros de la familia eterna de Dios.
Entender esto y estar convictos de nuestros pecados es el primer paso para relacionarnos con Dios.
Convictos al arrepentimiento y a ser bautizados
Después de entender nuestra condición pecaminosa, no podemos ser indiferentes ante este hecho. Cuando los primeros cristianos entendieron y reconocieron su culpa, ellos siguieron las instrucciones de Pedro y se arrepintieron y fueron bautizados. Ese mismo día 3.000 personas hicieron este compromiso de cambiar su vida por medio del bautismo y recibieron el Espíritu Santo (Hechos 2:41).
Debemos hacer lo mismo.
Convictos a vivir una vida que le agrade a Dios
Después de ser bautizados, recibimos el Espíritu Santo para que podamos desarrollar un carácter justo, a medida que nos preparamos para reinar en la Tierra con Cristo cuando Él regrese. Somos llamados a ser luz del mundo; Dios espera que seamos un ejemplo para los demás a medida que pasamos por diferentes pruebas en la vida, que ponen a prueba nuestra fe.
Ser un cristiano es un compromiso de tiempo completo. No hay días libres. Estamos en un trabajo de 24 horas diarias, siete días a la semana. Es el trabajo más duro que tendremos; pero como Pablo escribió: “Las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Si desea aprender más acerca de lo que significa ser un cristiano convicto, descargue nuestros folletos gratuitos: ¡Cambie su vida! y El Misterio del Reino.
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