"Ama a tu prójimo como a ti mismo" lleva en sí la idea de que demostramos hacia los demás una consideración que está condicionada por los sentimientos que abrigamos hacia nosotros mismos. Este mandamiento no sólo nos dice que practiquemos la Regla de Oro de amar a otros como desearíamos que nos amasen, sino que implica con bastante fuerza que amamos a los demás porque nos vemos a nosotros mismos con ojos de auto-estimación positiva.
Muchos versículos de la Biblia dan por sentado el amor hacia uno mismo, pero Efesios 5:28,29 lo presenta claramente como un sentimiento normal y aceptable: "El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia". Hay, pues, un amor saludable hacia uno mismo. Instintivamente nos cuidamos a nosotros mismos y atendemos nuestro propio bienestar. La advertencia que leemos es: "Digo, pues,... a cada cual... que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura" (Ro. 12:3).
Hay una legítima auto-estimación "que debemos tener".
Al mencionar el amor por uno mismo, la mente del cristiano automáticamente lanza una señal de alerta: ¡viene en camino el orgullo! Pero debemos tener auto-estimación si hemos de amar a otros. El orgullo es una reacción característica del que está bajo el dominio del "yoísmo". Hay un amor hacia uno mismo que no es orgulloso, sino humildad.
La realidad de los hechos es la siguiente: Hasta que nos sobrepongamos a la idea de que no somos un don nadie al descubrir que somos alguien para Dios, cesando así necesidad de auto-comprobación, somos incapaces de amar a otros con un amor incondicional. No podemos amar a otros cuando los necesitamos para auto-comprobarnos. Solo podemos fingiramarlos, pues no los podemos aceptar sin que haya un elemento transaccional en la relación: yo estoy bien, luego tú estás bien. Un buen auto-concepto es el resultado de un saludable amor hacia uno mismo. Cuando tenemos el nuevo auto-concepto cristiano, podemos amar a los demás de un modo incondicional que representa el amor de Dios.
Sabiendo esto, veamos ahora tres maneras de mejorar nuestra actitud hacia nosotros mismos:
1. Mantén limpia tu conciencia.
Habitualmente racionalizamos nuestros sentimientos de culpabilidad mediante una
argumentación que justifique la acción en cuestión, en vez de confesar nuestros pecados a Dios y revigorizar nuestra dependencia de su gracia para nuestro sentido de ser alguien. Al justificar así lo hecho, transigimos con nuestro buen juicio en toda una gama de situaciones y como resultado anulamos nuestra sensación de integridad interior lo que a su vez nos conduce de vuelta al dominio del "yoísmo".
Una saludable vida de oración requiere una conciencia limpia. "Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él" (Un. 3:19-22).
Cuando transigimos con nuestra conciencia excusándonos por hacer algo que sabemos que no es correcto ante Dios, producimos una fractura en nosotros mismos y esta fractura se convierte en una fuente de ansiedad. Insultamos nuestra propia integridad cuando toleramos un mal conocido en nuestra conducta, a la vez que afectamos nuestro sentido de ser alguien para Dios. "Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado" (Stg. 4:17).
2. Asume la responsabilidad por tus decisiones.
Un adulto es una persona que es capaz de tomar decisiones y de hacerse responsable de ellas. Bloqueamos nuestro propio crecimiento emocional si proyectamos hacia otros nuestras propias responsabilidades. Los niños suelen hacer esto, y somos muy rapidos en corregirlos cuando lo hacen. "El me dijo que lo hiciera" o "No tengo la culpa, no lo puedo evitar" o "Yo no sabía...", son formas comunes de transferir la culpa o la responsabilidad hacia algo o alguien. El apóstol Pablo dijo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño" (1 Co. 13:11).
No es fácil asumir la responsabilidad. El niño inmaduro que hay en todos nosotros quiere dominar nuestra actitud. Por ejemplo, tenemos un accidente de automóvil. Es tan fácil acomodar el relato del incidente de modo de exonerarnos de toda culpa. Damos un traspié en lo social y nos excusamos rápidamente proyectando la culpa hacia otra parte en vez de decir: "Lo lamento" o "No quise dañarlo" o "Se ve que no las tengo todas conmigo hoy".
