Gálatas 2:20
Pablo tuvo dos revelaciones distintas de Jesús. De camino a Damasco Jesús se le reveló. Esta revelación mató la enemistad de su corazón y le convirtió a Dios. Luego él escribe a los Gálatas que Dios «tuvo a bien revelar a su Hijo en mí» (Gá. 1:16).
Esta segunda revelación demostró ser su santificación y capacitación para el servicio, porque añade: «Para que yo le predicase entre los gentiles». ¡Cuán estéril y sin fruto es nuestro testimonio para Dios hasta que se revela Cristo en todo su poder y suficiencia, no solo en el cielo, sino en nosotros.
Entonces, como él, podemos decir triunfantes: «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Si Cristo está en mí, entonces yo debo ser:
I. Una nueva criatura. Cuando el «Viviente» entra, entonces cesa el reinado de la muerte: «Yo he venido para que tengan vida». La regeneración es la irrupción de la «Vida de Dios» en el alma mediante el Espíritu Santo.
Los cuales fueron nacidos, no de sangre–no es hereditario, ni de voluntad de la carne, no es por energía carnal, ni de voluntad de varón no es por poder intelectual–, sino de Dios.
¿Cómo explicarán esto los evolucionistas? Hasta que uno pone la confianza en Cristo y le recibe, solo puede haber muerte y degeneración; pero cuando Él entra en el corazón y en la vida del hombre, ¡cuán completamente se cumple su Palabra: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas»!
II. Un templo de Dios. Solemne pensamiento. ¿Morará realmente Dios con los hombres? «¿No sabéis que sois templo de Dios?» (1 Co. 3:16).
Así como Dios descendió y moró en el templo de Salomón, así Dios el Espíritu Santo ha venido a morar en el cuerpo de cada creyente, para mostrar la gloria de su gracia y de su poder (1 Co. 6:19, 20). La morada del Espíritu implica la purificación total mediante la sangre. Limpiados, poseídos, empleados. Espíritu, alma y cuerpo.
III. Gobernados por su voluntad. «No se haga mi voluntad, sino la tuya»; éste fue un resplandor de gloria del cielo procedente de Jesús como el templo de Dios. La casa no puede mantenerse si hay en ella dos voluntades opuestas.
Si reconozco a «Cristo en mí», entonces todos mis caminos y propósitos serán de corazón sometidos a Él. La tierra es escabel de sus pues, pero Él no se sienta en un escabel, sino en un trono, el centro de poder y autoridad.
El reinado de Cristo dentro de nosotros es el remedio divino para pasiones desenfrenadas, temperamentos desatados, un testimonio sin fruto y la vida egoísta que contrista al Espíritu. Venga a nos tu reino, hágase tu voluntad en nosotros, como en el cielo.
IV. En posesión de toda suficiencia. Las necesidades continuas de la vida espiritual son muy grandes, pero toda la plenitud mora en Él, y si Él mora en nosotros, entonces nosotros podemos ser llenos de toda la plenitud de Dios.
Ciertamente, las «inescrutables riquezas de Cristo» son suficientes para afrontar las demandas diarias y de cada momento para nuestras nuevas naturalezas que Dios nos ha dado. «Cristo en mí.» ¡Qué provisión a la que acudir! Cristo en mí, para llenar cada resquicio de mi ser, como las aguas cubren el abismo.
Cristo en mí, para empujarme y constreñirme, como el vapor en la máquina. «Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Co. 9:8).
V. Los placeres pecaminosos no tendrán atracción para mí. «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.» ¿Qué comunión puede tener la luz con las tinieblas? Si Cristo satisface plenamente los deseos del corazón, no habrá anhelos en pos de cosas contrarias a su voluntad.
Cuando los cristianos siguen en pos de cosas dudosas, ello es una evidencia de que no se confía plenamente en Cristo. La que está satisfecha con su amante marido no busca a otro.
La hoja de col no tiene para la mariposa la atracción que tenía para el gusano de seda. Aquellos cuyas vidas están escondidas con Cristo en Dios pondrán sus afectos en las cosas de arriba.
VI. Dispuesto a sacrificarse por otros. Si Cristo está en mí, entonces se manifestará la vida de Cristo. «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mt. 20:28).
Él glorificó a Dios mediante una vida de sacrificio de sí mismo por el bien del hombre. No buscó la popularidad esforzándose y clamando por las calles (Mt. 12;19). Si Cristo está en nosotros, no nos esforzaremos por lograr los principales puestos de honor, ni por alcanzar los encomios de los hombres.
Por cuanto Cristo nos ha amado, y se ha dado a Sí mismo por nosotros, ¿no deberíamos nosotros, por amor a los que perecen, darnos a nosotros mismos a Dios por su salvación?
VII. Más que vencedores. El alma poseída de Cristo entrará en contacto con principados y potestades, con gobernantes de las tinieblas y con espíritus de maldad, de una forma que otros no pueden comprender; pero «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4).
Nunca olvidemos mientras luchamos contra la incredulidad, la injusticia y todos los poderes de las tinieblas que la batalla es del Señor. Dios, que mora en vosotros, Él hace las obras. «Dios es el que en vosotros opera tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2:13).
¡Cómo debe el apóstol haberse hecho consciente del poder del Salvador que moraba en su corazón cuando dijo: «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece»! También nosotros debemos, por fe, echar mano de su poder omnipotente, para que grandes cosas sean hechas en su Nombre.
La duda o la ignorancia de «Cristo en nosotros» es la fuente de la debilidad, inferacidad, y desaliento en el servicio de Dios.
Cree en Dios, que Cristo por el Espíritu mora en ti; cuenta siempre con su presencia, poder y plenitud, y pronto cantarás: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!».
