La historia del romance entre el rey David y Betsabé es probablemente una de las más conocidas de la Biblia. En esa ocasión, David no sólo cometió adulterio con la mujer de otro hombre, sino que además asesinó al esposo (Urías) de su amante ordenando que se le mandara al frente de batalla, donde fue abandonado deliberadamente por sus compañeros.
Después de que todo esto sucedió, Dios envió a Natán para enfrentar a David por sus pecados, y esto lo hizo por medio de una parábola. Le relató la historia de un hombre rico que, teniendo muchas ovejas y vacas, arrebató la única corderita que un hombre pobre tenía como mascota en lugar de tomar uno de sus propios animales para alimentar a su visita.
Al escuchar esto, David se enfureció tanto que ordenó matar a aquél hombre, pero “entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12:7). Y, por primera vez, David se dio cuenta de la inmensa gravedad de sus pecados. La reacción que tuvo este rey al reconocer su culpa y la respuesta de Dios ante su actitud son un ejemplo claro y conciso de lo que Dios espera de nosotros y lo que está dispuesto a darnos. “David dijo a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2 Samuel 12:13).
¿Qué es el perdón? La enseñanza de Dios
La respuesta de Dios ante los pecados y la confesión de David está en perfecta coherencia con sus enseñanzas. Dios está dispuesto a perdonar todos nuestros pecados; tal como leemos en Salmos 103:12, “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. Y esto es posible gracias a la naturaleza misericordiosa de Dios; “porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen” (v. 11).
Cuando Dios perdona nuestros pecados, los aparta de nosotros para siempre y nunca más nos son recriminados. De hecho, Dios mismo nos dice que nunca recordará aquellos pecados que haya perdonado, “porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Hebreos 8:12).
En 1 Juan 1:9-10, el apóstol Juan nos explica cómo se relacionan el pecado, el arrepentimiento y el perdón de Dios: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”. Si admitimos que hemos pecado y buscamos su perdón, Dios indudablemente nos perdonará.
¿Qué debemos hacer para recibir el perdón de Dios?
La reacción que tuvo David al darse cuenta de sus pecados es la clave para recibir el perdón de Dios. En el Salmo 51 podemos ver la profundidad de la tristeza y el arrepentimiento que este rey sintió por haber quebrantado la ley de Dios. Si deseamos ser perdonados, debemos arrepentirnos ante Dios tal como lo hizo David.
En Hechos 2 vemos otro ejemplo de la actitud que Dios espera de nosotros para darnos su perdón. Poco tiempo después de la muerte de Cristo, el apóstol Pedro dio un mensaje muy elocuente y directo en el que llamó la atención de un grupo de creyentes en Jerusalén diciéndoles que ellos habían crucificado al Hijo de Dios personalmente. Al oír esto y reconocer la gravedad de sus pecados, quienes escuchaban a Pedro “se compungieron de corazón” y en seguida le preguntaron qué podían hacer al respecto. La respuesta del apóstol fue: “arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
¡Dios es capaz de perdonar un pecado tan terrible como el asesinato de su propio Hijo! Y, ya que nuestros pecados son la razón por la que Cristo tuvo que morir, en cierta forma cada uno de nosotros es culpable de su muerte..
El arrepentimiento es algo más que simplemente sentirnos mal por haber pecado; es cambiar genuinamente nuestra manera de pensar y de vivir. Arrepentirse implica tener el deseo de dejar de pecar para siempre. Dios perdonó a David porque se entristeció y se arrepintió de sus pecados de tal manera que nunca volvió a cometerlos.
¿Hay algo más que debamos hacer?
Una vez que Dios nos ha perdonado, nosotros también debemos perdonar a quienes hayan pecado contra nosotros o nos hayan ofendido. Esta responsabilidad queda bastante clara en la oración modelo de Jesucristo, comúnmente conocida como el “Padre Nuestro”, donde leemos: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). La palabra “deudas” utilizada en este pasaje viene del griego opheilema que, según el Diccionario Expositivo de Vine del Antiguo y Nuevo Testamento, se define como “aquello que se debe por ley…metafóricamente, el pecado como una deuda que debe pagarse con un castigo” (p. 269).
El perdón de Dios nos libra de nuestros pecados y de la pena de muerte que merecen. Y, así como Él nos perdona, nosotros debemos perdonar a los demás,
Buscar perdón y perdonar
¿Qué es el perdón? Es el extraordinario regalo de nuestro Dios misericordioso que perdona nuestros pecados definitivamente, si es que nos arrepentimos y buscamos su perdón. Cuando reconocemos nuestros pecados, nos arrepentimos y pedimos el perdón de Dios con humildad, Él no duda en perdonarnos y mostrarnos su misericordia, que define su naturaleza. Tal como leemos en Salmos 103:8, “Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia”. Dios no quiere tener que castigarnos por nuestros pecados; más bien, desea que nos arrepintamos para perdonarnos.
Además, Dios quiere que nosotros también tengamos esa actitud de perdón hacia los demás. Como explica Mateo 6:14-15, “si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.
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