Poco después de conocerse, Guillermo y María se dieron cuenta de que estaban locamente enamorados. Ninguno de ellos pensaba en el matrimonio ni en las responsabilidades que lo acompañan, porque se daban cuenta de la importancia de tener un trabajo estable y de que tal decisión cambiaría sus vidas drásticamente.
Sin embargo, al poco tiempo se encontraron en el altar frente a un ministro, en un auditorio lleno de familiares y amigos que los observaban emocionados. Mientras las palabras de la ceremonia nupcial flotaban en el aire, el ambiente les parecía todo un sueño.
De una cosa estaban seguros, o creían estar seguros: iban a vivir el resto de su vida juntos, en un mar de felicidad. En ese momento se deleitaban en los embriagadores sentimientos que alimentarían su amor para siempre.
Escucharon que el ministro decía: “María, ¿aceptas a este hombre, Guillermo, como tu legítimo esposo . . .?” “Y tú, Guillermo, ¿aceptas a esta mujer, María, como tu legítima esposa . . .?”
También escucharon: “Ahora, los declaro marido y mujer. El novio puede besar a la novia”. El salón se llenó de “¡ohhhhs!” y “¡ahhhhs!”, y muchas de las parejas casadas recordaron sus propias ceremonias matrimoniales al presenciar tan romántica escena. Guillermo y María se abrazaron suavemente, se besaron y sonrieron y luego empezaron a caminar apresuradamente por el pasillo, en medio de las expresiones jubilosas y los buenos deseos de los concurrentes.
Al menos durante los seis primeros meses Guillermo y María estuvieron en las nubes, pero gradualmente comenzaron a experimentar lo mismo que todos los matrimonios: la familiaridad. Empezaron a darse cuenta de los defectos del otro, lo que se sumó a las grandes presiones laborales y familiares que ya tenían. Habían olvidado ciertas claves indispensables para el éxito matrimonial.
Adelantémonos a su décimo aniversario
En el décimo aniversario de su boda, Guillermo y María estaban más felices que nunca. Habían pasado muchos momentos de calidad juntos, incluso saliendo solos como pareja, y se manifestaban amor y respeto mutuos. Pero echemos una mirada retrospectiva y veamos qué pasaba con ellos dos años antes de esta fecha.
Solo dos años antes, su matrimonio se hallaba en serios problemas y estaban contemplando una separación y hasta un posible divorcio. Afortunadamente, sus hijos, de 7 y 5 años, les hicieron replantearse el divorcio y ambos decidieron buscar consejería matrimonial e intentar arreglar sus diferencias.
Y aunque el cambio no ocurrió de la noche a la mañana, comenzaron a trabajar en su relación matrimonial, especialmente por el bienestar de sus hijos. Se dieron cuenta de que había ciertas claves que podrían abrir la puerta a un matrimonio más dichoso y se asombraron al enterarse de que un matrimonio feliz, al igual que una vida feliz, exige mucho esfuerzo. Guillermo y María prácticamente se obligaron a ser felices.
Cómo revertir un mal matrimonio
Existen enemigos muy sutiles de un matrimonio feliz, como el egoísmo corrosivo y perjudicial, la convicción de tener la razón todo el tiempo y el enfoque en las debilidades y no en las fortalezas del cónyuge. Cierto día, Guillermo y María despertaron y se dieron cuenta de que debían y podían hacer que su matrimonio funcionara; aceptaron sus responsabilidades hacia el otro e hicieron que su matrimonio fuera un éxito.
¿Por qué algunos matrimonios se revitalizan y sobreviven, mientras que otros se sumen en lo que parece ser una espiral inescapable de infelicidad, separación y divorcio? ¿Cómo puede usted derrotar a los numerosos enemigos naturales de un matrimonio dichoso?
En este artículo exploraremos cinco claves para un matrimonio feliz. Los matrimonios felices se hacen, no nacen. Estas cinco claves le otorgarán la solución, siempre y cuando las ponga en práctica. ¡Usted sí puede derrotar a los enemigos más comunes de la felicidad conyugal!
