En Juan 20, vemos el momento de la resurrección de Jesús. Entre las personas que fueron a visitar el sepulcro de Jesús, estuvo María Magdalena, a quien dos ángeles le preguntaron: ¿Por qué lloras? Cuando se tornó, allí estaba Jesús, pero ella no sabía que era él. Pensando que era el hortelano, le dijo María Magdalena: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
Muchos van a la iglesia, diciendo lo mismo: Señor, si tú te lo llevaste… Dicen: Señor, si tú te llevaste este matrimonio, dime dónde está; Señor, si tú te llevaste este negocio, dime dónde se fue; Señor, si fuiste tú quien te llevaste mis hijos, dime dónde los pusiste. El ángel te pregunta por qué lloras, y tu respuesta es la natural: Me han robado. En otras palabras, creíste la mentira.
Jesús aparece a esta mujer, en medio de su angustia y dolor, para que no siga buscando aquello que creía perdido. Jesús le pregunta, no qué buscaba, sino a quién buscaba. Ella fue a buscar el cuerpo, lo natural, pero Jesús lo cambia, preguntando: ¿A quién buscas?
Hazte la pregunta correcta: ¿A quién tú buscas? Lo que vienes a buscar no es la pregunta. Si así fuera, la respuesta sería: Sanidad, salud, tu matrimonio; pero, mientras sigas buscando esas cosas, te preguntarás por qué Dios se lo llevó. La gente va a la iglesia buscando cosas, en lugar de buscar a Alguien. Cuando lo que buscamos es alguna cosa, siempre volveremos a llorar porque, si no se lo robaron, entonces, en nuestra mente, la explicación es que fue Dios quien se lo llevó, y eso no hace un cierre en tu vida.
Los religiosos te quieren hacer creer que Dios se llevó tu matrimonio para enseñarte algo, tratando de espiritualizar el problema. Según ellos, si no sabes por qué perdiste el matrimonio, entonces “Dios se lo llevó”, “Dios tenía un propósito en ese dolor, en esa amargura”, “es la voluntad permisiva de Dios”, “es Dios permitiendo ciertas cosas para que su propósito mayor se cumpla”.
Esto no solo es ilógico, sino que es también el motivo por el cual no vemos al Cristo resucitado, porque vamos a la iglesia a buscar “qué” y no “quién”. Vamos buscando el matrimonio perdido, la casa perdida, los hijos perdidos, y cuando no llegan, entonces sentenciamos: Dios se los llevó.
Tú no vas a la iglesia a buscar qué se han robado, qué no tienes, qué te ha hecho llorar, qué te mantiene corriendo a la tumba. No vas a la iglesia a buscar la respuesta, a hacer un cierre de qué fue lo que te pasó. No encontrarás explicación para los latigazos que recibiste en tu vía dolorosa, por qué pasaste tu cruz, o por qué te robaron, porque esto último es una mentira. No te han robado nada, no te han quitado nada. La vida pasa, hay cosas que son naturales de la vida.
Tú debes ir a la iglesia a responder una pregunta; no qué es lo que buscas, sino por quién procuras. ¿A quién tú buscas?
Cuando Jesús le dice: ¡María! Ella reacciona. María pensaba que había llegado a aquel sepulcro buscando a Cristo, pero quien estaba perdida era ella.
Cristo no está perdido, el que está perdido eres tú.
Por eso, cuando él dice ¡María!, y ella se torna otra vez, ese tornarse a Jesús no era algo natural, sino algo espiritual. Tú también necesitas tornarte a Jesús. Tiene que llegar el día en que tú oigas tu nombre pronunciado en los labios del Maestro, en los labios de Aquel que te va a hablar como nadie te habla, ese que te está diciendo: Hay vida para ti.
Cuando alguien muere, lloramos porque lo que se va es parte de nuestra memoria, de nuestro pasado. Y, si muere alguien cercano, lloramos porque se van parte de nuestros planes; hay que construir nuevamente el futuro. Entonces, comenzamos a pensar: Se lo robaron. Y aquellos que saben que no se lo robaron, dicen: Dios se lo llevó. Pero hay otros que decimos: No, yo vine aquí a buscar a Alguien, vine a ver qué es lo que Dios piensa de esta situación, a ver qué es lo que Dios quiere que yo haga, lo que Dios quiere hacer, lo que quiere mostrarme. Y, cuando oyes la voz de Cristo llamándote, tú reaccionas y tu vida cambia para siempre, tu vida es transformada para siempre.
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