Hace unos días hablaba con un hermano de la iglesia y le pregunté cómo podía orar por él. Inmediatamente me respondió: Quiero desear más leer la Biblia. Que el Señor ponga en mi un mayor deseo por Su Palabra. Yo le dije que con gusto lo haría y le cité el texto en el que Pedro nos manda lo mismo: “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”, (1 Pedro 2:2). Esto quiere decir, le explicaba, que el deseo de anhelar más la Palabra también es un mandato para el creyente.
Para darnos una idea, Pedro compara ese anhelo con el deseo que un infante procura la leche. Las versiones en inglés captan mejor el sentido de esta palabra al traducirlas como yearn (NET) o long (ESV). Ambas palabras comunican la idea de anhelar intensamente o con desespero. Dicho de otra manera, en 1ra de Pedro se nos manda desear la Palabra de Dios intensamente y con santo desespero, cuál bebé por su leche. Creo que tomando como base el ejemplo del bebé, es prudente concluir que ese anhelo debe ser una experiencia diaria, cómo el niño que desespera cada día por su leche.
Ahora bien, la más lógico y legítimo sería preguntarnos ¿cómo deseamos la leche espiritual?; ¿Cómo un creyente puede anhelar la Biblia como un bebé anhela la leche?; ¿Qué debemos hacer para cumplir ese mandato? Creo que para responder a esta interrogante debemos decir al menos tres cosas. Y no son tres maneras diferentes para desear la leche espiritual. Mas bien son tres componentes que conforman una misma postura. Tres aspectos de la vida cristiana que deben siempre estar presentes y unidos si vamos a experimentar ese anhelo por la Palabra.
Pedir perdón. Lo primero que debemos hacer es reconocer cuando ese anhelo no está. La falta de interés por la Palabra es solo una expresión de nuestra falta de interés por Dios. El escaso entusiasmo por la Palabra es evidencia elocuente de apatía espiritual. Por lo tanto, todo intento de crecer en anhelo por la biblia comienza con un reconocimiento del pecado de no anhelarla, y eso nos debe llevar al arrepentimiento. Porque si anhelar es un mandato, no hacerlo es un pecado. Es decir, el creyente que no anhela la palabra de Dios (como un niño anhela la leche) está técnicamente en desobediencia. Necesita arrepentirse. Necesita el perdón de Dios. Ademas de esto, debemos tener presente que el corazón siempre está amando, deseando y atesorando algo. Y cuando no estamos amando a Dios, y a su Palabra, debemos concluir que hemos cambiado nuestro amor, estima y deseo por otras cosas, y de eso debemos arrepentirnos. Debemos reconocerlo y pedir a Dios que nos perdone. Cuando atesoramos algo aparte de Dios, le hacemos una gran afrenta. Esa es la esencia del pecado: cambiar la gloria del Creador por la creación (Rom 1:25).
Orar a Dios. Agustín decía que Dios nos manda las cosas para que nosotros sepamos qué debemos pedirle. Es decir, lo que Dios nos ordena, es lo que debemos pedirle nos conceda hacerlo. El apóstol Juan decía que si pedimos algo conforme a su voluntad, “tenemos las peticiones que hayamos hecho” (1 Juan 514-15). En nuestro texto Pedro nos dice que la voluntad de Dios es que anhelemos su Palabra como la leche espiritual, por lo tanto es una oración legitima, bíblica y piadosa cuando pedimos ese anhelo. Estas son las clases de oraciones que podemos confiar serán respondidas. No tenemos porque no pedimos decía Santiago. Si deseamos crecer en nuestro amor por la Palabra y conservar ese deseo fuerte en nuestro caminar cristiano, entonces debemos orar para que el Señor, por medio de Su Espíritu produzca ese deseo. Él es el que pone el querer como el hacer. (Fil 2:12-13). Sólo Dios produce el gusto por las cosas celestiales.
Leer diariamente. Crecer en un anhelo por la Escritura no sucede separados de la Escritura. En otras palabras, si queremos desear la Biblia como el niño a la leche, debemos estar cada día expuestos a la palabra. No cometamos el error de pensar que primero esperamos recibir ese anhelo para luego leer. El aprecio, la estima, y el amor por la Escritura viene mientras leemos, estudiamos y meditamos en ella. Mientras más la leemos, mejor. El salmista decía, abre mis ojos para ver las maravillas de tu ley (Sal 119:18). Esta preciosa oración asume que el autor esta frente a la palabra, pero que necesita de la gracia de Dios para ver. Esto implica que para que Dios me permita ver la maravilla de su Palabra, la debo tener frente a mi. Debemos recordar que Dios usa Su Palabra con poder, para convertir pecadores y santificar a su Pueblo. Lutero decía que cuando Dios habla, él actúa. Es decir, la obra de Dios se da por medio de Su Palabra. Leamos con frecuencia. Leamos con atención y reverencia. Leamos con expectativa. El resto lo hace Dios. Para usar el lenguaje de Pablo, nosotros plantamos y regamos (mientras leemos y estudiamos) que Dios traerá el crecimiento de un mayor deseo por su Palabra.
Una oración
Padre, quiero anhelar tu palabra como un niño anhela la leche. Perdóname porque reconozco que muchas veces no la deseo. Se que no desear tu Palabra es no desearte a ti. Perdóname cuando me aburro de ella. Perdóname, porque cuando mi corazón no te anhela es por qué está cautivado por algo mas. ¡Y eso es gran pecado! Quiero amar, estimar y desear tu palabra en mi corazón. Que tu espíritu produzca en mi el querer y anhelar tu Palabra. Concédeme la dicha de conocerla, entenderla, abrazarla y ser enteramente gobernado por ella. Que al leerla, experimente el gozo de discernirla. Que al estudiarla, me permitas ver a Cristo y así aprenda a conocerte más. Que al meditarla, pueda ver sus maravillas. Dependo de ti para esto. En mi no hay tal poder. Si tú no lo haces, no hay para mi esperanza. Anhelo crecer en aprecio por tu Palabra. Lo deseo y lo necesito. Glorifícate en mi vida, produciendo un gusto más profundo por tu palabra y de esa manera ser transformado a la imagen de Cristo.
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