En un domingo, septiembre 19 de 1746, el renombrado teólogo Jonathan Edwards predicó el sermón de instalación del reverendo Samuel Buel, nombrado pastor de la congregación de East Hampton en Long Island (lo que hoy es la ciudad de Nueva York). ¿Cómo le fue a Samuel Buel de pastor? la historia no nos dice. Lo que sí ha quedado como ilustrísimo monumento es el sermón que Edwards predicó ese día.
¿Qué es y qué hace un pastor? Este es el tema que nos interesa. ¿Tendrá vigencia lo que fue dicho en tiempos coloniales para nosotros hoy en el siglo electrónico? Si interpretó correctamente el sentir bíblico, no sólo tendrá vigencia sino mucho que enseñarnos en estos días confusos y turbulentos.
Edwards basó su sermón en Isaías 62:4-5, un pasaje que a primera vista no parece tener nada que ver con el pastorado: “Tu tierra será desposada. Pues como el joven desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo.” En su exposición Edwards demuestra que este texto se refiere a los pastores. Presentamos a continuación los puntos claves del sermón de Edwards:
Introducción
¿Cómo hemos de entender esta unión tan particular de la Iglesia con sus Hijos y con Dios? ¿Qué es esta boda de que se habla? ¿A qué se refiere todo este asunto?
Los ministros o pastores de Dios, a pesar de que son puestos para ser instructores, guías, y padres del pueblo de Dios, son a su vez hijos que han salido de la iglesia (Amos 2:11: Y levanté de vuestros hijos para profetas, y de vuestros jóvenes para que fuesen nazareos.” (ver también Lam 4:2,7; Isaías 51:18.).
Es evidente que estos hijos de la iglesia se refieren a ministros o pastores por el texto que sigue: “Sobre tus muros, O Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás.” Los hijos de la iglesia se casan con ella, parecido a un joven que se casa con una virgen y esto no es un misterio muy distinto a otros que se encuentran en la Biblia.
Por ejemplo, es parecido a la misteriosa relación que existe ente Cristo y su pueblo; luego a la relación especial que hay entre creyentes con otros creyentes. No es más misterioso de que Cristo sea el Señor de David, a la misma vez que es su hijo; Él es el vástago que retornará, raíz de la cual viene David (Isaías 11:1), y a la vez que es su descendiente. Cristo es, como nos narra Isaías 9, “Hijo nacido a la vez que es Hijo dado, y el Padre Eterno”.
La Iglesia es la madre de Cristo (Cantares 3:11 y 8:1), a la vez que es la esposa, la hermana, y la hija de Él. Como creyentes somos la madre de Cristo, y también sus hermanas y hermanos (Lu 8:21). Los pastores son hijos de la iglesia a la vez que padres de ella. Es así que el Apóstol Pablo dice que es el padre de los miembros de la iglesia de Corinto, a la vez que es la madre de los Gálatas, quien sufre dolores de parto por ellos (Ga 4:19).
La promesa es que la Iglesia se casa con Cristo: “como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Is. 62:5). Por este texto no entendamos que la iglesia tiene muchos maridos, o que Cristo es uno de los esposos y los pastores son otros esposos. No es así, puesto que aunque habla de los pastores como si estuvieran casados con la iglesia, sin embargo no es como si estuvieran en competencia con Cristo, ni que ellos están en la misma relación conyugal.
La iglesia, propiamente hablando, tiene sólo un esposo; ella no es adúltera, sino que es una virgen desposada con el Cordero, siguiéndole a Él donde quiera que Él le guíe. Los ministros o pastores son simplemente los embajadores de Cristo, que le representan a Él, y protegen a la iglesia en nombre de Él, hasta que llegue el glorioso día de la Boda del Cordero con su iglesia (Apocalipsis 19); Por tanto:
“Cuando un pastor propiamente se casa con una iglesia, la relación es igual a la de un hombre que se casa con una virgen.”
La exposición de Edwards tiene que ver con el rol, o el quehacer, o el cargo de un pastor. Lo podremos entender bajo las siguientes propuestas:
A) El pastor que es llamado por Dios le servirá como un embajador
Edwards dice que el ministro debe estar “propiamente llamado”, en sentido de las credenciales divinas esenciales para el cargo de embajador de Cristo. Al decir “propiamente llamado” quiere diferenciar entre aquel que en verdad es llamado por Dios y apartado por Él para hacerse cargo de la “novia” del Cordero, y otro que no tiene tal llamado ni tal comprensión de lo que es la Iglesia ni qué significa servir al Señor.
Desea ser pastor por interés propio, por el prestigio de tener tal cargo, o por beneficios personales que supone tal cargo le dará. Se auto-nombra pastor, pero no tiene esas credenciales especiales de Embajador de Dios, pues Él no los ha llamado ni nombrado.
Para servir a la iglesia de Jesucristo, ha de tener el respaldo divino —igual que un embajador—pues, como indica el pasaje de Isaías, Dios desea darle a Su Iglesia ministros consagrados y capaces como fruto del amor tan grande que Él tiene para ella. Su propósito es derramar gran bendición y gloria espiritual sobre esa agrupación particular de su Iglesia universal.
Ya que Su deseo es que la “gente” del mundo y los “reyes” de la tierra vean la “justicia” y “gloria” de Dios a través de Su iglesia, y que ésta sea “corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (vs.2-3), el embajador ha de ser escogido y empoderado por el mismo Señor de la Iglesia. Al no ser así, no habrá ni la bendición ni la gloria espiritual que Dios desea darle a la iglesia.
B) El pastor que es llamado por Dios recibirá sus credenciales de lo alto
En segundo lugar, al decir “propiamente llamado” se trata de las credenciales espirituales que Dios da al pastor. Estas no le vienen porque hombres han impuesto sus manos sobre él, como se suele hacer al seguir ciertas tradiciones u observando ciertas costumbres eclesiásticas.
Hay que cuidar que en tales actos de consagración se sigan normas que sean aceptables a Dios, ya que el ministro es representante de Él y no de los hombres (ver Valores de un Pastorado Integral). Su nombramiento a una iglesia debe hacerse en conformidad al criterio divino, de forma santa, pura, y de corazón abierto ante Dios.
Si en verdad el ministro es hombre de Dios, nombrado por Él para servir a una congregación, ha de esperarse un acompañamiento correspondiente de bendición que viene de parte de Dios.
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