Es señal clara de madurez emocional en la persona cuando es honesta y acepta su responsabilidad por lo que ha hecho mal. Una confesión honesta es generalmente la salida más fácil del problema, pues cuando engañamos los demás pierden su fe en nuestra confiabilidad. Y saber que hemos sido honestos y veraces sirve para incrementar nuestra auto-estimación.
Como principio general, pues, diremos que incrementamos el amor hacia nosotros mismos y nuestro sentido de integridad cuando nos hacemos responsables de nuestras decisiones sin importar las consecuencias inmediatas.
3. No obligues a tus sentimientos a ser aceptables
.
Hay personas que están tan preocupadas por el "qué dirán" que casi no saben cuáles son sus propias respuestas ante una situación cualquiera. Cuando obligamos a nuestros sentimientos a conformarse a un patrón dado, en cierto sentido somos hipócritas. No somos veraces con nosotros mismos.
"Pero", dirá alguno, "si le doy rienda suelta a mis emociones, nadie me querrá". Lo que pasa aquí es que no sabe cómo hacer frente a sus sentimientos cuando ellos brotan. Mucha gente ignora que pueden hablar de sus emociones sin tener que darles expresión. Podemos decir, por ejemplo hace enojar" o "Hoy me siento desanimado y deprimido "Estoy tan por las nubes hoy que estoy un poco descontrolado”. En cualquiera de estos tres estados de ánimo, lo sentimientos están totalmente controlados y sin embargo contenidos y reconocidos.
Tiene gran importancia estar consciente de los sentimientos más elementales y estar dispuestos a reconocerlos. Esto le fortalece a uno el sentido de integración interior. Si se trata de enojo, culpabilidad o temor, tenemos que sentirlos por lo que son en realidad. A veces es difícil porque estamos tan acostumbrados a ocultar algunos de estos sentimientos que quizás nos cueste reconocer de buenas a primeras qué es lo que de verdad sentimos. Algunos de estos sentimientos son muy infantiles y aun a nosotros mismos nos da vergüenza reconocerlos. Con un poco de práctica y esfuerzo, cualquier persona puede ponerse en contacto con la realidad de lo que siente en cualquier situación. Esto ayuda a liberarnos de ciertasinhibiciones y nos hace estar más conscientes de nosotros mismos:
Desde la niñez, muchas personas se han sentido sofocadas y apagadas en cuanto a la expresión de sus sentimientos, en especial en algunos de ellos. Por ejemplo, hay niños que han recibido muy poco o nada de afecto en su infancia. Quizás quieran mostrarse afectuosos cuando sean mayores pero les parecerá imposible. Puede ser de mucha ayuda en estos casos un poco de práctica específica en ser afectuoso. Hay quienes se han visto tan abrumados por su medio ambiente infantil que se han retirado en sí mismos y no se atreven a sentir emociones que respondan a lo que ocurre a su alrededor. Por lo general, la sicoterapia puede ocuparse con redescubrir esas respuestas emocionales perdidas.
Al reconocer nuestros verdaderos sentimientos, estamos reconociendo un aspecto de nuestro verdadero ser, lo que nos hace estar más conscientes de nosotros mismos, más susceptibles a la vida. Al tratar de recordar ciertas emociones ya extrañas hay cierta tendencia a sentirse culpable, como por ejemplo, pensar que somos malos si sentimos de ciertas maneras. Pero uno debe evitar juzgar a sus sentimientos. Después de todo, sólo son sentimientos. El amor es, en sí, una emoción, y al descubrir nuevamente nuestros verdaderos sentimientos, podemos estar más seguros nuestro amor hacia los demás. Sabremos si nuestro amor solo es fingido o si lo sentimos de corazón. También podre estar más seguros de nosotros mismos en nuestras decisiones.
Cuando reconocemos toda la gama de nuestros sentimientos, tanto buenos como malos, nos volvemos más seguros de nosotros mismos en nuestro sentido de ser alguien para Dios. Estamos más conscientes de ser una persona completa, integral.
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