Algunos héroes se hacen en un momento; otros son definidos por toda una vida. Ese fue sin duda el caso del líder cristiano del siglo cuarto, Atanasio, cuyo heroísmo fue demostrado a lo largo de muchas décadas por su firme negativa a hacer concesiones cuando las personas que había en todo su mundo se unieron contra él.
Atanasio ministró en Alejandría, Egipto, durante una época de transición épica dentro del Imperio Romano. El emperador Constantino recientemente había puesto fin a la persecución contra los cristianos, cambiando la situación social para ellos drásticamente.
La aceptación y el descanso recién encontrados de la iglesia, sin embargo, fueron breves debido a los errores subversivos de un falso maestro llamado Arrio. En juego estaba nada menos que el entendimiento bíblico de la deidad de Cristo y, por tanto, la doctrina de la Trinidad.
La doctrina de la deidad de Cristo siempre había sido una verdad esencial para la iglesia, desde la época de los apóstoles. Pero el hereje Arrio desafió de forma arrogante esa realidad, afirmando con descaro que el Hijo de Dios fue meramente un ser creado que era inferior y no igual a Dios Padre. Para establecer una comparación moderna, Arrio fue el testigo de Jehová original.
Negó la deidad de Cristo y, por tanto, destruyó el evangelio verdadero, cambiándolo por un sustituto condenatorio. Aunque sus puntos de vista fueron denunciados abrumadoramente en el Concilio de Nicea, en el año 325, siguieron siendo populares incluso después de su muerte en el año 336.
En el año 321, Atanasio (que entonces tenía solo veintitrés años de edad) comenzó a escribir contra las falsas enseñanzas de Arrio.
Siete años después, en el 328, se convirtió en el pastor de la iglesia en Alejandría, una de las ciudades más influyentes en el Imperio Romano.
Apropiadamente conocido como «el santo de la terquedad», Atanasio dedicó su vida y su ministerio de modo incansable a defender la deidad de Cristo y a derrotar la herejía arriana; pero esa postura valiente demostró ser costosa.
Los arrianos no solo eran populares, sino que también tenían poderosos aliados políticos, e incluso a Satanás, de su lado. Como resultado, la vida de Atanasio estaba constantemente en peligro.
Fue desterrado de Alejandría en cinco ocasiones, pasando un total de diecisiete años en el exilio; todo ello porque se negó firmemente a hacer concesiones. El inquebrantable pastor murió en el año 373, después de haber guardado con toda diligencia la sana doctrina durante más de medio siglo. Y el Señor recompensó su fidelidad, utilizando a Atanasio para mantener su dedo en el dique y retener la inundación de herejía en un momento crítico en la historia de la iglesia.
En los siglos desde entonces, un famoso dicho ha sido atribuido a Atanasio, aunque no puede demostrarse que él mismo lo dijese nunca. La frase en latín es Athanasius contra mundum. Significa «Atanasio contra el mundo» y tipifica de modo preciso su postura durante toda la vida contra los errores tan extendidos del arrianismo.
Aunque, a veces, parecía como si todo el Imperio Romano hubiera sido barrido por la falsa enseñanza, Atanasio no hizo concesiones. Durante aquellos largos años en el exilio, cuando se sentía casi completamente solo, se negó a ceder. Y eso es lo que le hizo ser héroe.
Enoc es considerado adecuadamente héroe por la misma razón: se mantuvo firme durante un largo período de tiempo. Al igual que Atanasio, se opuso con valentía a los falsos maestros de su época, confrontando con coraje las opiniones públicas de la sociedad en la que vivía (cp. Judas 14–15). Incluso en medio de una civilización corrupta y perversa (tan malvada que el Señor decidió destruirla en el diluvio), Enoc se negó a hacer concesiones.
A veces, sin duda se sintió solo, como si todo el mundo entero estuviese contra él; sin embargo, se mantuvo firme en el Señor. El autor de Hebreos resumió el legado de Enoc con estas profundas palabras: «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11.5). Sorprendentemente, lo hizo no solo durante varias décadas, ¡sino durante trescientos años!
UN HOMBRE QUE JAMÁS MURIÓ
Durante pasadas generaciones de historia humana, de los miles de millones de personas que han vivido en esta tierra solamente dos no murieron nunca. Aunque aquellos notables individuos estuvieron separados por muchos siglos, sus vidas comparten sorprendentes similitudes.
Ambos eran profetas de Dios; ambos advirtieron a los malvados del juicio que llegaría; ambos vivieron en una época en la que seguir al Señor era totalmente impopular; y ambos se fueron al cielo sin experimentar la muerte física.
El segundo de esos hombres, el profeta Elías, confrontó con valentía la adoración a los ídolos de su época, llamando y amenazando a Israel para que regresara al Dios verdadero. A veces, también se sintió solo, como si el mundo entero estuviese contra él (1 Reyes 19.10).
Sin embargo, permaneció fiel. Aunque vivió en constante peligro (y le habrían matado si hubiera sido capturado), Elías sobrevivió hasta que Dios envió un carro de fuego para transportarle a su hogar eterno. Un día, mientras el experimentado profeta iba caminando con su alumno Eliseo, «he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Reyes 2.11).
