“Sea puesta mi oración delante de ti como incienso, el alzar de mis manos como la ofrenda de la tarde” (Salmos 141:2).
El orar es como encender una vara de incienso, y después dejar que el humo se eleve en el aire hasta que llene el cuarto con su fragancia.
Así es también con la oración. Dios tiene una relación con nosotros que dura toda la vida, no sólo como amigo, sino como nuestro Padre amoroso. Nuestro Padre está extremadamente bien relacionado y tiene una provisión ilimitada de todas las cosas, así que no tiene que considerar el costo de nuestras necesidades para ver si las puede solventar o pagar en estos momentos.
¿Por qué nos dice Jesús que no nos cansemos de orar, sino que perseveremos en la fe?
La oración es una audiencia privada con el Señor, una oportunidad para hacerle cualquier pregunta, para saber el por qué de algo que haya ocurrido y para pedir ayuda y provisión al Ser más rico, más poderoso y con más conocimientos de toda la creación.
Lo que estamos autorizados a hacer mientras oramos, y lo que resulta de nuestras oraciones, no sucede de otra forma, ni le sucede a ninguna otra persona. Podemos hacer todas las cosas mediante el Señor, cosas que no tenemos ninguna esperanza de hacer sin Él.
Así que para ser efectivos en nuestra oración, necesitaremos aprender algunas lecciones importantes respecto a esto que llamamos oración. ¿Qué clase de actividad es ésta?
Una primera lección que podemos aprender respecto a la oración es que trata con lo que es imposible para nosotros lograr por nuestros propios medios. Con la oración entramos al terreno de lo que no podemos hacer y no podemos cambiar, donde nuestra única esperanza es la intervención del Señor (Lucas 18:27). Por muy obvio que suene, es una verdad muy fácil de olvidar.
Nuestra tendencia es evaluar una situación: calculando el cociente de las posibilidades y decidiendo qué es lo más probable que suceda. Si cambiar algo con nuestras propias fuerzas está sólo un poquito fuera de nuestro alcance, o una insignificancia más allá de nuestras habilidades, le agregamos oración como darle un pequeño giro a una bola de boliche. Podemos equivocadamente tratar la oración como un seguro adicional, un pequeño “extra que no hace daño”.
Un giro puede ayudarnos a derribar más pinos, pero no es necesario.
En otras palabras, si no tenemos cuidado de contraatacar esta tendencia natural, vamos a terminar orando sólo por las situaciones en las que creemos que hay una buena posibilidad de que algo suceda por sí mismo, sin requerir la intervención de Dios.
Así, aun cuando el Señor conteste nuestra oración, no parece gran cosa porque ya nos habíamos imaginado que la situación podía resolverse sola. Pero si oramos por circunstancias y necesidades que no tienen esperanza sin el toque de Jesús, en realidad veremos más respuestas y aumentará nuestra fe para orar por situaciones aún más imposibles.
Hoy llegaré en Audiencia con el Señor y se que él me oirá.
Señor, Gracias por recibirme ante tu trono a través de la oración. Me humillo ante ti. En el Nombre de Jesús. Amén.
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