viernes, 2 de octubre de 2020

Boda

 En un domingo, septiembre 19 de 1746, el renombrado teólogo Jonathan Edwards predicó el sermón de instalación del reverendo Samuel Buel, nombrado pastor de la congregación de East Hampton en Long Island (lo que hoy es la ciudad de Nueva York). ¿Cómo le fue a Samuel Buel de pastor? la historia no nos dice. Lo que sí ha quedado como ilustrísimo monumento es el sermón que Edwards predicó ese día.


¿Qué es y qué hace un pastor? Este es el tema que nos interesa. ¿Tendrá vigencia lo que fue dicho en tiempos coloniales para nosotros hoy en el siglo electrónico? Si interpretó correctamente el sentir bíblico, no sólo tendrá vigencia sino mucho que enseñarnos en estos días confusos y turbulentos.

Edwards basó su sermón en Isaías 62:4-5, un pasaje que a primera vista no parece tener nada que ver con el pastorado: “Tu tierra será desposada. Pues como el joven desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo.” En su exposición Edwards demuestra que este texto se refiere a los pastores. Presentamos a continuación los puntos claves del sermón de Edwards:

Introducción

¿Cómo hemos de entender esta unión tan particular de la Iglesia con sus Hijos y con Dios? ¿Qué es esta boda de que se habla? ¿A qué se refiere todo este asunto?

Los ministros o pastores de Dios, a pesar de que son puestos para ser instructores, guías, y padres del pueblo de Dios, son a su vez hijos que han salido de la iglesia (Amos 2:11: Y levanté de vuestros hijos para profetas, y de vuestros jóvenes para que fuesen nazareos.” (ver también Lam 4:2,7; Isaías 51:18.).

Es evidente que estos hijos de la iglesia se refieren a ministros o pastores por el texto que sigue: “Sobre tus muros, O Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás.” Los hijos de la iglesia se casan con ella, parecido a un joven que se casa con una virgen y esto no es un misterio muy distinto a otros que se encuentran en la Biblia.

Por ejemplo, es parecido a la misteriosa relación que existe ente Cristo y su pueblo; luego a la relación especial que hay entre creyentes con otros creyentes. No es más misterioso de que Cristo sea el Señor de David, a la misma vez que es su hijo; Él es el vástago que retornará, raíz de la cual viene David (Isaías 11:1), y a la vez que es su descendiente. Cristo es, como nos narra Isaías 9, “Hijo nacido a la vez que es Hijo dado, y el Padre Eterno”.

La Iglesia es la madre de Cristo (Cantares 3:11 y 8:1), a la vez que es la esposa, la hermana, y la hija de Él. Como creyentes somos la madre de Cristo, y también sus hermanas y hermanos (Lu 8:21). Los pastores son hijos de la iglesia a la vez que padres de ella. Es así que el Apóstol Pablo dice que es el padre de los miembros de la iglesia de Corinto, a la vez que es la madre de los Gálatas, quien sufre dolores de parto por ellos (Ga 4:19).

La promesa es que la Iglesia se casa con Cristo: “como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Is. 62:5). Por este texto no entendamos que la iglesia tiene muchos maridos, o que Cristo es uno de los esposos y los pastores son otros esposos. No es así, puesto que aunque habla de los pastores como si estuvieran casados con la iglesia, sin embargo no es como si estuvieran en competencia con Cristo, ni que ellos están en la misma relación conyugal.

La iglesia, propiamente hablando, tiene sólo un esposo; ella no es adúltera, sino que es una virgen desposada con el Cordero, siguiéndole a Él donde quiera que Él le guíe. Los ministros o pastores son simplemente los embajadores de Cristo, que le representan a Él, y protegen a la iglesia en nombre de Él, hasta que llegue el glorioso día de la Boda del Cordero con su iglesia (Apocalipsis 19); Por tanto:

“Cuando un pastor propiamente se casa con una iglesia, la relación es igual a la de un hombre que se casa con una virgen.”

La exposición de Edwards tiene que ver con el rol, o el quehacer, o el cargo de un pastor. Lo podremos entender bajo las siguientes propuestas:

A) El pastor que es llamado por Dios le servirá como un embajador

Edwards dice que el ministro debe estar “propiamente llamado”, en sentido de las credenciales divinas esenciales para el cargo de embajador de Cristo. Al decir “propiamente llamado” quiere diferenciar entre aquel que en verdad es llamado por Dios y apartado por Él para hacerse cargo de la “novia” del Cordero, y otro que no tiene tal llamado ni tal comprensión de lo que es la Iglesia ni qué significa servir al Señor.