Mientras el asombrado Eliseo observaba boquiabierto, su estimado compañero fue arrebatado por Dios. En un momento, con una ráfaga de viento sobrenatural y un relámpago de brillantez cegadora, desapareció para no ser visto en la tierra nunca más; hasta que hizo una breve aparición en forma glorificada en la transfiguración de Jesús (cp. Mateo 17.1–9).
Un milenio antes, Dios había arrebatado a otro hombre de la tierra en forma similar. Durante tres siglos, este piadoso predicador caminó con el Señor en una íntima comunión y justa obediencia. Su viaje temporal terminó un día mientras caminaba con Dios. Enoc, sin ver muerte, fue arrebatado repentinamente al cielo.
El relato bíblico concerniente a Enoc se reduce tan solo a un puñado de versículos hallados en Génesis, Hebreos y Judas (junto con menciones a su nombre en 1 Crónicas 1.3 y Lucas 3.37). Aun así, se nos da mucha información sobre él como para incluir su asombrosa historia en un libro de héroes.
Al estudiar su vida, encontramos a un individuo cuyo testimonio fue tanto ejemplar como extraordinario. Aunque las experiencias de Enoc fueron notables y únicas, sigue estableciendo un convincente ejemplo para que nosotros lo sigamos: un ejemplo de una fe firme y una obediencia libre de compromisos.
UN HOMBRE CON UNA NATURALEZA COMO LA NUESTRA
El mundo de Enoc era muy distinto al nuestro. La tierra aún no había sido destruida y acomodada en su actual forma por el diluvio. La esperanza de vida se medía en siglos en lugar de décadas. Enoc mismo nació solo 622 años después de la creación, en la séptima generación desde Adán. Su hijo, Matusalén, vivió más que ninguna otra persona (969 años); y su nieto Noé, el conocido constructor del arca, la terminó a la edad de 600 años.
Los largos períodos de vida de este tiempo eran posibles por las condiciones ideales que había en este planeta antes del diluvio. Según Génesis 1.6, una burbuja de agua cubría por completo la atmósfera, protegiendo así la superficie de la tierra de los efectos destructivos de la radiación ultravioleta del sol.
También creaba un entorno de tipo efecto invernadero que moderaba el clima y la temperatura, minimizaba los vientos y las tormentas, y creaba las condiciones más favorables para la vida vegetal. Además, en este escenario tropical exuberante la lluvia no era necesaria porque todo el mundo estaba regado por un sistema de aspersores natural: un rocío que subía de la tierra (Génesis 2.5–6).
Sin embargo, a pesar de su belleza y sus recursos naturales, la presencia del pecado en el mundo antes del diluvio había corrompido todo lo que vivía allí. Los efectos de la Caída se dejaron sentir de inmediato después de que Adán y Eva se rebelaron contra Dios. El hijo mayor de Adán, Caín, mató a su hermano menor —Abel— a sangre fría (Génesis 4.8). Y la historia empeora.
Uno de los descendientes de Caín, un hombre llamado Lamec, al igual que Enoc, nació en la séptima generación desde Adán. A diferencia de Enoc, no obstante, Lamec alardeaba francamente de ser asesino y polígamo (Génesis 4.23). Su flagrante anarquía era algo característico de la civilización en que vivía.
Tres generaciones después, cuando el Señor vio «que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6.5), decidió inundar al mundo entero.
En términos de topografía, el mundo de Enoc tenía un aspecto muy distinto al de nuestros días. Pero la cultura en que vivía era la misma, caracterizada por una gran corrupción, decadencia moral en todos los sentidos posibles y rebeldía franca contra Dios.
El que la gente viviera tanto tiempo era a la vez una maldición y una bendición. Sus largos período de vida les permitía desarrollarse intelectualmente y culturalmente con mucha rapidez, lo cual al comienzo de la civilización humana era un elemento importante para habitar y cultivar las riquezas de la tierra (Génesis 1.28).
Sin embargo, al mismo tiempo, esa longevidad también aceleraba la degradación de la sociedad. En nuestros días, sabemos lo difícil que puede ser luchar contra la tentación durante setenta u ochenta años. Pero quienes querían tener una vida piadosa en la era prediluviana tenían que luchar contra el pecado y soportar su impacto durante muchos cientos de años.
Eso es lo que hace que ejemplos de hombres justos como Enoc sean tan notorios: él luchó contra la corrupción de su cultura, ¡y caminó con Dios durante tres siglos!
El legado de la fidelidad de Enoc no es solo un ejemplo monumental a seguir para todos los creyentes, sino también una influencia penetrante y duradera sobre su propia familia. Ese impacto es especialmente evidente en la vida de su bisnieto Noé.
Aunque Noé nació sesenta y nueve años después de que Enoc se fuese al cielo, el testimonio de Enoc le habría sido transmitido mediante su padre y su abuelo. Según Génesis 6.9: «Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé», así como lo había hecho su abuelo Enoc.
