sábado, 7 de marzo de 2020

Nosotros

El Señor estaba yendo a Jerusalén, pasando entre Galilea y Samaría. Diez leprosos le salen al encuentro. Ellos se paran de lejos y le piden a Jesús que tenga misericordia de ellos.
Se pararon de lejos, porque la lepra es una enfermedad muy contagiosa. Por eso debían vivir separados de los demás, y no acercarse a los sanos, para evitar propagar la peste.
Ellos sabían del poder de Jesús. Creían en Él, de lo contrario no le hubieran rogado que tuviese misericordia de ellos. ¿Qué puede hacer un simple hombre frente a una enfermedad tan destructiva? Nada, si no tiene el poder de Dios.
Pero ellos conocían su fama. Por eso se atreven a pedir. Y Cristo les manda que vayan a mostrarse a los sacerdotes.
En la ley de Moisés, se indica que el que padece de lepra, si se sana, debe ir a mostrarse a los sacerdotes para volver a la comunidad. Era la manera de cerciorarse que estuviese realmente curado.
Jesucristo no los sanó inmediatamente. No fue instantáneo. Esto habla de una fe muy grande de parte de ellos. Porque sin ver signos de salud o curación, hicieron caso a Jesús y se encaminaron donde los sacerdotes. En el camino, recibieron la sanación de su enfermedad.

La fe que tuvieron permitió obrar al poder de Cristo.

Cuando comenzaron a caminar, lo hicieron por una fe muy pura. Y esa fe brindó sus frutos. El milagro se obró en ellos, que creyeron en las palabras de Jesús.
Sin embargo, al comprobar que estaban sanos, no volvieron donde estaba el Señor para agradecerle. Continuaron su camino, sabiendo que fue un milagro, pero ya satisfechos de haberlo conseguido.
Como si no hubiese sido un don de lo alto, como si no hubiera sido una gracia de Dios, continuaron su camino. Pareciera que era el deber de Jesús el sanarlos, y que ya lo había cumplido, nada más.

Dar gracias nos beneficia a nosotros

Uno de ellos comprende la grandeza de lo que había ocurrido. El Señor le estaba dando una segunda vida en esta tierra. Le estaba devolviendo su dignidad humana (los leprosos eran muy despreciados y tenidos por muertos en vida). Porque había comprendido esto, corrió a buscar a Jesús para darle las gracias.
Y Jesús se maravilla de que uno solo de los diez leprosos volvió para agradecerle, y siendo éste samaritano (los samaritanos tenían una gran rivalidad con los judíos, al punto de no dirigirse la palabra). Volvió glorificando a Dios por el camino, y se postró rostro en tierra. Dio gloria a Dios con su testimonio, porque comprendió que fue una gracia muy grande.
Esto debemos practicar nosotros cotidianamente, el acto de glorificar a Dios por todo lo que obra en nosotros. Porque nos hace agradables a Él y de esta manera damos testimonio de Él ante los hermanos.

“Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia.” (Salmo 118:1)

Cuando damos gracias a Dios, a Él no le brindamos realmente nada. Pensemos un poco en esto, ¿qué recibe de nosotros Dios todopoderoso que le sea necesario?
Absolutamente nada. Los que se benefician con el agradecimiento somos nosotros. Como el leproso, que por volver, escuchó las palabras de Jesús diciéndole: “Tu fe te ha salvado”.
¿En qué más nos beneficia ser agradecidos? Nos predispone a recibir más dones, porque prepara nuestro espíritu a ser más dócil a la gracia de Dios, a vivir en la fe, a confiar en Él.
Te alabaré con todo mi corazón; delante de los dioses te cantaré salmos. Me postraré hacia tu santo templo, y alabaré tu nombre por tu misericordia y tu fidelidad; porque has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas.” (Salmo 138:1-2)
Así como canta David, debemos cantar nosotros. Agradecer a Dios con salmos, alabanzas, en su templo, que somos nosotros. Engrandecer el nombre de Dios, que no podemos hacer más grande nosotros pobres creaturas, pero podemos llevar a otros a amar a Dios al publicar sus dones.
Porque otro de los beneficios de ser agradecidos con Dios, es que nuestro testimonio llevará a otros a alabarlo también. Y de esa manera con nuestro agradecimiento estaremos haciendo apostolado entre los hermanos.

Conclusión

Tengamos una fe muy grande en el poder de Dios. Y al recibir sus dones, seamos agradecidos. No porque esto cambie en algo a Dios. Él nos concede su gracia por pura misericordia, no por interés. Sino porque los primeros beneficiados con la gratitud hacia Él somos nosotros.

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