viernes, 5 de junio de 2020

Vence el mal con bien

En 2017 se supo una noticia estremecedora: un doctor y entrenador atlético de la Universidad Estatal de Michigan había sido acusado de asaltar sexualmente a ciento cincuenta atletas femeninas, la mayoría gimnastas.

Después de extensas apariciones y juicios en los tribunales, el médico fue hallado culpable y sentenciado a una condena de hasta ciento setenta y cinco años en prisión.

Los procesos judiciales se extendían por días mientras las víctimas leían ante el tribunal unas impactantes declaraciones ante el tribunal: su testimonio sobre lo que aquel hombre les había hecho.

Las palabras de aquellas jóvenes atletas destrozaban los corazones. La ira y el resentimiento fluían con tanta libertad como las lágrimas.

Mientras más leían aquellas mujeres las acusaciones por los actos de aquel hombre, mayor era la sensación de maldad que invadía la sala. No era posible describir de otra manera lo que aquel médico había hecho.

La última de aquellas impactantes declaraciones fue leída el 24 de enero de 2018 por una joven gimnasta llamada Rachael Denhollander. Tenía el mérito de haber sido la primera de las atletas en decidirse a acusar al médico del equipo por sus acosos sexuales.

Parecía adecuado que fuera ella quien tuviera la última palabra ante el tribunal de justicia. Tomando una parte de su declaración de seis mil palabras, dirigida al propio Nassar, he aquí la forma en que Rachel tomó la decisión de convertir este terrible mal en algo bueno:

A lo largo de todo este proceso, me he aferrado a una cita de C. S. Lewis, en la cual él dice: «Mi argumento contra Dios era que el universo parece muy cruel e injusto.

Ahora bien, ¿cómo llegué a esta idea sobre lo justo y lo injusto? Nadie dice que una línea está torcida, a menos que tenga alguna idea de lo que es una línea derecha. ¿Con qué estaba yo comparando el universo cuando dije que era injusto?».

Larry, yo puedo decir que lo hecho por usted es malvado y perverso porque lo era. Y sé que fue malvado y perverso porque existe la línea recta. La línea recta no se mide con base en las percepciones de usted, ni en las de ninguna otra persona, y esto significa que yo puedo hablar la verdad acerca del abuso hacia mi persona sin tener que minimizar ni mitigar nada.

Y lo puedo calificar de perverso porque sé lo que es la bondad. Y esta es la razón por la cual le tengo lástima. Porque cuando una persona pierde la capacidad de definir el bien y el mal, entonces ya no puede definir el mal, y por lo tanto, ya no puede seguir definiendo lo que es realmente bueno, ni disfrutándolo.

¡Vaya! ¡Qué entereza! ¡Qué elegancia! Esto, más todo cuanto he leído últimamente, es una ilustración y una demostración de lo que significa vencer al mal con el bien.

Aquella joven había descubierto la forma de vencer ambas clases de mal: el mal de la venganza dentro de ella misma y el mal que se le había hecho a ella. ¡Rachael Denhollander es una Vencedora!

¿Qué capacita a alguien para vender al mal con el bien de esta forma? ¿Cómo evitamos sucumbir ante la ira, la amargura, el dolor y el afán de venganza? ¿Cómo impedimos que nuestro corazón acumule en su interior los residuos del mal que nos han hecho a nosotros o a los seres que amamos?

Veamos la instrucción que les dio Pablo a los creyentes de Éfeso cuando les dijo, usando la metáfora de un soldado romano, que se pusieran «la coraza de justicia» (Efesios 6.14).

La coraza del soldado romano común era una pieza de su armadura, hecha de cuero endurecido y reforzado. Para los oficiales, el cuero estaba recubierto con una placa de metal para mayor protección.

La coraza cubría el torso y protegía los órganos vitales del soldado, sobre todo su corazón. Un guerrero que no tuviera puesta su coraza quedaba vulnerable y peligrosamente expuesto a los ataques del enemigo.

En su carta, Pablo usa esta coraza literal que protegía el corazón físico en una metáfora. Su deducción era que la justicia actúa como una «coraza» para proteger el corazón espiritual figurado del cristiano, el centro espiritual de su vida.

La palabra justicia tiene en realidad varios niveles de significado. El diccionario Merriam Webster la define como una actuación que está de acuerdo con la ley divina o moral, el hecho de estar libre de culpa o de pecado y el de estar moralmente en lo cierto o lo justificable, como en una decisión justa.


Cuando hacemos nuestra la justicia de Jesucristo, su perfección moral y su vida sin pecado, obediente al Padre, y vivimos justamente, es cuando podemos vencer la maldad que llevamos dentro y la maldad que nos rodea.