Segunda de Pedro 2.5 describe a Noé como un «predicador de justicia», un modelo que él indudablemente aprendió de los relatos que oyó del ministerio de su bisabuelo (cp. Judas 14–15). Como Enoc, Noé confrontó la corrupción de su cultura, y así como a Enoc, Dios salvó milagrosamente a Noé de su malvada sociedad.
La destacada vida de Enoc puede parecer, como la de Elías, algo imposible para nosotros de emular. Pero no es así. Al escribir sobre Elías, el apóstol Santiago les dijo a sus oyentes: «Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras» (Santiago 5.17a). Lo mismo podríamos decir de Enoc.
Como miembro de la raza humana pecaminosa, Enoc lidió con las mismas tentaciones, temores y debilidades que han plagado a todos los hombres y las mujeres desde la Caída. Aun así, pudo demostrar una justicia persistente, no porque no tuviera pecado sino porque confió en los recursos divinos.
Era un pecador que fue salvo por gracia y capacitado por el Espíritu Santo para vivir mediante una fe obediente. Así, el caminar justo de Enoc no debería intimidarnos, sino más bien, como testigo de una vida de fe (Hebreos 12.1), su ejemplo debiera motivarnos a una mayor fidelidad y una resolución más profunda en nuestro caminar con el Señor.
UN HOMBRE QUE CAMINÓ CON DIOS
Volvamos al principio de la historia de Enoc. Se le menciona por primera vez en el registro genealógico de Génesis 5, un capítulo que traza los descendientes justos de Adán desde Set hasta Noé. Como se podría esperar de una genealogía, se nos presenta a Enoc de una forma puramente práctica: «Vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc» (Génesis 5.18). Pero la breve biografía de Enoc solo unos versículos después deja claro que su vida fue de todo menos común. Según Génesis 5.21–24:
Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.
En menos de cincuenta palabras todo el relato del Antiguo Testamento de la vida de Enoc queda completo. Aun así, aquí hay mucho más que datos genealógicos.
La genealogía de Génesis 5 es muy importante al menos por dos razones.
En primer lugar, indica que Génesis 1—9 es historia real, y aporta una cronología precisa de ese período de tiempo. Es el registro verdadero de la humanidad desde Adán hasta Noé (desde la creación de Dios del mundo del agua hasta su destrucción mediante agua).
En segundo lugar, la genealogía hace una crónica de muertes, ya que cada obituario termina con las palabras: «y murió». La maldición está en su pleno esplendor (Génesis 2.17), y para todos los enumerados en el árbol genealógico, el final es siempre el mismo; con una destacada excepción.
Enoc es un caso aparte porque «caminó con Dios» y porque «desapareció, porque le llevó Dios». Examinemos los lacónicos, aunque cargados, elementos de su vida.
Dos veces en solo cuatro versículos se nos dice que Enoc caminó con Dios. De hecho, esa corta frase es todo lo que Génesis 5 nos dice del carácter de este hombre. Pero es suficiente. Enoc vivió de tal forma que, después de 365 años en este mundo, su vida se podría resumir verazmente con una brevedad repetida y sublime.
Casi siete siglos después del huerto del Edén, cuando Adán y Eva habían caminado con Dios en perfección (cp. Génesis 3.8), finalmente hay alguien que tiene comunión con Dios de forma íntima y diaria. Y lo hizo durante más de trescientos años.
Caminar con Dios es otra forma de decir que Enoc agradó a Dios. De hecho, la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento hebreo) escribe la frase exactamente así: «Enoc agradó a Dios». El escritor de Hebreos sella este significado cuando describe la vida de Enoc: «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11.5b). Como Enoc buscó agradar a Dios, a Dios le agradó estar en comunión con él.
¿Qué aspecto práctico podemos aprender en cuanto a caminar con Dios para que podamos seguir el ejemplo de Enoc? Las Escrituras, en donde este tema se reitera y se amplía, revelan que caminar con Dios incluye al menos tres componentes. Comienza con el perdón del pecado, consiste en la fe en el Señor y resulta en frutos de justicia. Entender estos tres aspectos abre la puerta al abundante tesoro espiritual que hay detrás de las sencillas palabras de Génesis 5.
EL PUNTO DE INICIO: PERDÓN DEL PECADO
La Biblia aclara muy bien que para que las personas pecadoras puedan tener comunión con un Dios santo, primero deben reconciliarse con Él a fin de arreglar su alienada condición pecaminosa.
En Amós 3.3, el profeta preguntó retóricamente: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» El apóstol Pablo estableció un punto similar en 2 Corintios 6.14: «porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?» Para que los pecadores estén en acuerdo y armonía con el Señor contra quien se han rebelado (y, por tanto, para disfrutar de comunión con Él) sus pecados deben ser perdonados así como sus corazones limpiados y hechos nuevos.
Puede parecer obvio, pero es importante decir que Enoc era un hombre salvo. Por la gracia divina, todos sus pecados le habían sido perdonados y había pasado de ser enemigo de Dios a amigo.