Desea ser pastor por interés propio, por el prestigio de tener tal cargo, o por beneficios personales que supone tal cargo le dará. Se auto-nombra pastor, pero no tiene esas credenciales especiales de Embajador de Dios, pues Él no los ha llamado ni nombrado.

Para servir a la iglesia de Jesucristo, ha de tener el respaldo divino —igual que un embajador—pues, como indica el pasaje de Isaías, Dios desea darle a Su Iglesia ministros consagrados y capaces como fruto del amor tan grande que Él tiene para ella. Su propósito es derramar gran bendición y gloria espiritual sobre esa agrupación particular de su Iglesia universal.

Ya que Su deseo es que la “gente” del mundo y los “reyes” de la tierra vean la “justicia” y “gloria” de Dios a través de Su iglesia, y que ésta sea “corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (vs.2-3), el embajador ha de ser escogido y empoderado por el mismo Señor de la Iglesia. Al no ser así, no habrá ni la bendición ni la gloria espiritual que Dios desea darle a la iglesia.

B) El pastor que es llamado por Dios recibirá sus credenciales de lo alto

En segundo lugar, al decir “propiamente llamado” se trata de las credenciales espirituales que Dios da al pastor. Estas no le vienen porque hombres han impuesto sus manos sobre él, como se suele hacer al seguir ciertas tradiciones u observando ciertas costumbres eclesiásticas.

Hay que cuidar que en tales actos de consagración se sigan normas que sean aceptables a Dios, ya que el ministro es representante de Él y no de los hombres (ver Valores de un Pastorado Integral). Su nombramiento a una iglesia debe hacerse en conformidad al criterio divino, de forma santa, pura, y de corazón abierto ante Dios.

Si en verdad el ministro es hombre de Dios, nombrado por Él para servir a una congregación, ha de esperarse un acompañamiento correspondiente de bendición que viene de parte de Dios.

En tal caso, han de haber grandes expectativas espirituales tanto por parte del pastor como por parte de la congregación. Por esto, el pastor tomará su cargo responsablemente. Por su parte, la congregación lo recibirá como el enviado de Dios. Sólo así habrá ese tipo de unión que se asemeja a la de un desposado con su novia.

C) El pastor que es llamado por Dios amará a la Iglesia

El que propiamente es llamado por Dios (en el sentido espiritual de que hablamos) evidenciará un amor genuino por toda la iglesia de Cristo, no importa a donde esta esté, ni de qué denominación sea la iglesia.

Reconoce a toda Iglesia evangélica como objeto especial del amor de Jesucristo. Por tanto él también la amará, y sentirá responsabilidad especial de ayudar a su membrecía y a servirla. Ya que es embajador y representante especial del Esposo, ha de ser recibido y escuchado con toda la dignidad correspondiente.

Sin embargo, aunque debe amar a toda la iglesia, su preocupación especial será para con la congregación particular a la cual él ha sido llamado. Como encargado en nombre de Cristo Jesús, ha de entregarse a esa iglesia, trabajar por ella, amarla, honrarla, confortarla en tiempos malos como en buenos, y velar por su bien —tanto espiritual como material— sin egoísmo, igual que cualquier esposo haría con la novia con que se ha casado.

Para usar otro simbolismo, el pastor no sólo es “esposo” de la iglesia, pero también es el “ángel” de la iglesia (Ap. 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14), en el sentido que los ángeles son ministros especiales de Dios para hacer todo lo que Él les ordena. Igualmente podríamos dar la interpretación a Apocalipsis 14:6 de que el “ángel” allí nombrado representa a todos los pastores (desde la ascensión de Cristo hasta Su retorno) a los cuales Él entregó el mensaje del “evangelio para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo.”

D) El pastor que es llamado por Dios llenará de gozo a la Iglesia

Cuando propiamente ha habido la unión de un pastor con la iglesia, el resultado es parecido a la unión de un hombre con una mujer. Hay afecto mutuo y evidencia de amor. Los dos se llevan con cariño especial, se aman de corazón. El esposo se entrega a la novia con toda limpieza y pureza, igual que ella se presenta a él en la pureza de su virginidad.

