martes, 5 de mayo de 2020

Santidad

Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo.»” 1 Pedro 1:15-16

Introducción

El Señor nos llamó a la santidad. Tenemos que responder con una vida sin mancha, consagrada a las cosas de Dios. De esta manera nos alejaremos del pecado que nos quita la amistad con Dios y estaremos llenos del Espíritu Santo. Él nos guiará hacia el encuentro con Cristo en la eternidad y nos dará la fuerza en esta vida para evitar la tentación.

I. Nuestra vida debe ser en la santidad (vers. 15)

a. Nuestro Dios nos llamó a su lado, para hacernos hijos suyos a través de Cristo. Él es el único santo, la fuente de toda santidad. Pero nosotros debemos imitar a Jesús, para ser verdaderos cristianos. Por esto, debemos buscar las cosas santas y vivir nuestra vida de acuerdo a la Palabra de Dios (vers. 15).
b Sin la santidad no podremos entrar al banquete eterno, porque es el vestido de fiesta que debemos llevar puesto para ingresar en el salón del Reino. Nuestra vida debe ser regida por Cristo y sus enseñanzas, de manera que cuando vayamos al cielo nos encuentre limpios para estar junto a Él. Esta santidad no depende únicamente de una voluntad de serlo, sino que implica muchas renuncias y mucha fe en el poder de Dios para cambiar nuestra vida (Mateo 22:11-12).
c. Vivir en la santidad es acercarse a la Palabra y aceptar sus enseñanzas para nuestra vida. Esto significa que deberemos alejarnos de todo lo que nos aparta de la voluntad de Dios. La iniquidad, la mundanidad, la avaricia, la mentira, los malos pensamientos, todo esto impide que vivamos en la santidad. Por eso debemos alejarlo de nosotros, porque nuestro fin último es alcanzar la salvación que nos trajo Jesús (2 Corintios 7:1).
d. No hay recetas para la santidad, más que tomar la Palabra de Dios como guía para nuestro obrar cotidiano. Hasta el más mínimo acto de nuestro día a día debe estar iluminado por las enseñanzas del Señor. La incorporaremos si la tratamos con asiduidad y sus palabras se nos hacen familiares. Desde niños debemos instruir a nuestros hijos para que la guía de su vida sea la Palabra y en su pensamiento estén siempre las enseñanzas de Cristo (Salmo 119:9),

II. Debemos ser santos a imitación de Cristo (vers. 16)

a. Dios nos llamó especialmente a vivir en la santidad, como un don de su gracia. No es por nuestra voluntad que podemos llegar a ser santos, sino que es mediante el poder de Dios que nos fortalece frente a la tentación. Por esto debemos orar fervientemente todos los días pidiendo a Jesús que nos bendiga y dé su gracia para alejarnos del pecado. El Espíritu Santo nos instruirá y nos indicará lo que es de agrado del Señor, para no ofenderle y no manchar nuestra alma (2 Timoteo 1:9).
b. La oración es el gran instrumento para conocer la voluntad de Dios. Mediante ella encontraremos en nuestro interior la voz de Dios que nos indicará si estamos errando en el camino o si nos mantenemos en su senda. Algunos pensamientos pueden ser puestos por el enemigo para confundirnos. Pero en Cristo tenemos que encontrar el refugio y solicitarle que no nos desampare de su mano y nos deje caer en la tentación (Salmo 139:23-24).
c. Debemos cuidar nuestro cuerpo y nuestro espíritu, porque son templo del Espíritu Santo. Por eso debemos también respetar a los hermanos y tratarlos como a cosas sagradas, porque por ellos derramó Cristo su sangre en la cruz. Y en ellos habita también el Espíritu que nos guiará a todos hacia el cielo. Tenemos que orar con fervor pidiendo sus dones y dando gracias por sus beneficios espirituales (1 Corintios 3:16).

Conclusión

Estamos llamados a la santidad, y debemos responder a este llamado con responsabilidad. Debe ser nuestra preocupación principal, porque de ello depende nuestra salvación. La santidad no significa otra cosa más que poner por obra lo que meditamos en la Palabra de Dios. De esta manera tendremos una guía segura hacia el cielo, hacia el amor del Padre (Romanos 6:22).
Debemos evitar lo que nos aleja del Señor. Si nos exponemos a las ocasiones de pecado, estamos arriesgando lo más preciado, que es la amistad con Dios. Tenemos como ejemplo en nuestro peregrinar a Jesús, a Él debemos imitar. Y Él estuvo entre los pecadores, pero para lograr su conversión, nunca para imitar su vida pecaminosa (Amós 5:14).
El Espíritu Santo nos guiará en esta senda hacia el cielo. Pidámosle a Él con fervor diariamente que nos conduzca y no permita que nos alejemos de Cristo y sus enseñanzas.

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