1. Darse cuenta de que el verdadero amor es más que enamoramiento y atracción física.
Uno de los grandes errores que dos personas pueden cometer, especialmente si son jóvenes, es confundir el enamoramiento con el verdadero amor. El enamoramiento es la poderosa atracción, o elixir del amor, que hace que el hombre y la mujer se gusten. El verdadero amor no es un sentimiento de carácter sexual que súbitamente exige ser satisfecho, ni el deseo romántico de estar con la otra persona. Dichos sentimientos no se basan en el verdadero amor, aunque existen y pueden crecer progresivamente hasta llegar a convertirse en verdadero amor. Dios creó el impulso sexual y la atracción mutua entre hombre y mujer, y este “cóctel” amoroso es el que permite que ambos sientan el deseo de estar juntos.
Cuando un hombre y una mujer se atraen y de repente se vuelven inexplicablemente idealistas y eufóricos, es porque están experimentando el enamoramiento, una condición amorosa común a todos los hombres y mujeres en algún momento de su vida.
En su libro The Truth About Love [La verdad en cuanto al amor], la Dra. Pat Love, terapeuta matrimonial y familiar y también consejera en asuntos de relaciones interpersonales, se refiere a las diferencias entre el impulso sexual común y corriente, el enamoramiento y el amor:
“Para empezar, es importante distinguir entre enamoramiento e impulso sexual, el cual es simplemente el deseo urgente de gratificación sexual. Los seres humanos pueden sentir la apremiante necesidad de tener relaciones sexuales con alguien sin que exista entre ellos ningún interés romántico. Cuando usted se excita, cualquier compañero sexual puede brindarle satisfacción sexual.
“El enamoramiento es diferente: uno puede sentirse atraído por varias personas, pero solo se enamora de una a la vez. El enamoramiento se caracteriza por la atención exclusiva que se deposita en una persona en particular. Cuando uno se enamora de alguien, solamente esa persona puede brindarle esos eufóricos sentimientos de ‘estar enamorado’ . . .
“El enamoramiento es simplemente la primera etapa del amor. No se debe confundir esta oleada emocional pasajera con una condición permanente, ni con el verdadero amor” (pp. 27, 31).
El verdadero amor comienza después del arrobador estado de enamoramiento, cuando la novedad se esfuma y la familiaridad se hace presente. Algunos cónyuges se sienten muy confundidos en esta etapa, asumiendo erróneamente que escogieron a la pareja equivocada. De hecho, este es el momento de la relación matrimonial en que la realidad se revela con toda su fuerza, y este proceso es común a todos los matrimonios.
El Creador une a dos personas mediante la química natural de sus cuerpos. A partir de ese momento, el esposo y la esposa deben comenzar a trabajar para tener un matrimonio feliz. El verdadero amor se genera en la sabiduría, la experiencia y la preocupación desinteresada por la otra persona, y cuando ambos cónyuges establecen una relación compartida en la cual cada uno se entrega generosamente a su pareja y al matrimonio.
2. Utilice respuestas amables
Puede que en estos tiempos parezca algo trivial, pero la cortesía y la amabilidad producen magníficos resultados. Los esposos pueden mejorar considerablemente su relación si se responden con gentileza y expresan mutuamente sus buenos deseos por el bienestar del otro.
(Los medios de comunicación modernos pueden darnos la impresión opuesta, ya que en su intento por influenciar al público con ideas “modernas” y antibíblicas sobre el matrimonio, fijan nuestra atención en relaciones disfuncionales y a menudo muy extrañas).
Aun cuando existen muchas expresiones amables que ambos cónyuges pueden usar para dirigirse a su pareja, nos vamos a referir solo a tres de ellas: “por favor”, “lo siento”, y “gracias”. ¿Parecen muy simples? En realidad son muy simples, pero a menudo, muy difíciles de expresar.
