Dios llamó a Jonás para que fuera a Nínive a predicar. En Dos oportunidades le dice: “Levántate y ve a Nínive”. La primera oportunidad fue cuando le llamó para enviarlo como profeta a esa ciudad. Sin embargo, Jonás se levantó para huir de la presencia de Dios a Tarsis.
Después que Jonás fue lanzado al agua y tragado por un gran pez, estando en su estómago por tres días, oró a Dios con humildad y fue escuchado. Dios hizo que el pez lo vomitara y por segunda vez le dijo: “Levántate y ve a Nínive”. Jonás se levantó y fue a cumplir lo que Dios le mandaba, aunque en su corazón no había alegría por obedecer a Dios.
Nínive era una ciudad poderosa y perversa enemiga del pueblo de Israel. Desde niño Jonás había aprendido a odiar a los asirios y a temer a sus atrocidades, los aborrecía por que eran crueles en las batallas, torturaban a sus opositores, practicaban la idolatría, prostitución y la brujería, estaban muy separados de Dios.
Nínive representaba para Jonás el temor, el rencor, el odio, las heridas más profundas en su corazón, representaba el dolor.
¿Cuántas veces hemos huido como Jonás para no enfrentar situaciones o personas que han marcado nuestro corazón con profundas heridas?.
¿Cómo enfrentamos el dolor ante la pérdida de un ser amado, de un amigo, ante un fracaso?
¿Será que como Jonás perdemos la perspectiva hasta de querer vivir?
Dios le mandó a levantarse: A cambiar de condición, a ver las cosas desde un lugar más alto, a despertar… “Y Ve a Nínive”. A enfrentar lo que le impedía avanzar, olvidar, perdonar, y cumplir con el propósito para el cual Dios le había llamado.
Más Jonás no fue con un corazón alegre.
¿Estaremos aprovechando la oportunidad que Dios nos da hoy, de comenzar de nuevo nuestra historia, a pesar de nuestro pasado, a pesar de nuestro dolor?
¡Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!. Isaías 60:1
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