¿Sobre qué base puede perdonar un Dios santo? ¿De qué forma es esto coherente con su justicia perfecta? Para obtener la respuesta, debemos ir a Hebreos 11 donde se destaca el ejemplo de la fe salvadora de Enoc inmediatamente después de la de Abel.
El autor de Hebreos dice esto del segundo hijo de Adán: «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo» (Hebreos 11.4a). Como demuestra el ejemplo de Abel, los pecadores deben acudir a Dios como Él requiere.
En el caso de Abel, Dios requería un sacrificio animal (Génesis 4.4), el cual ofreció Abel con fe. Tales sacrificios eran necesarios como un vivo recordatorio de que el pecado trae muerte y que la comunión con Dios requiere una expiación (o cobertura) del pecado. Aunque el pecador debía morir, se mataba un animal como sustituto para ocupar su lugar.
El sacrificio de Abel, como ocurría con todos los sacrificios del Antiguo Testamento, señalaba a la cruz, donde Jesucristo murió una vez para siempre a fin de hacer la única expiación plena y satisfactoria por el pecado. Gracias a la muerte de Cristo en su lugar, los pecadores pueden recibir perdón y ser declarados justos por Dios independientemente de cualquier bondad moral que haya en ellos.
Con sus pecados redimidos mediante el sacrificio de Jesús, están cubiertos con la misma justicia de Cristo. Esa justicia imputada establece la reconciliación y permite que los seres humanos caídos disfruten de comunión con un Dios santo.
Al igual que Abel, Enoc era un hombre que entendió su propia indignidad y la necesidad de un sacrificio adecuado. A medida que la verdad era transmitida de generación en generación entre los justos descendientes de Set, Enoc habría aprendido de la ofrenda sacrificial de Abel.
Claramente, él recibió la verdad que había en ello encerrada, entendiendo que era un pecador inmerecido que necesitaba un sustituto ordenado por Dios para llevar el castigo en su lugar. Su relación personal con el Señor comenzó cuando sus pecados fueron perdonados y fue cubierto por la justicia del Salvador que llevaría los pecados de Enoc en la cruz y pagaría el castigo completo de todos ellos. Como todos los creyentes a lo largo de todas las épocas de la historia, el testimonio de Enoc fue de salvación por gracia mediante la fe.
Además, la vida de Enoc no se caracterizó por un duro legalismo, sino por el gozo de la íntima comunión con su Creador. La gente supone erróneamente que el Antiguo Testamento se enfoca solamente en reglas, rituales y ceremonias. Pero como demuestra el ejemplo de Enoc, el corazón de la verdadera religión siempre se ha centrado en la comunión constante con Dios. El Señor era el compañero de Enoc y su confidente; por lo que Enoc disfrutaba diariamente de una comunión personal con Él.
De igual modo, el término caminar expresa la idea de una comunión momento a momento con el Señor. Y en los primeros capítulos de la Escritura, es la forma principal en que a alguien se le identifica como una persona que ha recibido perdón de pecados y que ha sido reconciliada con Dios. Como Noé caminó con Dios, escapó del juicio (Génesis 6.9).
Como Abraham caminó con Dios, recibió bendición (Génesis 17.1). Como Enoc caminó con Dios, evitó la muerte.
Ese tipo de comunión es lo que Dios desea y provee. Ese mismo tipo de relación es la que sigue ofreciendo hoy a los pecadores. Como Jesús les dijo a las multitudes a las que predicaba: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11.28–29).
Incluso ahora, el Señor está buscando personas que acudan a Él pidiendo perdón —en base a su sacrificio sustitutorio—, y que caminen con Él.
LA BASE: FE EN EL SEÑOR
El autor de Hebreos, en su relato de la vida de Enoc, proporciona más luz para saber lo que significa caminar con Dios.
Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11.5–6)
Aquí el énfasis está en la base espiritual del caminar de Enoc, es decir, la fe en Dios. Sin esa fe, el pecador no puede reconciliarse o tener comunión con Él. Como dice tan claramente Efesios 2.8–9: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Hebreos 11.6 denota dos características descriptivas de aquellos que, como Enoc, poseen una verdadera fe salvadora. Primero, «el que se acerca a Dios crea que le hay». En otras palabras, el pecador debe afirmar al Dios verdadero tal como Él realmente es. Creer en un dios que es producto de nuestra propia imaginación, o en el concepto genérico de un poder superior, no es suficiente. La fe salvadora encuentra su sentido solo en el Dios verdadero como lo revela la Escritura.
¿Cómo podemos conocer la verdad sobre Dios y la salvación? Solo porque Él ha revelado tanto el camino como a sí mismo en su Palabra. Incluso en los días de Enoc, en el primer milenio de la historia de la humanidad, el Señor había revelado la verdad salvadora sobre sí mismo y sus justos requisitos a la gente de ese tiempo (cp. Judas 14–15).
Enoc recibió esa verdad y puso su fe firmemente en el Dios verdadero. Para usar el lenguaje de Hebreos 11.6: Enoc creyó que Dios es, queriendo decir que recibió a Dios de todo corazón como Él se había revelado a sí mismo. Si queremos caminar con el Señor, nosotros también debemos poner nuestra fe en Él tal como Él mismo se ha dado a conocer en la Biblia.