Por favor. Un esposo puede jactarse de ser el jefe del hogar, pero al hacerlo corre el riesgo de alejar a su esposa y a sus hijos. Ellos pueden hacer caso a sus exigencias, pero en lo profundo de su corazón tal vez resientan su proceder. Las personas responden mejor si uno les pide que hagan algo anteponiendo o agregando un “por favor” a la solicitud.
Las esposas parecen estar más predispuestas que los esposos a decir “por favor”, tal vez porque las mujeres son más maternales, como Dios lo diseñó. Pero sin importar si usted es hombre o mujer, si quiere que su cónyuge responda favorablemente a sus solicitudes (nótese, “solicitudes” y no “órdenes”), agregue al final un “por favor”. Esto hará maravillas por su matrimonio, y hasta puede que usted consiga lo que desea.
Lo siento. Cuando usted le dice a su cónyuge que siente mucho que las cosas no terminaran bien la última vez que discutieron, de inmediato muestra sensibilidad, preocupación y respeto por ella o por él. Claro que estamos suponiendo que usted realmente lo siente así y que no está diciendo esto solo por decirlo, para manipular o controlar a su pareja.
La sabiduría convencional afirma que cuando uno le dice “lo siento” a su cónyuge, solo está alentando su actitud egoísta. Esto podría ser cierto, pero aún si así fuera, pronunciar estas palabras le brinda a uno paz mental y le da a la otra persona un buen ejemplo. Algunas personas simplemente tienen más dificultades para admitir que están o estaban equivocadas.
Tome en cuenta lo siguiente: dos errores no hacen un acierto, y nadie puede tener la razón cada vez que surge un problema. Si uno está tratando de seguir los principios bíblicos después de un desacuerdo, quiere decir que está intentando hacer las paces. ¡Dios ama a los pacificadores, porque ellos heredarán la Tierra como hijos de Dios! (Mateo 5:5, 9).
La paz no se produce espontáneamente, sino que debe ser buscada con ahínco, teniendo siempre a Dios en mente: “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18). Decir “lo siento” a su ser querido no va a disminuirlo a usted como persona, sino por el contrario, le dará paz, lo hará ser más feliz y ayudará a su pareja.
Gracias. Otra expresión cariñosa que cualquier persona puede usar abundantemente cuando se dirige a su ser amado es “gracias”. ¿Cuántas veces al día tenemos esta oportunidad? Cuando usted dice “gracias”, dígalo de corazón. Pocos actos son más gratificantes que mostrar una actitud agradecida, especialmente cuando se trata de nuestro cónyuge.
Algunas de las cosas más insignificantes de la vida son las que brindan los mayores beneficios. La gente reacciona muy bien ante una persona que le da las gracias por lo que ha hecho o está haciendo y, por extraño que parezca, los seres humanos a veces valoran un simple “¡gracias!” mucho más que el dinero. Todos necesitamos ser apreciados y respetados.
Cuando su esposa limpie la cocina, recuerde decirle “gracias”. Cuando ella lave su ropa, recuerde decirle “gracias”. Cuando ella prepare una comida, no olvide decirle “gracias”. Cuando ella trabaje duro para satisfacer las necesidades de la familia, dígale “gracias”.
Dígale a su esposo “gracias” cuando corte el pasto y cuando la ayude con la compra de comestibles; si él le ayuda a poner la mesa o a despejarla, dígale “gracias”; cuando él haga algo especial o divertido por la familia, dígale “gracias”.
Dios ama la gratitud, y cuando somos genuinamente agradecidos es más fácil para los demás querernos y respetarnos. Ser agradecidos a Dios por sus muchas bendiciones allana el camino a la vida eterna. Es imposible vivir esta vida como ermitaños y sin Dios; todos necesitamos ayuda, y esa ayuda siempre proviene de los demás.