CÓMO VENCEMOS AL MAL QUE LLEVAMOS DENTRO

Cuando pensamos en vencer al mal con el bien, tendemos a centrarnos en el mal que nos rodea, el mal que hay fuera de nosotros.

Sin embargo, tal como decía el escritor ruso Alexandr Solzhenitsyn, «¡Como si esto fuera tan simple! Como si se tratara solamente de la existencia de personas malvadas en algún lugar, cometiendo de manera insidiosa sus malas obras, y solo hiciera falta separarlas del resto de nosotros y destruirlas. Sin embargo, la línea divisoria entre el bien y el mal atraviesa también todo corazón humano».

La Biblia afirma: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» (Romanos 3.10-12).

Uno de los pensamientos más peligrosos que puede tener un ser humano, incluso un círculos, es este: «¡No, yo nunca haría nada tan malo!». Ese pensamiento revela una triste ingenuidad acerca de nuestro propio corazón y un peligroso potencial con respecto al futuro.

Entonces, ¿cómo podemos vencer a la maldad que llevamos dentro? Nosotros no la podemos vencer. Pero Cristo sí puede.

LA JUSTICIA DEL VENCEDOR

La mala noticia es que todos llevamos el mal por dentro. La buena noticia es que Cristo, en su bondad y su misericordia, venció por nosotros a ese mal muriendo en la cruz para después ofrecernos su propia justicia, un don gratuito que solo se puede recibir por fe.

Con su muerte y su resurrección, Cristo venció a todos los «poderes [. . .] autoridades [. . .] potestades que dominan este mundo de tinieblas [. . .] [y] fuerzas espirituales malignas» (Efesios 6.12). «Desarmó a los poderes y a las potestades, y [. . .] los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal» (Colosenses 2.15). La maldad ya no tiene poder sobre el que está revestido con la justicia de Cristo.

CÓMO VENCEMOS AL MAL QUE NOS RODEA

Cuando Chris Carrier tenía diez años, un extraño se le acercó, afirmando que era amigo de su padre. Necesitaba que Chris lo ayudara a recoger un regalo de Navidad para su padre. Así que Chris subió a la casa rodante de aquel hombre.

Poco tiempo más tarde, el hombre metió el vehículo en un campo donde apuñaló a Chris en la nuca. Después llevó el vehículo, con el niño herido dentro, por un camino de tierra. Le disparó al niño en la sien izquierda y lo dejó abandonado junto al camino en los Everglades de la Florida, infestados de caimanes.

Durante seis días, Chris estuvo allí tirado, entre consciente e inconsciente, hasta que lo halló un motorista que pasaba por allí. Milagrosamente, sobrevivió, pero perdió la vista del ojo izquierdo. La policía no pudo identificar ni hallar nunca a su atacante.

Christopher vivió lleno de temor durante los tres años siguientes hasta que, en una reunión de la iglesia, escuchó el evangelio y le entregó su vida a Cristo. Su fe fue creciendo, hasta que se decidió a entrar a tiempo entero en el ministerio con el fin de ayudar a otros a encontrar la paz y la sanidad que él había encontrado en Cristo.

Muchos años más tarde, cuando Chris ya estaba casado y tenía hijos, un detective hizo contacto con él, diciéndole que un anciano había confesado el brutal crimen del que él había sido víctima. Aquel hombre le tenía rencor al padre de Chris y había desbordado su ira contra Chris como manera de herir al padre de este.

Chris visitó a aquel hombre, ya de setenta y siete años, que estaba ya achacoso y débil, en un asilo de ancianos.

Al principio, el hombre negó saber nada acerca de aquel crimen, pero terminó pidiéndole perdón a Chris. Este le explicó cómo había llegado a ser cristiano, y la forma en que Dios había usado aquel suceso tan terrible de su vida para compartir su perdón y su amor con muchas personas más.

La familia de Chris comenzó a visitar casi a diario el asilo de ancianos, hablándole a aquel hombre del amor de Dios. Y un domingo por la tarde, el hombre que había atacado a Chris recibió el perdón de Dios y de Chris y depositó su fe en Cristo. Pocos días más tarde fallecía pacíficamente mientras dormía.

He aquí un poderoso ejemplo de la forma en que un hombre puede vencer al mal que le rodea. Lo primero fue que Chris le permitió a Cristo que eliminara de su corazón la idea de vengarse. Después venció la maldad que había en la vida de su asaltante al derramar el amor de Dios sobre él.

La Biblia nos indica con claridad la forma de hacer esto, comenzando con el pasaje central del Nuevo Testamento, que se encuentra en Romanos 12.17-21:

No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor. Antes bien,

«Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer;
si tiene sed, dale de beber.
Actuando así, harás que se avergüence de su conducta».
No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.

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