lunes, 19 de noviembre de 2018
Condenado??
¿Condenado por ser pecador?
¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Ésta es la razón por la cual podrás ser salvo. Por la misma razón de que te reconoces pecador, deseo animarte a creer que la gracia está destinada a personas precisamente como tú. Uno de nuestros poetas se atrevía a decir que:
“El acusado es cosa sagrada;
Así lo hizo el Espíritu Santo.”
Es realmente cierto que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo una verdadera expiación por los verdaderos pecadores. Cuando los hombres no andan jugando con las palabras, o llamándose “pecadores miserables” de palabra solamente, los recibe con gozo. Con gusto conversaría toda la noche con verdaderos pecadores. Las puertas de misericordia no se cierran ni de día ni de noche para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Nuestro Señor Jesús no murió por pecados imaginarios, sino que la sangre de su corazón se derramó para limpiar las manchas carmesí que sólo ella puede quitar.
El pecador que está sucio, a ese es que ha venido Jesucristo a blanquear. En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: “Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles,” y lo hizo de modo que uno de sus oyentes le comentó:
--Nos trató usted como si fuéramos criminales. Ese sermón era para que se lo predicara a los que están en la cárcel, no aquí.
--No, no, --contestó el evangelista-- en la cárcel no hablaría sobre ese texto sino sobre éste: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” ¡Correctamente! La ley es para los farisaicos: a fin de derribar su orgullo. El evangelio es para los perdidos a fin de quitarles su desesperación.
Si no estás perdido ¿para qué quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería la mujer la casa buscando monedas que nunca cayeron de su monedero? No, no, la medicina es para los enfermos, la resurrección para los muertos, el perdón para los culpables, la libertad para los cautivos, la vista para los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el evangelio del perdón a menos que el hombre sea un ser culpable y digno de condenación?
El pecador es la razón de la existencia del evangelio.
Y tú, amigo mío, objeto de estas palabras. Si te sientes merecedor, no de la gracia, sino de la maldición y la condenación, tú eres precisamente el tipo de hombre para quién fue ordenado, cumplido y proclamado el evangelio. Dios justifica al impío.
Quiero hacer que esto sea muy claro. Espero haberlo hecho ya, pero, aún así, únicamente el Señor puede hacer que el hombre lo comprenda. Al principio no puede menos que parecer asombroso al hombre, cuya conciencia ha despertado, que la salvación del perdido y culpable sea por pura gracia.
Piensa que recibe salvación por haberse arrepentido, olvidando que su arrepentimiento es parte de su salvación. “Debo ser esto y lo otro,” dice, lo cual es verdad, porque, sí, será esto y lo otro como resultado de la salvación, pero es salvo primero, antes de tener los resultados de la salvación. De hecho, la salvación le llega mientras no merece otra cosa que esta descripción cruda, indigna, fea y abominable de: “impío”. Esto es todo lo que es el hombre cuando llega el evangelio de Dios para justificarlo.
¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Ésta es la razón por la cual podrás ser salvo. Por la misma razón de que te reconoces pecador, deseo animarte a creer que la gracia está destinada a personas precisamente como tú. Uno de nuestros poetas se atrevía a decir que:
“El acusado es cosa sagrada;
Así lo hizo el Espíritu Santo.”
Es realmente cierto que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo una verdadera expiación por los verdaderos pecadores. Cuando los hombres no andan jugando con las palabras, o llamándose “pecadores miserables” de palabra solamente, los recibe con gozo. Con gusto conversaría toda la noche con verdaderos pecadores. Las puertas de misericordia no se cierran ni de día ni de noche para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Nuestro Señor Jesús no murió por pecados imaginarios, sino que la sangre de su corazón se derramó para limpiar las manchas carmesí que sólo ella puede quitar.
El pecador que está sucio, a ese es que ha venido Jesucristo a blanquear. En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: “Ahora, ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles,” y lo hizo de modo que uno de sus oyentes le comentó:
--Nos trató usted como si fuéramos criminales. Ese sermón era para que se lo predicara a los que están en la cárcel, no aquí.
--No, no, --contestó el evangelista-- en la cárcel no hablaría sobre ese texto sino sobre éste: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” ¡Correctamente! La ley es para los farisaicos: a fin de derribar su orgullo. El evangelio es para los perdidos a fin de quitarles su desesperación.
Si no estás perdido ¿para qué quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería la mujer la casa buscando monedas que nunca cayeron de su monedero? No, no, la medicina es para los enfermos, la resurrección para los muertos, el perdón para los culpables, la libertad para los cautivos, la vista para los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador, su muerte en la cruz y el evangelio del perdón a menos que el hombre sea un ser culpable y digno de condenación?
El pecador es la razón de la existencia del evangelio.
Y tú, amigo mío, objeto de estas palabras. Si te sientes merecedor, no de la gracia, sino de la maldición y la condenación, tú eres precisamente el tipo de hombre para quién fue ordenado, cumplido y proclamado el evangelio. Dios justifica al impío.
Quiero hacer que esto sea muy claro. Espero haberlo hecho ya, pero, aún así, únicamente el Señor puede hacer que el hombre lo comprenda. Al principio no puede menos que parecer asombroso al hombre, cuya conciencia ha despertado, que la salvación del perdido y culpable sea por pura gracia.
