La humildad es el antónimo del orgullo.
El orgullo fue el pecado del diablo*.
Quizás es por eso que el llamado a la humildad es único y prominente en la Escritura**.
Es cierto que toda la conducta de Jesús es un modelo a seguir para todo creyente. Sin embargo sólo una vez dijo explícitamente que aprendiéramos algo de él: Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón (Mat 11:29). Es decir, si hay algo que podemos aprender de Jesús y algo que nos hace como él, es la humildad. Pablo nos exhortó a humillarnos como Cristo se humilló (Filipenses 2:5-8) y también enseñó que la actitud más digna del creyente es la humildad (Efe 4:1).
En uno de sus escritos, Agustín decía: “Si me preguntan qué es lo más esencial en la religión les diré que: lo primero la humildad, lo segundo la humildad y lo tercero la humildad”. Pero el padre del iglesia sólo hacía eco del claro testimonio de la Escritura. Jesús, Pablo, Pedro, David y Salomón (por citar algunos) nos dejaron claras pruebas de que la humildad ocupa un prominente lugar entre las virtudes cristianas.
Pero, ¿cómo podemos describir a la humildad? Aquí una definición:
La humildad es (1) la voluntaria y gozosa sumisión del corazón ante Dios (2) fruto de la correcta estimación que tenemos de nosotros mismos, que produce (3) una disposición mansa y respetuosa hacia los hombres, una profunda dependencia de Dios y un deseo de glorificarlo.
1. La humildad es la voluntaria sumisión ante Dios, porque es un mandato al que respondemos. Es voluntaria ya que humillarse es un llamado de Dios. “Humillaos delante del Señor” nos dice Santiago (Sant 4:10) y “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios” decía Pedro (1 Ped 5:6). La verdadera humildad empieza cara a cara con Dios. El humilde es humilde porque primeramente, es humilde ante Dios.
- es gozosa...porque sabe que esto agrada a Dios. La humildad cristiana no es agria. Al ser un mandato, el corazón se deleita en hacer lo que es la voluntad de Dios. La humildad es una alegre disposición del corazón. Pero sobretodo es gozosa porque no tiene que llevar las pesadas cargas de la arrogancia, de la aprobación de los hombres y la vanagloria.
2. Fruto de la correcta estimación que tenemos de nosotros mismos. Esta estimación contempla dos aspectos: primero, la indignidad por nuestro pecado y segundo la gracia de la salvación. Somos pecadores que nos hemos rebelado contra un Dios santo y lo hemos ofendido. Estamos muertos en nuestros delitos y pecados y merecemos el juicio divino. Pero Dios ha tenido misericordia de nosotros. Lo que ahora somos, es producto de la compasión y gracia divinas. Todo lo que tenemos y somos como creyentes es gracias a la obra de nuestro Señor. Es por eso que Pablo dice “a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio” (Romanos 12:3LBLA). Esto es muy instructivo si consideramos que Pablo acaba de exponer la increíble gracia divina mostrada en la salvación. En síntesis, una correcta perspectiva de nosotros toma en cuenta esta doble consciencia: nuestro pecado y la gracia del evangelio. Lo que éramos y lo que somos por lo gracia de Cristo. Pablo nos enseña y recuerda que la gracia de Dios nos debe hacer verdaderamente modestos, y que el evangelio debe transformarnos en personas profundamente sencillas y humildes.
3. Produce una disposición mansa y respetuosa ante los hombres. El resultado natural, el fruto y efecto necesario de humillarse ante Dios será una estimación respetuosa hacia los hombres. Pablo decía que al contemplar la humildad de Cristo (en la encarnación), podemos mirar a los demás como si fueran superiores a nosotros (Fil 2:5-8). La humildad de corazón nunca mira con desprecio al prójimo, nunca subestima a nadie, nunca se enseñorea de los demás. La humildad respeta, honra y trata con dignidad. Ahora bien, esta disposición no se debe entender como un complejo de inferioridad o baja estima. Jesús fue humilde y no padeció de eso. La humildad puede mirar sin temor al prójimo y estimarlo como superior, desde la privilegiada posición en la que se encuentra. El humilde puede tratar con dignidad a todos, porque es consciente que se la ha tratado de esa manera; puede servir y rebajarse ante los hombres, libre de inseguridades por que sabe que es hijo, amado y heredero únicamente por la obra de Cristo. La mansedumbre y respeto ante los hombres no le hace menos que los demás. La humildad ofrece, sin temor a perder algo.
- dependencia de Dios ...la verdadera humildad, por su misma naturaleza, no se atreve a vivir sin la gracia de Dios y mucho menos se jacta de sus logros. Al considerar su frágil condición el humilde sabe que necesita del poder divino y lo procura con desesperación. La humildad reconoce su profunda necesidad y dependencia de Dios. Al contemplar lo que tiene, sabe que la única fuente de su bien es su Señor y Salvador.
- y un deseo de glorificarlo….la humildad está abrumada por la misericordia que ha recibido y lo que más procura es reconocer a Dios en todos sus caminos. Su mayor anhelo es glorificarle. La humildad no se siente cómoda con la auto alabanza ni con la jactancia, pues teme robarle la gloria a Dios.
Que el Señor nos conceda un corazón humilde.
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