Atanasio ministró en Alejandría, Egipto, durante una época de transición épica dentro del Imperio Romano. El emperador Constantino recientemente había puesto fin a la persecución contra los cristianos, cambiando la situación social para ellos drásticamente.
La aceptación y el descanso recién encontrados de la iglesia, sin embargo, fueron breves debido a los errores subversivos de un falso maestro llamado Arrio. En juego estaba nada menos que el entendimiento bíblico de la deidad de Cristo y, por tanto, la doctrina de la Trinidad.
La doctrina de la deidad de Cristo siempre había sido una verdad esencial para la iglesia, desde la época de los apóstoles. Pero el hereje Arrio desafió de forma arrogante esa realidad, afirmando con descaro que el Hijo de Dios fue meramente un ser creado que era inferior y no igual a Dios Padre. Para establecer una comparación moderna, Arrio fue el testigo de Jehová original.
Negó la deidad de Cristo y, por tanto, destruyó el evangelio verdadero, cambiándolo por un sustituto condenatorio. Aunque sus puntos de vista fueron denunciados abrumadoramente en el Concilio de Nicea, en el año 325, siguieron siendo populares incluso después de su muerte en el año 336.
En el año 321, Atanasio (que entonces tenía solo veintitrés años de edad) comenzó a escribir contra las falsas enseñanzas de Arrio.
Siete años después, en el 328, se convirtió en el pastor de la iglesia en Alejandría, una de las ciudades más influyentes en el Imperio Romano.
Apropiadamente conocido como «el santo de la terquedad», Atanasio dedicó su vida y su ministerio de modo incansable a defender la deidad de Cristo y a derrotar la herejía arriana; pero esa postura valiente demostró ser costosa.
Los arrianos no solo eran populares, sino que también tenían poderosos aliados políticos, e incluso a Satanás, de su lado. Como resultado, la vida de Atanasio estaba constantemente en peligro.
Fue desterrado de Alejandría en cinco ocasiones, pasando un total de diecisiete años en el exilio; todo ello porque se negó firmemente a hacer concesiones. El inquebrantable pastor murió en el año 373, después de haber guardado con toda diligencia la sana doctrina durante más de medio siglo. Y el Señor recompensó su fidelidad, utilizando a Atanasio para mantener su dedo en el dique y retener la inundación de herejía en un momento crítico en la historia de la iglesia.
En los siglos desde entonces, un famoso dicho ha sido atribuido a Atanasio, aunque no puede demostrarse que él mismo lo dijese nunca. La frase en latín es Athanasius contra mundum. Significa «Atanasio contra el mundo» y tipifica de modo preciso su postura durante toda la vida contra los errores tan extendidos del arrianismo.
Aunque, a veces, parecía como si todo el Imperio Romano hubiera sido barrido por la falsa enseñanza, Atanasio no hizo concesiones. Durante aquellos largos años en el exilio, cuando se sentía casi completamente solo, se negó a ceder. Y eso es lo que le hizo ser héroe.
Enoc es considerado adecuadamente héroe por la misma razón: se mantuvo firme durante un largo período de tiempo. Al igual que Atanasio, se opuso con valentía a los falsos maestros de su época, confrontando con coraje las opiniones públicas de la sociedad en la que vivía (cp. Judas 14–15). Incluso en medio de una civilización corrupta y perversa (tan malvada que el Señor decidió destruirla en el diluvio), Enoc se negó a hacer concesiones.
A veces, sin duda se sintió solo, como si todo el mundo entero estuviese contra él; sin embargo, se mantuvo firme en el Señor. El autor de Hebreos resumió el legado de Enoc con estas profundas palabras: «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11.5). Sorprendentemente, lo hizo no solo durante varias décadas, ¡sino durante trescientos años!
UN HOMBRE QUE JAMÁS MURIÓ
Durante pasadas generaciones de historia humana, de los miles de millones de personas que han vivido en esta tierra solamente dos no murieron nunca. Aunque aquellos notables individuos estuvieron separados por muchos siglos, sus vidas comparten sorprendentes similitudes.
Ambos eran profetas de Dios; ambos advirtieron a los malvados del juicio que llegaría; ambos vivieron en una época en la que seguir al Señor era totalmente impopular; y ambos se fueron al cielo sin experimentar la muerte física.
El segundo de esos hombres, el profeta Elías, confrontó con valentía la adoración a los ídolos de su época, llamando y amenazando a Israel para que regresara al Dios verdadero. A veces, también se sintió solo, como si el mundo entero estuviese contra él (1 Reyes 19.10).
Sin embargo, permaneció fiel. Aunque vivió en constante peligro (y le habrían matado si hubiera sido capturado), Elías sobrevivió hasta que Dios envió un carro de fuego para transportarle a su hogar eterno. Un día, mientras el experimentado profeta iba caminando con su alumno Eliseo, «he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Reyes 2.11).
