Muchas veces oramos y pedimos a Dios algo y al sentir que no tenemos respuesta nos desesperamos.
Lo que Dios nos concede es lo que necesitamos y lo que no nos ha concedido aun es porque no nos conviene o no es el tiempo de recibirlo.
Hay cierta infelicidad en nosotros que tenemos que reconocer, confesar y erradicar de nuestra vida para poder ingresar al río de Dios.
Estamos viviendo un tiempo de gran avivamiento, pero tenemos que ser honestos con el Señor.
Esperar en Dios es difícil, pero recordemos DIOS NO LLEGA TARDE, nosotros somos los que tenemos mal sincronizado nuestro reloj.
Es necesario que tengamos toda la fuerza del principio, y si la hemos perdido, es necesario que la recuperemos ya.
Que la decepción no arruine el avivamiento para lo cual Dios nos tiene preparados.
Esperemos en silencio y sin murmurar. Debemos confesar nuestro desagrado y mostrarnos transparentes ante el Señor.
Los tropiezos que hemos vivido nos han quitado la fuerza, no ha sido Dios, sino nuestros propios planes y peticiones no concedidas en el momento que esperamos.
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