lunes, 14 de marzo de 2011

Palabra Amor


El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo soporta.

TODAS LAS EDADES y culturas emplean palabras que evocan los anhelos que se tienen en común: Dios, patria, deber,trabajo, pan, vida, libertad, justicia, familia, democracia. Pero ninguna de ellas aparece tan frecuentemente como la palabra amor. El amor es siempre prominente y preeminente.

¿Qué es el amor? ¿Cuántos significados tiene? Como todas las palabras mencionadas arriba, los significados varían según el período histórico, y a veces se contradicen entre sí. Por supuesto, nadie va a decir que no ama. ¡Todos amamamos! Preferimos que nos digan mentirosos o ladrones a digan que no sabemos amar. Y no sólo que todos amamos, sino que casi cualquier acción se justifica en nombre del amor: “Lo hago por amor a la persona” o “a la sociedad” o “al sentido de la historia”. Cada uno esgrime la palabra como quiere, para sus propios fines.

Esto es doblemente peligroso cuando se refiere a Dios, porque se cambia el “Dios es amor” en “el amor es Dios”. Defino a Dios en términos de mi propia concepción del amor, y así creo a Dios a mi propia imagen. Siento que el amor me lleva a hacer algo, y aunque otros lo ven como malo, me convenzo de que lo hago por amor. Y si lo hago por amor, lo hago con la aprobación de Dios. Invoco a Dios para que me justifique en lo que quiero hacer. La mentira (“la mentira piadosa”), el robo (“para dar a los pobres”), la fornicación (“lo hicimos porque nos amamos tanto, y nos pensamos casar, y no hemos hecho mal a nadie”) y hasta el asesinato (el aborto y la eutanasia) se justifican en nombre del amor, y por lo tanto en nombre de Dios.

Para ver cuánto nos hemos apartado del concepto histórico del amor -al cual llegaremos un poco más abajo-, menciono una pequeña investigación mía. Consulté una enciclopedia moderna, hecha especialmente para estudiantes del nivel secundario. Busqué bajo “Amor”, y lo único que encontré fue: “Ver: Emoción; Sexo”. Fui a los artículos indicados, y encontré que habían reducido el concepto de amor, por un lado, a una emoción espontánea y pasajera, como la alegría y el enojo, y por el otro, a un aspecto de la relación sexual. Luego busqué “Afecto” y “Amistad”; y no hubo absolutamente nada.

Así se usa la palabra hoy en día, sobre todo en el cine y en las novelas bestseller. Amor se refiere a lo sensual y sexual, y muchas veces a la licencia, la lujuria y la codicia. Es una emoción sobre la cual no tenemos -ni podemos tener- control. Ni, para decir la verdad, lo queremos tener, porque así nos sentiríamos limitados moralmente, y “en el amor” las restricciones morales son precisamente lo que no queremos. Queremos “ser llevados” por la ola de nuestros sentimientos y pasiones, pero no sentirnos culpables después (“no me pude dominar, pero no importa, porque sé que mis motivos eran puros; lo hice por amor”).

Un conocimiento de la Biblia, por superficial que sea, nos indica lo inadecuado de este concepto. Para citar un caso concreto: Dios nos manda a que amemos a nuestros enemigos, y es imposible reconciliar esto con un amor que no signifique más que lo emocional y sensual. Para aclarar el panorama, vayamos a las cuatro palabras que usaban los griegos para diferenciar entre amor y amor, algo que en nuestras lenguas modernas se hace más difícil. No pretendo duplicar lo que hizo C. S. Lewis en su libro magistral, Los cuatro amores; lo recomiendo calurosamente. Para el aspecto de amistad, recomiendo también el ensayo “Una amistad delicadamente cincelada” de Julián Marías, en su Ensayos de convivencia. Tampoco déjese de leer el artículo “Agape y agapan” de William Barclay, en Palabras griegas del Nuevo Testamento.

Las cuatro palabras griegas que se traducen con “amor” son storge (afecto), filía (amistad), eros (el amor entre los sexos) y agape (el amor divino). Es importante decir al principio que ninguno de estos amores es de origen humano; todos emanan de Dios. Con la excepción de agape, todos han sentido la distorsión del pecado humano, pero no por eso Dios los deja de usar en nuestras vidas.

El afecto es el amor más común, el que sentimos casi sin darnos cuenta, sin definirlo ni hablar de él. Lo sentimos con nuestros padres y abuelos, con nuestros hermanos y parientes, con los vecinos y los compañeros de curso y detrabajo. Es el amor de la proximidad. Aunque quizás no sea un amor muy profundo, puede ser duradero; el amigo de la infancia, cuyo camino en la vida ha sido muy distinto del mío, sin embargo guarda en mi corazón un lugar de privilegio. El abuelo, que vive en otro mundo, con quien por varias razones apenas me comunico, me es muy querido. El afecto no nos liga de adentro, pero los lazos de afuera pueden ser importantes y fuertes.