Mientras el asombrado Eliseo observaba boquiabierto, su estimado compañero fue arrebatado por Dios. En un momento, con una ráfaga de viento sobrenatural y un relámpago de brillantez cegadora, desapareció para no ser visto en la tierra nunca más; hasta que hizo una breve aparición en forma glorificada en la transfiguración de Jesús (cp. Mateo 17.1–9).
Un milenio antes, Dios había arrebatado a otro hombre de la tierra en forma similar. Durante tres siglos, este piadoso predicador caminó con el Señor en una íntima comunión y justa obediencia. Su viaje temporal terminó un día mientras caminaba con Dios. Enoc, sin ver muerte, fue arrebatado repentinamente al cielo.
El relato bíblico concerniente a Enoc se reduce tan solo a un puñado de versículos hallados en Génesis, Hebreos y Judas (junto con menciones a su nombre en 1 Crónicas 1.3 y Lucas 3.37). Aun así, se nos da mucha información sobre él como para incluir su asombrosa historia en un libro de héroes.
Al estudiar su vida, encontramos a un individuo cuyo testimonio fue tanto ejemplar como extraordinario. Aunque las experiencias de Enoc fueron notables y únicas, sigue estableciendo un convincente ejemplo para que nosotros lo sigamos: un ejemplo de una fe firme y una obediencia libre de compromisos.
UN HOMBRE CON UNA NATURALEZA COMO LA NUESTRA
El mundo de Enoc era muy distinto al nuestro. La tierra aún no había sido destruida y acomodada en su actual forma por el diluvio. La esperanza de vida se medía en siglos en lugar de décadas. Enoc mismo nació solo 622 años después de la creación, en la séptima generación desde Adán. Su hijo, Matusalén, vivió más que ninguna otra persona (969 años); y su nieto Noé, el conocido constructor del arca, la terminó a la edad de 600 años.
Los largos períodos de vida de este tiempo eran posibles por las condiciones ideales que había en este planeta antes del diluvio. Según Génesis 1.6, una burbuja de agua cubría por completo la atmósfera, protegiendo así la superficie de la tierra de los efectos destructivos de la radiación ultravioleta del sol.
También creaba un entorno de tipo efecto invernadero que moderaba el clima y la temperatura, minimizaba los vientos y las tormentas, y creaba las condiciones más favorables para la vida vegetal. Además, en este escenario tropical exuberante la lluvia no era necesaria porque todo el mundo estaba regado por un sistema de aspersores natural: un rocío que subía de la tierra (Génesis 2.5–6).
Sin embargo, a pesar de su belleza y sus recursos naturales, la presencia del pecado en el mundo antes del diluvio había corrompido todo lo que vivía allí. Los efectos de la Caída se dejaron sentir de inmediato después de que Adán y Eva se rebelaron contra Dios. El hijo mayor de Adán, Caín, mató a su hermano menor —Abel— a sangre fría (Génesis 4.8). Y la historia empeora.
Uno de los descendientes de Caín, un hombre llamado Lamec, al igual que Enoc, nació en la séptima generación desde Adán. A diferencia de Enoc, no obstante, Lamec alardeaba francamente de ser asesino y polígamo (Génesis 4.23). Su flagrante anarquía era algo característico de la civilización en que vivía.
Tres generaciones después, cuando el Señor vio «que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6.5), decidió inundar al mundo entero.
En términos de topografía, el mundo de Enoc tenía un aspecto muy distinto al de nuestros días. Pero la cultura en que vivía era la misma, caracterizada por una gran corrupción, decadencia moral en todos los sentidos posibles y rebeldía franca contra Dios.
El que la gente viviera tanto tiempo era a la vez una maldición y una bendición. Sus largos período de vida les permitía desarrollarse intelectualmente y culturalmente con mucha rapidez, lo cual al comienzo de la civilización humana era un elemento importante para habitar y cultivar las riquezas de la tierra (Génesis 1.28).
Sin embargo, al mismo tiempo, esa longevidad también aceleraba la degradación de la sociedad. En nuestros días, sabemos lo difícil que puede ser luchar contra la tentación durante setenta u ochenta años. Pero quienes querían tener una vida piadosa en la era prediluviana tenían que luchar contra el pecado y soportar su impacto durante muchos cientos de años.
Eso es lo que hace que ejemplos de hombres justos como Enoc sean tan notorios: él luchó contra la corrupción de su cultura, ¡y caminó con Dios durante tres siglos!
El legado de la fidelidad de Enoc no es solo un ejemplo monumental a seguir para todos los creyentes, sino también una influencia penetrante y duradera sobre su propia familia. Ese impacto es especialmente evidente en la vida de su bisnieto Noé.
Aunque Noé nació sesenta y nueve años después de que Enoc se fuese al cielo, el testimonio de Enoc le habría sido transmitido mediante su padre y su abuelo. Según Génesis 6.9: «Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé», así como lo había hecho su abuelo Enoc.