Es así que un ministro llamado por Dios, que entiende su rol, se entrega a la iglesia. No es motivado por ganancia ni por ventajas personales, fueran cuales fueran, sino por amor sincero y afecto puro. La congregación igualmente le presta su estima y afecto santo, no porque lo admiran como hombre o por su sabiduría, capacidad o elocuencia, sino como aquel que viene como mensajero del Dios Altísimo, llegando a ellos con una encomienda especial del cielo, y con las calificaciones santas que reflejan las virtudes del mismo Cordero de Dios.

Así como en el pacto matrimonial el desposado y la novia se entregan el uno al otro, igualmente en nombre de Cristo el pastor se entrega a la congregación, con votos sinceros, prometiendo a ellos ser fiel pastor ante Dios mientras tanto el Señor en su providencia le permita servirlos. Ellos, a su vez, en votos santos le entregan el cuidado de sus almas, y se someten a su sagrada dirección, atentos a sus enseñanzas, las cuales han de ser bíblicas y correctas, si es que en verdad representa a Dios.

Tal unión produce gran gozo. El pastor se entrega a su trabajo, dispuesto a dar todo lo que es y tiene para el bien de la congregación, y ellos se dedican a escucharlo y a recibir con gozo las instrucciones y enseñanzas que Dios da a través de él. Así ambos llegan a ser de gozo mutuo, como decía el apóstol Pablo: “Para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros” (Ro. 15:32) y “como también en parte habéis entendido que somos vuestra gloria, así como también vosotros la nuestra” (2 Co. 1:14).

E) El pastor que es llamado por Dios velará por el bien espiritual de la Iglesia

Otro beneficio de esta unión es que el pastor, con la bendición de Dios, busca la manera de fortalecer, nutrir, ministrar, y promover el bien espiritual de cada miembro. Les advierte de los peligros, les muestra los delicados pastos, los protege del engaño, los llena de la Palabra, buscando la paz y prosperidad espiritual de ellos.

A su vez la congregación, sintiéndose satisfecha, busca la manera de que el pastor esté contento con ellos, supliéndole cuantas cosas sean esenciales para su comodidad, aliviándole las cargas materiales para que pueda seguir ministrándoles con gozo y bien.

Cuando el pastor cruza por valles difíciles ministrándoles a ellos, la congregación lo respaldan y se unen a él para animarle, como hicieron los creyentes de la antigüedad: “Levántate, porque esta es tu obligación, y nosotros estaremos contigo; esfuérzate y pon mano a la obra” (Esd. 10: 4).

Es así que se establece entre pastor y congregación una feliz unión. Cuando el pueblo sufre, el pastor sufre con ellos. Cuando ve sus almas afligidas, él se siente afligido. Como dijera el apóstol: “¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Corintios 11:29); “Hemos sido consolados con vuestra consolación” (2 Corintios 7:13). Por su parte, la congregación también entra en las pruebas de él: “Bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Filipenses 4:14), “para que cuando llegue no tenga tristeza de parte de aquellos de quienes me debiera gozar” (2 Corintios 2: 3).

F) El pastor que es llamado por Dios estimulará a la Iglesia a tener muchos hijos

Finalmente, cuando propiamente ha habido una unión de pastor con congregación, se verán los frutos, igual que cuando un matrimonio se casa. Hay fruto particular. No sólo se siente el pastor animado y gozoso con su relación con la congregación pero, al verles crecer en gracia, conocimiento y en obediencia a Dios, comienza a ver entre ellos avance espiritual y vidas cambiadas, las primicias del fruto palpable de su ministerio.

En cuanto a la congregación, al verse satisfecha con lo que recibe en bienes espirituales, se siente con ánimo hacia el pastor y desea bendecirle palpablemente como ven a bien. Así hay gozo y gran provecho de ambas partes.

Pero el fruto no termina ahí. Bajo esta hermosa unión de pastor con congregación, y la obediencia de ambos a Dios, se comienza a ver almas en el vecindario tocadas por el Espíritu de Dios. La iglesia comienza a evidenciar los beneficios de programas de evangelismo. Los vecinos se convierten.

Se ve la riqueza del discipulado entre los nuevos creyentes (Ver: Jesús como hacedor de discípulos). El sentir en la iglesia lo expresa Isaías: “Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca tuvo parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová” (Is 54: 1). También 1 Pedro 2: 2: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”.


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