La persona que sufre una metanoia en su vida porque se arrepiente, experimenta el poder de la salvación. La biblia habla del joven rico que le pregunta Jesús: ¿Qué tengo que hacer para tener la vida que tú vives? El problema es que todavía la gente pregunta “¿qué tengo que hacer?” cuando la pregunta debiera ser “¿a quién tengo que recibir?”
Dios quiere transformarte en ejemplo; que cuando la gente te vea, les provoque desear lo que hay en ti. Por lo general, la gente se enfoca en las riquezas que ofrece el mundo, pero los cristianos nos enfocamos en aquellos que tienen una vida especial en Dios, y aspiramos a ella.
El joven rico aspiraba la vida de Cristo, pero no le gustó la contestación de Jesús: Vende todo lo que tienes y tráelo para dárselo a los pobres. Se fue muy triste porque, o moría a las riquezas, o moría a la vida que quería, pero que no estaba dispuesto a obtener.
Cuando aceptas a Jesucristo como tu Salvador personal, es el comienzo de una vida. El pagar la membrecía de un gimnasio, no te hace rebajar libras, solamente te da acceso al lugar donde puedes trabajar para aquello que quieres alcanzar. La sangre de Cristo te da acceso al lugar donde puedes desarrollar la vida que deseas en Cristo.
Se nos ha enseñado la salvación únicamente manifestada en el día que le entregas tu vida a Cristo, y en el más allá, en la eternidad. Muchos, lo que quieren es estar seguros que, si mueren hoy, tendrán la vida eterna, pero se olvidan de cómo deben vivir hoy. Tu seguridad de salvación viene en reconocer la autoridad de Cristo en tu vida; de que eres salvo porque Él te dice que lo eres.
Hay quienes confiesan a Jesucristo como Salvador, pero les cuesta creer que son perdonados y son salvos. El Espíritu que está dentro de ti, da testimonio de que eres hijo de Dios. No escuches la carne ni al mundo; escucha la voz interna del Espíritu Santo que te dice que eres salvo.
La experiencia de la salvación no es vivir en perfección. En Lucas 17, diez leprosos le piden a Jesús que tenga misericordia de ellos. Jesús les contesta: Vayan y muéstrense a los sacerdotes. Mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que había sido sanado, regresó glorificando, dando gracias a Dios y se postró a sus pies. Jesús le dice: Levántate, vete, tu fe te ha salvado.
Muchos, en algún momento, piden misericordia y son limpios, pero solamente algunos lo ven. También podemos ver que la misericordia de Dios es tan grande, que puede sanar a alguien, sin ser salvo. ¿Cómo sabemos si eres salvo? Porque, cuando vas de camino, te das cuenta lo que Dios ha hecho por ti y siempre regresas a darle gloria y honra a Dios. El mundo siempre regresa al mundo. Antes de venir a Cristo, estabas en el mundo y volvías al mismo lugar del mundo. Pero, los que hemos sido limpios y hemos visto la sanidad, volvemos siempre a postrarnos a Sus pies.
La fe de este hombre fue el saber y regresar a quien le había cambiado su vida. Hay quienes se conforman con el milagro, pero están los que regresan y se postran. Esto, porque se ha encontrado con el que ha cambiado sus vidas.
En el texto original, esta escritura dice: Tu fe te ha hecho shalom; lo que significa: Tu fe te ha salvado, restaurado, prosperado, sanado. En otras versiones dice: Tu fe te ha restaurado. Muchos alcanzan la misericordia y son limpios, pero la acción de regresar y postrarte a Sus pies, es lo que te asegura que la obra está siendo completada.
Procura siempre que, en tu interior, haya algo que te haga volver; esto es, cuando miras y recuerdas lo que Dios ha hecho en tu vida.
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