Segunda de Pedro 2.5 describe a Noé como un «predicador de justicia», un modelo que él indudablemente aprendió de los relatos que oyó del ministerio de su bisabuelo (cp. Judas 14–15). Como Enoc, Noé confrontó la corrupción de su cultura, y así como a Enoc, Dios salvó milagrosamente a Noé de su malvada sociedad.
La destacada vida de Enoc puede parecer, como la de Elías, algo imposible para nosotros de emular. Pero no es así. Al escribir sobre Elías, el apóstol Santiago les dijo a sus oyentes: «Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras» (Santiago 5.17a). Lo mismo podríamos decir de Enoc.
Como miembro de la raza humana pecaminosa, Enoc lidió con las mismas tentaciones, temores y debilidades que han plagado a todos los hombres y las mujeres desde la Caída. Aun así, pudo demostrar una justicia persistente, no porque no tuviera pecado sino porque confió en los recursos divinos.
Era un pecador que fue salvo por gracia y capacitado por el Espíritu Santo para vivir mediante una fe obediente. Así, el caminar justo de Enoc no debería intimidarnos, sino más bien, como testigo de una vida de fe (Hebreos 12.1), su ejemplo debiera motivarnos a una mayor fidelidad y una resolución más profunda en nuestro caminar con el Señor.
UN HOMBRE QUE CAMINÓ CON DIOS
Volvamos al principio de la historia de Enoc. Se le menciona por primera vez en el registro genealógico de Génesis 5, un capítulo que traza los descendientes justos de Adán desde Set hasta Noé. Como se podría esperar de una genealogía, se nos presenta a Enoc de una forma puramente práctica: «Vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc» (Génesis 5.18). Pero la breve biografía de Enoc solo unos versículos después deja claro que su vida fue de todo menos común. Según Génesis 5.21–24:
Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.
En menos de cincuenta palabras todo el relato del Antiguo Testamento de la vida de Enoc queda completo. Aun así, aquí hay mucho más que datos genealógicos.
La genealogía de Génesis 5 es muy importante al menos por dos razones.
En primer lugar, indica que Génesis 1—9 es historia real, y aporta una cronología precisa de ese período de tiempo. Es el registro verdadero de la humanidad desde Adán hasta Noé (desde la creación de Dios del mundo del agua hasta su destrucción mediante agua).
En segundo lugar, la genealogía hace una crónica de muertes, ya que cada obituario termina con las palabras: «y murió». La maldición está en su pleno esplendor (Génesis 2.17), y para todos los enumerados en el árbol genealógico, el final es siempre el mismo; con una destacada excepción.
Enoc es un caso aparte porque «caminó con Dios» y porque «desapareció, porque le llevó Dios». Examinemos los lacónicos, aunque cargados, elementos de su vida.
Dos veces en solo cuatro versículos se nos dice que Enoc caminó con Dios. De hecho, esa corta frase es todo lo que Génesis 5 nos dice del carácter de este hombre. Pero es suficiente. Enoc vivió de tal forma que, después de 365 años en este mundo, su vida se podría resumir verazmente con una brevedad repetida y sublime.
Casi siete siglos después del huerto del Edén, cuando Adán y Eva habían caminado con Dios en perfección (cp. Génesis 3.8), finalmente hay alguien que tiene comunión con Dios de forma íntima y diaria. Y lo hizo durante más de trescientos años.
Caminar con Dios es otra forma de decir que Enoc agradó a Dios. De hecho, la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento hebreo) escribe la frase exactamente así: «Enoc agradó a Dios». El escritor de Hebreos sella este significado cuando describe la vida de Enoc: «tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11.5b). Como Enoc buscó agradar a Dios, a Dios le agradó estar en comunión con él.
¿Qué aspecto práctico podemos aprender en cuanto a caminar con Dios para que podamos seguir el ejemplo de Enoc? Las Escrituras, en donde este tema se reitera y se amplía, revelan que caminar con Dios incluye al menos tres componentes. Comienza con el perdón del pecado, consiste en la fe en el Señor y resulta en frutos de justicia. Entender estos tres aspectos abre la puerta al abundante tesoro espiritual que hay detrás de las sencillas palabras de Génesis 5.
EL PUNTO DE INICIO: PERDÓN DEL PECADO
La Biblia aclara muy bien que para que las personas pecadoras puedan tener comunión con un Dios santo, primero deben reconciliarse con Él a fin de arreglar su alienada condición pecaminosa.
En Amós 3.3, el profeta preguntó retóricamente: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?» El apóstol Pablo estableció un punto similar en 2 Corintios 6.14: «porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?» Para que los pecadores estén en acuerdo y armonía con el Señor contra quien se han rebelado (y, por tanto, para disfrutar de comunión con Él) sus pecados deben ser perdonados así como sus corazones limpiados y hechos nuevos.
Puede parecer obvio, pero es importante decir que Enoc era un hombre salvo. Por la gracia divina, todos sus pecados le habían sido perdonados y había pasado de ser enemigo de Dios a amigo.
¿Sobre qué base puede perdonar un Dios santo? ¿De qué forma es esto coherente con su justicia perfecta? Para obtener la respuesta, debemos ir a Hebreos 11 donde se destaca el ejemplo de la fe salvadora de Enoc inmediatamente después de la de Abel.
