Si quieres un cambio en tu relación con Dios, tienes que valorar ciertas cosas, por encima de otras. Vemos, en Lucas 15, la parábola del hijo pródigo. El padre celebra una fiesta por el regreso del hijo pródigo. El hijo mayor le reprocha al padre por qué hacía esto por su hermano menor, cuando nunca le había dado a él ni un cabrito para celebrar con sus amigos, aun siendo él un hijo fiel y obediente. El padre le contesta: Todo lo que tengo es tuyo;este, tu hermano, era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
La razón por la cual el hermano mayor pide un cabrito era para celebrar con sus amigos. Esto mismo hizo el hijo menor: Pidió la herencia para disfrutar con sus amigos. Estos dos jóvenes cometieron el error de valorizar más la relación con sus amigos que la relación con el padre. No sabemos si el hijo mayor entró o no entró a la fiesta; está inconcluso, y probablemente Jesús lo dejó inconcluso porque esa es la actitud de mucha gente religiosa en la iglesia.
Cuando no entendemos nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos, lo primero que hacemos es menospreciar lo que Dios está haciendo con esos otros hermanos. Aquellos que nos gozamos con lo que Dios está haciendo por otros que aparentemente no se lo merecen, y celebramos la obra de Dios en ellos, somos los que tenemos clara nuestra relación de hijos con nuestro Padre Celestial.
Aquellos que sienten celos y envidia por las bendiciones que reciben otros, sin darse cuenta, viven bajo el espíritu de esclavitud. El hijo mayor le dice al padre: Yo siempre te he servido. El hijo mayor nunca pidió; lo que hizo fue condenar y reclamar, porque tenía el espíritu de esclavitud. Otro factor que nos indica que tenía espíritu de esclavitud y no una relación de hijo es el no disfrutar al máximo la fiesta que había en la casa del Padre. No disfrutó el gozo del Señor. Lo que hizo fue cuestionar por qué lo hacía por el otro hijo y no por él.
Por el contrario, el hijo menor tenía claro el espíritu de hijo. El hijo menor pidió, sin temor, lo que le pertenecía. Solamente un hijo que tiene confianza y tiene clara su posición de hijo, habla al padre y pide lo que le pertenece sin temor.
El padre trata de convencer al hijo mayor. Sale de la fiesta a buscarlo y le ruega que entre. No le ruega al hijo menor, pero sí al hijo mayor. Cuando éste le contesta, dice: Siempre te he servido. El padre le dice: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Esto lo hace el padre tratando que el hijo entre en razón.
Muchos están en la iglesia, pero se sienten lejos del Padre, cuando, en realidad, siempre el Padre ha estado con ellos. Muchos se han negado entrar a las fiestas que el Padre ha preparado.
Todo lo que vas a experimentar en tu vida en relación a Dios está basado en estos principios: Si tienes el espíritu de esclavitud, o el espíritu de adopción; y cuán cerca te sientes de Dios. El hijo mayor, en la parábola del hijo pródigo, había perdido su conciencia de hijo y de estar cerca del padre.
Rompe hoy con todo aquello que te haya hecho sentir distanciado de tu Padre Celestial. Puede ser porque no has recibido aún algo que has deseado. Quizás no lo has recibido porque no es el tiempo, porque no es para ti, o no lo has pedido aún, porque estás reclamando o cuestionando tu relación con el Padre.
No midas tu relación con Dios por lo que tienes o no tienes. Tienes lo más grande que tiene un hijo y es estar cerca del Padre. Muchos saben lo triste que es estar lejos y comer algarrobas, pero hoy que estás en la casa y cerca del Padre, regocíjate.
Aquellos que siempre han estado en la casa del Padre trabajando, ¡gócense!, porque tienen lo más grande que es estar cerca del Padre. Si eres hijo y estás cerca, todo lo del Padre te pertenece. Si estás cerca, cuando él hace fiesta, regocíjate.
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