Una vida de obediencia es la forma más pura de adoración a Dios. La biblia dice que Dios no quiere sacrificios; él quiere obediencia.
Una persona humilde es aquella que vive en obediencia a Dios. Muchos piensan que adorar a Dios es solamente cantar y levantar las manos. Muchos tratan de convencer y agradar a Dios con su vida externa, cuando realmente él conoce tu corazón. Cuando tú respondas a los llamados de Dios, verás la recompensa.
Nuestra mayor demostración de amor y humildad delante de Dios es vivir en obediencia. La biblia nos enseña que el enemigo fue echado del cielo por su arrogancia y orgullo. El orgullo y la arrogancia no agradan a Dios. Una persona arrogante es aquella que se levanta en las mañanas y no ora a Dios, porque, en otras palabras, vive como si no lo necesitara.
La humildad te lleva a someterte. El someterte te lleva a la obediencia. Y, la obediencia abre puertas de bendición para tu vida.
Dios responde a tu obediencia. No es que no vayas a pasar por situaciones difíciles, pero, si te mueves en obediencia, Dios te recompensa con bendición. Puede que lleguen pensamientos negativos y momentos en que incluso te tiemblen las rodillas, pero sigue creyendo y obedeciendo.
No puedes pretendas usar tu razón para salir del miedo. Obedece a lo que Dios te ha pedido que hagas.
Créele a Dios, sigue la voz del espíritu y verás, como le pasó a Gedeón, que no necesitarás a miles de personas para recibir la victoria que tanto has esperado. Cuando te lances en obediencia, oportunidades y conexiones divinas comenzarán a llegar a tu vida. Haz la llamada que tienes que hacer, toca la puerta que sabes que debes tocar. Créele a Dios, atrévete, lánzate y verás la recompensa.
Entra en un nivel de obediencia como nunca antes. Cree como un niño y lánzate, en obediencia, aunque no lo entiendas, aunque no lo puedas razonar. Tú tienes una mente renovada en Cristo; toma autoridad sobre los pensamientos negativos y sobre toda intimidación que llegue a tu vida, y sé libre para hacer todo lo que Dios te ha ordenado.
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