El autor de Hebreos dice esto del segundo hijo de Adán: «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo» (Hebreos 11.4a). Como demuestra el ejemplo de Abel, los pecadores deben acudir a Dios como Él requiere.
En el caso de Abel, Dios requería un sacrificio animal (Génesis 4.4), el cual ofreció Abel con fe. Tales sacrificios eran necesarios como un vivo recordatorio de que el pecado trae muerte y que la comunión con Dios requiere una expiación (o cobertura) del pecado. Aunque el pecador debía morir, se mataba un animal como sustituto para ocupar su lugar.
El sacrificio de Abel, como ocurría con todos los sacrificios del Antiguo Testamento, señalaba a la cruz, donde Jesucristo murió una vez para siempre a fin de hacer la única expiación plena y satisfactoria por el pecado. Gracias a la muerte de Cristo en su lugar, los pecadores pueden recibir perdón y ser declarados justos por Dios independientemente de cualquier bondad moral que haya en ellos.
Con sus pecados redimidos mediante el sacrificio de Jesús, están cubiertos con la misma justicia de Cristo. Esa justicia imputada establece la reconciliación y permite que los seres humanos caídos disfruten de comunión con un Dios santo.
Al igual que Abel, Enoc era un hombre que entendió su propia indignidad y la necesidad de un sacrificio adecuado. A medida que la verdad era transmitida de generación en generación entre los justos descendientes de Set, Enoc habría aprendido de la ofrenda sacrificial de Abel.
Claramente, él recibió la verdad que había en ello encerrada, entendiendo que era un pecador inmerecido que necesitaba un sustituto ordenado por Dios para llevar el castigo en su lugar. Su relación personal con el Señor comenzó cuando sus pecados fueron perdonados y fue cubierto por la justicia del Salvador que llevaría los pecados de Enoc en la cruz y pagaría el castigo completo de todos ellos. Como todos los creyentes a lo largo de todas las épocas de la historia, el testimonio de Enoc fue de salvación por gracia mediante la fe.
Además, la vida de Enoc no se caracterizó por un duro legalismo, sino por el gozo de la íntima comunión con su Creador. La gente supone erróneamente que el Antiguo Testamento se enfoca solamente en reglas, rituales y ceremonias. Pero como demuestra el ejemplo de Enoc, el corazón de la verdadera religión siempre se ha centrado en la comunión constante con Dios. El Señor era el compañero de Enoc y su confidente; por lo que Enoc disfrutaba diariamente de una comunión personal con Él.
De igual modo, el término caminar expresa la idea de una comunión momento a momento con el Señor. Y en los primeros capítulos de la Escritura, es la forma principal en que a alguien se le identifica como una persona que ha recibido perdón de pecados y que ha sido reconciliada con Dios. Como Noé caminó con Dios, escapó del juicio (Génesis 6.9).
Como Abraham caminó con Dios, recibió bendición (Génesis 17.1). Como Enoc caminó con Dios, evitó la muerte.
Ese tipo de comunión es lo que Dios desea y provee. Ese mismo tipo de relación es la que sigue ofreciendo hoy a los pecadores. Como Jesús les dijo a las multitudes a las que predicaba: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11.28–29).
Incluso ahora, el Señor está buscando personas que acudan a Él pidiendo perdón —en base a su sacrificio sustitutorio—, y que caminen con Él.
LA BASE: FE EN EL SEÑOR
El autor de Hebreos, en su relato de la vida de Enoc, proporciona más luz para saber lo que significa caminar con Dios.
Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11.5–6)
Aquí el énfasis está en la base espiritual del caminar de Enoc, es decir, la fe en Dios. Sin esa fe, el pecador no puede reconciliarse o tener comunión con Él. Como dice tan claramente Efesios 2.8–9: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Hebreos 11.6 denota dos características descriptivas de aquellos que, como Enoc, poseen una verdadera fe salvadora. Primero, «el que se acerca a Dios crea que le hay». En otras palabras, el pecador debe afirmar al Dios verdadero tal como Él realmente es. Creer en un dios que es producto de nuestra propia imaginación, o en el concepto genérico de un poder superior, no es suficiente. La fe salvadora encuentra su sentido solo en el Dios verdadero como lo revela la Escritura.
¿Cómo podemos conocer la verdad sobre Dios y la salvación? Solo porque Él ha revelado tanto el camino como a sí mismo en su Palabra. Incluso en los días de Enoc, en el primer milenio de la historia de la humanidad, el Señor había revelado la verdad salvadora sobre sí mismo y sus justos requisitos a la gente de ese tiempo (cp. Judas 14–15).
Enoc recibió esa verdad y puso su fe firmemente en el Dios verdadero. Para usar el lenguaje de Hebreos 11.6: Enoc creyó que Dios es, queriendo decir que recibió a Dios de todo corazón como Él se había revelado a sí mismo. Si queremos caminar con el Señor, nosotros también debemos poner nuestra fe en Él tal como Él mismo se ha dado a conocer en la Biblia.
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