La amistad está al otro extremo. No depende de lo que nos rodea, sino de ligaduras interiores. La amistad es meditada, creada. No es como el afecto. No se produce casi automáticamente con los que ocupan con nosotros el mismoespacio familiar, laboral o escolar. Los amigos son aquéllos a cuyo lado nos ponemos para contemplar el mundo, aquéllos con quienes compartimos gustos, ideales, valores y metas. Son las personas con quienes podemos estar de acuerdo o de desacuerdo, pero sobre una base que tenemos en común. Partimos del mismo punto. La amistad no excluye el afecto, y muchas veces comenzamos con éste y terminamos con aquélla. Hemos estado con un compañero en el colegio durante mucho tiempo y compartido con él muchas cosas; y de repente, en una conversación casual, nos damos cuenta de que con él “estamos en lo mismo”.

Nace una amistad. Puede ser alguien del mismo sexo o del sexo opuesto, pero eso es secundario. Lo importante no es lo que sentimos el uno por el otro, sino lo que los dos sentimos por la vida. Podemos formar un grupo de dos amigos o de varios. Como en el caso del afecto, no hay limitaciones en cuanto a números. Podemos sentir afecto por uno o por muchos, y podemos sentir amistad con uno o con varios; y entre los varios, es posible que todos sintamos la misma amistad. Ni el afecto ni la amistad son excluyentes ni absorbentes, como ocurre en el próximo caso que mencionaremos: el eros.

El eros es el amor entre los sexos. Incluye el aspecto sexual, pero no se circunscribe a él. Y no sólo eso; la relación sexual puede existir aparte del eros. El eros es el don que Dios dio a Adán y Eva, y a sus descendientes, para que nos sintamos unidos en amor -”enamorados”- con nuestros maridos y esposas. Incluye todo lo que sentimos de amor íntimo, absorbente, exclusivista, el amor que nos une a otro en cuerpo, alma y espíritu, para que ser una sola carne. Es el amor que Dios ensalza en el Cantar de los Cantares. Como se dijo, no toda relación sexual existe dentro de este marco: la prostitución, por ejemplo, está lejos de este amor, porque separa entre el acto sexual y lo que ese acto debería representar de amor cabal; separa entre el cuerpo y el alma y espíritu. En el afecto nos une todo nuestro entorno; en la amistad nuestra perspectiva de la vida; en el eros lo que es el otro. Los amigos juntos contemplan la vida; los enamorados se contemplan el uno al otro.

Pueden existir más de uno de estos amores al mismo tiempo, o, como ya se dijo, uno de ellos puede convertirse en otro. El afecto que sentí con mis padres cuando era niño, de adulto se convirtió en amistad. De niño nuestros mundos eran distintos; pero ahora, por afinidad de gustos, ideas, metas y valores, al afecto se añadió amistad. Lo mismo me ha pasado, ahora que somos adultos, con algunos de mis hermanos. La amistad con alguien del sexo opuesto puede llegar al eros, sin dejar de ser amistad; como también el eros puede existir primero, y luego se le agrega la amistad. Diría más: es muy triste si en el matrimonio estos dos amores, con el tiempo, no se acompañan.
El afecto, la amistad y el eros vienen de Dios, y son ubicuos. Son los dones que Dios nos da para que nos relacionemos con nuestros prójimos; es imposible vivir sin convivir. Pero para que estos amores no se distorsionen y se perfeccionen, otro amor nos hace falta: agape. Este es el amor divino, el amor que radica en Dios, el que antiguamente se llamaba “caridad”. Los demás amores dependen de que haya respuesta -”eco”- a nuestro amor. Son recíprocos. Pueden nacer en uno antes que en otro, pero si después de un tiempo no son correspondidos, mueren. Este es el caso sobre todo con eros y amistad.

Me enamoro de alguien, veo en él todo lo que me parece necesario para vivir unidos, pero la persona no me presta atención; y dentro de algún tiempo mi amor muere. Conozco a alguien con quien siento que compartimos el significado de la vida, pero no encuentro respuesta, y la posibilidad de una amistad desaparece. Aun en el caso del afecto puede pasar lo mismo. En medio de la tranquilidad que sentimos los del barrio, del aula o de la oficina, se introducen factores irritantes, y el afecto se altera.

