“33Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. 34Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. 36Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. 37Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” Mateo 5:33-37
Una cosa es lo que decía la ley, otra, la verdad bajo la cual Dios quiere que vivamos. Esta verdad de Jesús constituye un nivel todavía más alto. En estos versos, Jesús estaba hablando acerca de los juramentos, de los votos que los hombres hacían. En Levíticos, por ejemplo, hay varios versos que también hablan acerca de no jurar ni usar el nombre de Dios en vano; hacerlo, conllevaría grandes consecuencias. Pero, a través de toda la Biblia, hubo personas que sí hicieron juramentos. Así que, ¿qué quiso decir Jesús?
El mismo Jesús hizo juramentos. Y, por supuesto, él sí los iba a cumplir; pero Pablo también hizo juramentos, hizo ciertos votos, y no fue condenado por esto. No es pecado hacer votos o juramentos, si se hacen con la intención correcta en el corazón. Si no se pudiera hacer votos, no te podrías casar, porque el casarse es un voto, un pacto, un juramento. Tampoco podríamos entrar en contratos legales. Así que, Jesús no estaba prohibiendo entrar en estos compromisos, en estos pactos, en estos contratos. Lo que Jesús estaba estableciendo era la importancia de que nuestra palabra valga más que los juramentos que hacemos. Que tu sí, sea sí; que tu no, sea no. Que vivas una vida de tanto carácter, que la persona con la que vayas a entrar en un voto, en un compromiso, no necesite más nada que tu sí o que tu no, para sentirse confiado de que vas a cumplir con lo que has dicho que vas a cumplir, o que por lo menos vas a hacer todo tu esfuerzo para cumplirlo.
El problema es que los fariseos y los escribas habían inventado una forma de salirse con la suya y mentir. No se podía jurar en nombre de Dios, pero juraban entonces en nombre del cielo. No se podía jurar en nombre de Jerusalén, pero juraban mirando a Jerusalén. Esto, porque la intención no era cumplir. Si vas a jurar por algo, es porque tú quieres cumplir; pero, cuando buscas la tangente para no hacer el pacto como tal, entonces no hay verdadera intención de cumplir, ni integridad de corazón de que vas a hacer todo lo posible por cumplir. Lo que se busca es entonces la salida fácil; lo que se busca es comprometer a la otra parte, porque tú no estás comprometido. Y es ahí que está la falla. Cuando haces un juramento, el que debe comprometerse eres tú.
Hay compromisos que se cumplen de manera muy sencilla, pero ¿cuántos compromisos tú has hecho que verdaderamente no pensabas cumplir, y aun así los hiciste, únicamente por salir del paso? Esto, sin darte cuenta, lo que hace es demostrar una falta de carácter.
Una tarjeta de crédito, por ejemplo, es un juramento que, en ocasiones, asumimos, sabiendo que no podemos cumplir. Los préstamos son juramentos que uno toma, sin saber si va a poder cumplirlos o no. Un préstamo se toma, basado en las circunstancias presentes; el problema es que las circunstancias pueden cambiar. Entonces, sin darnos cuenta, a través de nuestra vida, vamos haciendo votos, haciendo pactos, con los cuales nunca quisimos cumplir, y nuestra palabra va perdiendo valor.
Algo que debemos cuidar, tanto por nosotros como por nuestro testimonio delante del Señor, es nuestra palabra y nuestro nombre. Cuando la gente hable mal de ti, dando falso testimonio, no hay problema porque están mintiendo, y Dios se encargará de eso. Pero lo importante es que tu palabra sea de verdad. Que tu sí, sea sí; y tu no, sea no. Que tu palabra sea firme.
En estos versos, Jesús estaba trabajando también con la mentira. ¿Por qué? Porque los escribas y los fariseos juraban para esconder mentiras. Y esto es algo que muchos hacen; juran para que se les crea una mentira. Y lo triste de romper juramentos, es el engaño que hay detrás. De hecho, el engaño es el aspecto del que a muchos se les hace muy difícil levantarse. El adulterio es difícil de por sí; es pecado, aun si deseas, si codicias en tu corazón. Pero lo más difícil realmente es el sentido de engaño, porque el que adultera, le hace creer algo a la otra persona, que no es cierto.
La gente a tu alrededor toma decisiones de vida, basadas en la vida que tú les presentas. Y, si esa vida que presentas resultara ser un engaño, todas las decisiones de vida que la gente tomó, se habrán hecho basadas en premisas incorrectas, engañosas. Y eso es lo que Jesús estaba atacando, porque el problema de mucha gente es que, sin darse cuenta, hacen juramentos para esconder la verdadera intención del corazón de no cumplir, de no completar. Pero tiene que haber una iglesia que, cuando la gente vea, vea personas firmes en su palabra, firmes en lo que dicen, en lo que hacen. Que su sí, sea sí; y su no, sea no.
Aunque las circunstancias cambien, mantente firme. Dios honra aquellos que se paran firmes en su palabra, y que no entran en pactos rápidamente, sino que son gente de carácter que, cuando dicen que van a hacer algo, Dios sabe que lo van a hacer, lo van a completar, y el mundo puede dar testimonio que son gente íntegra delante de Dios.
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