Una actitud agradecida es muy importante en nuestras vidas, pero nunca tan importante como en nuestros matrimonios. Muéstrele a su cónyuge que usted sí se preocupa por él o por ella con estas respuestas amables.
3. Asegúrese de que su comunicación diga “sí me importa”
¿Le muestra usted preocupación a su pareja cuando se comunica con ella? Puede que esto le parezca tan trivial, que llegue a descartarlo sin siquiera tomarlo en cuenta. Pero ello sería un gran error, porque la buena comunicación con su cónyuge prueba que usted está escuchándolo y mostrándole respeto.
Cuando su pareja le está contando algo, esfuércese por no ignorarla; por el contrario, tómese el tiempo necesario y muestre interés en lo que le está diciendo, ya que para ella es muy importante. Y no hay nada malo si usted como oyente le hace preguntas para aclarar lo que ella está diciendo, porque así pueden mantener una conversación sana y constructiva.
El reconocimiento activo también es de gran ayuda. A menudo, yo le respondo a mi esposa con un “sí, así es”, o “estoy escuchando”, o “entiendo”. A veces le digo “¿podrías darme más detalles al respecto?” para animarla a expresar plenamente sus sentimientos. Estas son excelentes demostraciones de respeto y preocupación por nuestro cónyuge.
Los hábitos de buena comunicación producen matrimonios más felices y su cónyuge lo amará más por escucharlo, por mostrarle empatía e intentar comprenderlo.
Su matrimonio se afianzará aún más si su comunicación expresa lo siguiente: “Me preocupa mucho tu bienestar. Eres muy importante para mí”. Asegúrese de que su manera de comunicarse le muestre a su ser querido cuánto lo ama.
4. Permita que su matrimonio madure
La Biblia habla de manera clara y enfática sobre la madurez que se espera de nosotros, pero dicha madurez requiere paciencia. Nosotros en cambio, tal vez por nuestra naturaleza egoísta, casi siempre buscamos la gratificación instantánea; sin embargo, la paciencia produce maravillas si le permitimos voluntariamente obrar en nuestras vidas y es algo que todos deberíamos hacer.
¿Es usted acaso como aquella persona que le pidió muchas cosas a Dios, para concluir exigiéndole: “Dios, dame paciencia, ¡pero dámela ahora mismo!”? Casi todos entendemos que la paciencia no se produce de la noche a la mañana, sino que se desarrolla a lo largo de toda una vida de experiencias, algunas buenas, otras malas. Aprendemos paciencia mediante la fe y la esperanza en Dios, basándonos en sus promesas.
No hay ninguna instancia mejor ni más apropiada para desarrollar madurez y paciencia que el matrimonio. Cuando un hombre y una mujer se enfrentan y sus diferencias provocan chispas, la paciencia es la última cosa en la que piensan. Más tarde, cuando esas chispas caen al suelo, pueden quemarlos a ellos mismos (1 Corintios 3:13-15). En otras palabras, si nos negamos a reconocer la importancia de la paciencia para tener un matrimonio feliz, éste no madurará según Dios lo diseñó.
Lamentablemente, muchas parejas no toman en cuenta la necesidad de permitir que sus matrimonios maduren, y simplemente asumen que siempre estarán en la cúspide del enamoramiento. No se dan cuenta o no aceptan que cuando la novedad se acabe, la verdad los golpeará duro. Cincuenta por ciento de todos los matrimonios son incapaces de enfrentar la verdad, y la verdad acerca del matrimonio es la misma de todas las relaciones felices: es imprescindible dar y recibir, no solamente recibir.
Dios nos anima a tener paciencia: “. . . y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada” (Santiago 1:4, La Biblia de las Américas). La paciencia acompañada de madurez amortigua cualquier situación incómoda, especialmente cuando uno ha sido tratado injustamente, aunque no es fácil. Con la ayuda de Dios, usted y yo podemos aprender a permitir que la paciencia haga su obra en nosotros.