Agape es distinto. No depende de que otro sienta lo mismo, no depende de factores de afuera. Origina en el que ama, y persiste a pesar del rechazo, las irritaciones y hasta el odio. Los demás amores se inspiran en la persona amada; agape sale del carácter de quien ama y depende totalmente de ese carácter. Los otros amores son naturales, aunque dados por Dios, pero agape es un don sobrenatural. El pecado no lo puede pervertir, porque lo controla el Espíritu Santo. Es el amor de Dios hacia nosotros -”De tal manera amó Dios al mundo…-”, no porque lo merezcamos ni porque lo deseemos, sino simplemente porque él lo quiere así.

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Agape es la base de la relación entre el Padre y el Hijo y de la relación entre Dios y el ser humano. Es la esencia de la fe cristiana y la base de la relación que debe existir entre el cristiano y su prójimo. Por eso Dios puede mandarnos a que amemos. Pero exclamamos:”¡Qué absurdo! Se ama o no se ama, porque las emociones no se pueden manipular ni dominar”. Hasta cierto punto esta reacción es válida si hablamos de afecto, amistad y eros. Pero agape depende de quien soy yo, no de quien es el otro. Para los amores naturales es imposible amar al enemigo. Pero Dios ama así, y si logra crear su imagen en mí, yo también puedo amar así.

Todo amor natural retiene el elemento de respuesta o reacción. Agape no. Todo amor significa poner al otro antes que a mí mismo, pero los amores naturales dependen de que que el otro reciproque. Todo amor natural puede ser egoísta; solamente el amor divino jamás lo es. Agape es un amor de decisión. Dios decidió amarnos, y nos ama. Yo decido amar, y amo, bajo la unción del Espíritu de Dios. Es una decisión de mente y de voluntad, que muchas veces va en contra de todas nuestras inclinaciones normales -amar a los sucios, los aburridos, los antipáticos y los que nos maltratan-. Pero Dios nos llama a amar así, precisamente para que seamos semejantes a él. Dios, porque es Dios, busca siempre el bien del otro, sea quien sea y como sea. Leamos con cuidado Mateo 5.43-48.

Una de las marcas de la iglesia de los primeros tiempos era: “¡cuánto se aman!” Los no cristianos se admiraban, porque veían algo que no era natural. Los creyentes pertenecían a todas las razas, clases sociales y niveles culturales. Había judíos y gentiles, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, aristócratas y esclavos, instruidos y analfabetos. No existía entre ellos ningún vínculo natural. Y sin embargo, se palpaba un amor que no se explicaba en términos de storge, filía, ni eros. Desde el punto de vista humano, estos cristianos no tenían nada en común; algo sobrenatural los unía.

Avancemos un poco más. Los mismos amores naturales deben ser santificados por el amor sobrenatural. El afecto que sentimos unos por otros debe ser un afecto sin grietas, la amistad debe ser más sólida y más profunda, el eros más puro. Los amores naturales deben no solamente responder al amor del otro, sino ser fruto de nuestro carácter. En el cristiano, el amor sobrenatural santifica los amores naturales. Nuestros afectos, amistades y enamoramientos se elevan a otro plano, van más allá de la mera respuesta. Originan en una vida transformada por el Espíritu Santo. No es un juego de palabras decir: “No te amaría la mitad de lo que te amo si no amase más a Dios”.

Pero ahora llegamos a otra verdad bíblica. Agape toma prioridad sobre los otros amores. Los amores naturales, cuando no han sido ungidos por agape, lo pueden contrariar. Sobre esto nos advierte Lucas 14.26: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Los otros amores, si no son santificados por el amor divino son rivales de éste. Los amores naturales son de Dios, son necesarios y productivos. Pero si agape no los perfecciona, son peligrosos para nuestra vida cristiana. Es cuestión de lealtades. ¿A quién cedo mi voluntad? El amor significa poner primero a otro antes que a mí mismo. Pero también significa poner a Dios antes que a todo posible rival. Los padres y hermanos, los amigos y los cónyuges, no pueden competir con la lealtad y fidelidad que debo a Dios, y sólo a Dios.

Hemos dicho que los amores naturales se vuelven sobrenaturales cuando el Espíritu Santo los unge. Más aún, son ilustraciones del amor de Dios hacia nosotros: storge (afecto), el amor entre el Padre y sus hijos; filía (amistad), el amor de nuestro supremo Amigo; eros (como en Cantares), el amor de Dios por su esposa, la iglesia.

El amor divino, agape, es el que tenemos en 1 Corintios 13, la descripción por excelencia de la vida cristiana. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se evanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. El Espíritu Santo arraiga este amor en el centro de mi ser, y no depende de cómo sea el otro o de cómo me trate. Es el amor divino que transformará las relaciones humanas: mi relación con el vecino y con el compañero de trabajo, mi relación con los parientes y con mi esposa e hijos, mi relación con los amigos y con mis hermanos en la fe de Cristo.


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