Pablo tuvo dos revelaciones distintas de Jesús. De camino a Damasco Jesús se le reveló. Esta revelación mató la enemistad de su corazón y le convirtió a Dios. Luego él escribe a los Gálatas que Dios «tuvo a bien revelar a su Hijo en mí» (Gá. 1:16).
Esta segunda revelación demostró ser su santificación y capacitación para el servicio, porque añade: «Para que yo le predicase entre los gentiles». ¡Cuán estéril y sin fruto es nuestro testimonio para Dios hasta que se revela Cristo en todo su poder y suficiencia, no solo en el cielo, sino en nosotros.
Entonces, como él, podemos decir triunfantes: «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Si Cristo está en mí, entonces yo debo ser:
I. Una nueva criatura. Cuando el «Viviente» entra, entonces cesa el reinado de la muerte: «Yo he venido para que tengan vida». La regeneración es la irrupción de la «Vida de Dios» en el alma mediante el Espíritu Santo.
Los cuales fueron nacidos, no de sangre–no es hereditario, ni de voluntad de la carne, no es por energía carnal, ni de voluntad de varón no es por poder intelectual–, sino de Dios.
¿Cómo explicarán esto los evolucionistas? Hasta que uno pone la confianza en Cristo y le recibe, solo puede haber muerte y degeneración; pero cuando Él entra en el corazón y en la vida del hombre, ¡cuán completamente se cumple su Palabra: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas»!
II. Un templo de Dios. Solemne pensamiento. ¿Morará realmente Dios con los hombres? «¿No sabéis que sois templo de Dios?» (1 Co. 3:16).
Así como Dios descendió y moró en el templo de Salomón, así Dios el Espíritu Santo ha venido a morar en el cuerpo de cada creyente, para mostrar la gloria de su gracia y de su poder (1 Co. 6:19, 20). La morada del Espíritu implica la purificación total mediante la sangre. Limpiados, poseídos, empleados. Espíritu, alma y cuerpo.
III. Gobernados por su voluntad. «No se haga mi voluntad, sino la tuya»; éste fue un resplandor de gloria del cielo procedente de Jesús como el templo de Dios. La casa no puede mantenerse si hay en ella dos voluntades opuestas.
Si reconozco a «Cristo en mí», entonces todos mis caminos y propósitos serán de corazón sometidos a Él. La tierra es escabel de sus pues, pero Él no se sienta en un escabel, sino en un trono, el centro de poder y autoridad.
El reinado de Cristo dentro de nosotros es el remedio divino para pasiones desenfrenadas, temperamentos desatados, un testimonio sin fruto y la vida egoísta que contrista al Espíritu. Venga a nos tu reino, hágase tu voluntad en nosotros, como en el cielo.
IV. En posesión de toda suficiencia. Las necesidades continuas de la vida espiritual son muy grandes, pero toda la plenitud mora en Él, y si Él mora en nosotros, entonces nosotros podemos ser llenos de toda la plenitud de Dios.
Ciertamente, las «inescrutables riquezas de Cristo» son suficientes para afrontar las demandas diarias y de cada momento para nuestras nuevas naturalezas que Dios nos ha dado. «Cristo en mí.» ¡Qué provisión a la que acudir! Cristo en mí, para llenar cada resquicio de mi ser, como las aguas cubren el abismo.
Cristo en mí, para empujarme y constreñirme, como el vapor en la máquina. «Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Co. 9:8).
V. Los placeres pecaminosos no tendrán atracción para mí. «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.» ¿Qué comunión puede tener la luz con las tinieblas? Si Cristo satisface plenamente los deseos del corazón, no habrá anhelos en pos de cosas contrarias a su voluntad.
Cuando los cristianos siguen en pos de cosas dudosas, ello es una evidencia de que no se confía plenamente en Cristo. La que está satisfecha con su amante marido no busca a otro.
La hoja de col no tiene para la mariposa la atracción que tenía para el gusano de seda. Aquellos cuyas vidas están escondidas con Cristo en Dios pondrán sus afectos en las cosas de arriba.
VI. Dispuesto a sacrificarse por otros. Si Cristo está en mí, entonces se manifestará la vida de Cristo. «El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mt. 20:28).
Él glorificó a Dios mediante una vida de sacrificio de sí mismo por el bien del hombre. No buscó la popularidad esforzándose y clamando por las calles (Mt. 12;19). Si Cristo está en nosotros, no nos esforzaremos por lograr los principales puestos de honor, ni por alcanzar los encomios de los hombres.
Por cuanto Cristo nos ha amado, y se ha dado a Sí mismo por nosotros, ¿no deberíamos nosotros, por amor a los que perecen, darnos a nosotros mismos a Dios por su salvación?
VII. Más que vencedores. El alma poseída de Cristo entrará en contacto con principados y potestades, con gobernantes de las tinieblas y con espíritus de maldad, de una forma que otros no pueden comprender; pero «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4).
Nunca olvidemos mientras luchamos contra la incredulidad, la injusticia y todos los poderes de las tinieblas que la batalla es del Señor. Dios, que mora en vosotros, Él hace las obras. «Dios es el que en vosotros opera tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2:13).
¡Cómo debe el apóstol haberse hecho consciente del poder del Salvador que moraba en su corazón cuando dijo: «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece»! También nosotros debemos, por fe, echar mano de su poder omnipotente, para que grandes cosas sean hechas en su Nombre.
La duda o la ignorancia de «Cristo en nosotros» es la fuente de la debilidad, inferacidad, y desaliento en el servicio de Dios.
Cree en Dios, que Cristo por el Espíritu mora en ti; cuenta siempre con su presencia, poder y plenitud, y pronto cantarás: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!».
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