No se deje dominar por el deseo de la gratificación instantánea. Dios quiere que seamos pacientes con nuestro cónyuge; permita que él sea su mejor amigo; muéstrense respeto mutuo; ejerciten la paciencia; permitan que su matrimonio madure.
5. Esfuércense por reavivar su matrimonio
Yo he sido testigo de la sanidad y restauración de matrimonios que parecían estar irremisiblemente condenados al divorcio. Una pareja en particular (los llamaremos Jorge y Elena) estaba convencida de que el matrimonio era su única salida y que sus antiguos sentimientos de amor se habían apagado y ya no tenían remedio.
Mis sesiones de consejería con ellos comenzaron con conversaciones triviales acerca del clima, noticias y cosas así. Después hablamos acerca de cuánto tiempo llevaban casados, de lo que los había unido, de sus hijos, sus trabajos, sus familiares y amigos. Esto tomó algún tiempo, pero mientras más nos comunicábamos, más se relajaban. A medida que avanzábamos, comenzamos a buscar gustos en común.
A continuación nos referimos a los primeros tiempos de su relación, cuando estaban muy enamorados y llegaban fácilmente a acuerdos mutuos, y cómo y por qué esto les parecía algo natural. Después de conversar sobre los buenos tiempos, comenzamos a analizar los tiempos no tan buenos, cuando se dieron cuenta de que les disgustaba la opinión del otro. Aunque esto fue muy incómodo para ellos, hablaron abiertamente sobre las ocasiones en que discutían y por qué lo hacían.
Su comunicación interactiva empezó a manifestar la familiaridad que se había instalado en su relación. Ya se daban por sentados, y no hubo más rosas, no más encuentros en la puerta, no más arrullos en la cama, no más café ni conversación por las mañanas.
Se acabaron los abrazos y besos, las manos entrelazadas, el sentarse lado a lado en el sofá para ver televisión o leer un libro, los pensamientos cariñosos expresados día a día con un “te quiero, mi amor”, o “que tengas un buen día”, o “te llamaré para ver cómo te ha ido”.
Finalmente, les pedí que escribieran una cosa que querían que su cónyuge cambiara, y por qué. También les pedí que salieran una vez a la semana como lo hacían antes de casarse, ya que parte de sus problemas tenían que ver con la falta de tiempo: él estaba consumido por su trabajo, y ella por los niños y el trabajo doméstico.
¡La siguiente visita fue increíble! Llegaron con una actitud completamente cambiada y estuvieron conversando, sonriendo y riéndose, lo cual me animó mucho.
Comenzaron a salir como pareja una vez a la semana, y antes de que se dieran cuenta, se encontraron más felices de lo que habían estado en años. ¡Jorge y Elena empezaron a disfrutar nuevamente su mutua compañía, y reavivaron su matrimonio!
¡Usted fue diseñado para tener un matrimonio feliz!
¿Sabía usted que fuimos creados y diseñados para tener matrimonios felices? Dios nos creó para someternos mutuamente, y dijo que el deseo de la esposa debía ser para su marido (Génesis 3:16) y que el deseo del hombre de cuidar a su esposa debía ser comparable al amor de Jesucristo por la Iglesia (Efesios 5:25-28).
Debemos darnos cuenta y recordar que el primer paso hacia el matrimonio es la química del “cóctel del amor” dada por Dios, seguida por el enamoramiento y una condición posterior en que se supera el embeleso inicial. Esta tercera etapa es el período de “realidad”, aquel que Dios nos ha dado para añadir amor al respeto mutuo.
Las cinco claves para un matrimonio feliz o más feliz merecen dedicarles nuestro tiempo y esfuerzo, porque ayudan a abrir la puerta a las bendiciones maritales. ¡Usted puede hacerlo! El amor verdadero, inteligente, sensible y esforzado es la base del magnífico propósito del matrimonio, que Dios diseñó para toda la humanidad ahora y para siempre.
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