Piensa que recibe salvación por haberse arrepentido, olvidando que su arrepentimiento es parte de su salvación. “Debo ser esto y lo otro,” dice, lo cual es verdad, porque, sí, será esto y lo otro como resultado de la salvación, pero es salvo primero, antes de tener los resultados de la salvación. De hecho, la salvación le llega mientras no merece otra cosa que esta descripción cruda, indigna, fea y abominable de: “impío”. Esto es todo lo que es el hombre cuando llega el evangelio de Dios para justificarlo.
domingo, 18 de noviembre de 2018
Dios esta dispuesto
Dios es capaz y está dispuesto
Quiero, por lo tanto, insistir en que todos los que no tienen nada de bueno, que no tienen ni siquiera un buen sentimiento para recomendarse a Dios, crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es capaz y está dispuesto a recibirlos para perdonarlos espontáneamente, sin nada que los recomiende, no porque ellos sean buenos, sino porque él es bueno. ¿No hace que el sol brille sobre malos y buenos? ¿No es él que da temporadas fructíferas, y a su tiempo envía lluvias del cielo y hace que salga el sol sobre las naciones más impías? Sí: a la misma Sodoma bañaba el sol, y el rocío caía sobre Gomorra.
Oh, amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepuja mi entendimiento y tu entendimiento, y anhelo que la aprecies como se lo merece. Tan alto como está el cielo sobre la tierra están los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. Perdona abundantemente. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón corresponde al culpable.
No intentes presentarte diferente a lo que realmente eres; sino que, tal cual eres acude al que justifica al impío. Cierto famoso pintor iba a pintar un cuadro de un sector de su ciudad y quería incluir en el cuadro ciertos personajes conocidos por todos. Entre los que quería incluir se encontraba cierto barrendero rudo, andrajoso y sucio.
--Venga usted a mi taller y permítame retratarle, pagándole yo la molestia, --le dijo un día el pintor al barrendero.
Al día siguiente por la mañana se presentó el hombre en el taller; pero muy pronto fue despachado, porque estaba lavado, peinado y bien vestido. El pintor lo necesitaba como realmente era él, andrajoso, y no le había invitado en otra categoría. De la misma manera, el Señor te recibirá si acudes a él como pecador, pero no de otro modo. No procures reformarte, deja que Jesús te salve inmediatamente. Dios justifica al impío, lo que equivale a decir que te recoge a ti donde estés en este momento, y te recibe aun en el estado más deplorable.
Ven como estés. Quiero decir, ven a tu Padre celestial con todo tu pecado y pecaminosidad. Ven a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio, desnudo, no apto para vivir ni para morir. Ven, tú que eres como los escombros de la creación. Ven, aun cuando no te atreves a esperar más que la muerte. Ven, aun cuando la desesperación te oprime el pecho cual horrible pesadilla. Ven, pidiendo que el Señor justifique a un impío más. ¿Por qué no lo haría? Ven ya, porque esta gran misericordia de Dios es para personas como tú.
Lo digo en las palabras del texto por que no se puede expresar en términos más fuertes: El Señor Dios mismo se adjudica este título bendito: “El que justifica al impío” Él hace justos, y hace que se traten como justos a los que por naturaleza son impíos. ¿No te parece este mensaje maravilloso para ti? Querido lector, no te levantes de tu silla hasta haber reflexionado bien sobre este asunto.
Quiero, por lo tanto, insistir en que todos los que no tienen nada de bueno, que no tienen ni siquiera un buen sentimiento para recomendarse a Dios, crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es capaz y está dispuesto a recibirlos para perdonarlos espontáneamente, sin nada que los recomiende, no porque ellos sean buenos, sino porque él es bueno. ¿No hace que el sol brille sobre malos y buenos? ¿No es él que da temporadas fructíferas, y a su tiempo envía lluvias del cielo y hace que salga el sol sobre las naciones más impías? Sí: a la misma Sodoma bañaba el sol, y el rocío caía sobre Gomorra.
Oh, amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepuja mi entendimiento y tu entendimiento, y anhelo que la aprecies como se lo merece. Tan alto como está el cielo sobre la tierra están los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. Perdona abundantemente. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón corresponde al culpable.
No intentes presentarte diferente a lo que realmente eres; sino que, tal cual eres acude al que justifica al impío. Cierto famoso pintor iba a pintar un cuadro de un sector de su ciudad y quería incluir en el cuadro ciertos personajes conocidos por todos. Entre los que quería incluir se encontraba cierto barrendero rudo, andrajoso y sucio.
--Venga usted a mi taller y permítame retratarle, pagándole yo la molestia, --le dijo un día el pintor al barrendero.
Al día siguiente por la mañana se presentó el hombre en el taller; pero muy pronto fue despachado, porque estaba lavado, peinado y bien vestido. El pintor lo necesitaba como realmente era él, andrajoso, y no le había invitado en otra categoría. De la misma manera, el Señor te recibirá si acudes a él como pecador, pero no de otro modo. No procures reformarte, deja que Jesús te salve inmediatamente. Dios justifica al impío, lo que equivale a decir que te recoge a ti donde estés en este momento, y te recibe aun en el estado más deplorable.
Ven como estés. Quiero decir, ven a tu Padre celestial con todo tu pecado y pecaminosidad. Ven a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio, desnudo, no apto para vivir ni para morir. Ven, tú que eres como los escombros de la creación. Ven, aun cuando no te atreves a esperar más que la muerte. Ven, aun cuando la desesperación te oprime el pecho cual horrible pesadilla. Ven, pidiendo que el Señor justifique a un impío más. ¿Por qué no lo haría? Ven ya, porque esta gran misericordia de Dios es para personas como tú.
Lo digo en las palabras del texto por que no se puede expresar en términos más fuertes: El Señor Dios mismo se adjudica este título bendito: “El que justifica al impío” Él hace justos, y hace que se traten como justos a los que por naturaleza son impíos. ¿No te parece este mensaje maravilloso para ti? Querido lector, no te levantes de tu silla hasta haber reflexionado bien sobre este asunto.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Impío
Dios justifica al impío
¿El impío?
¿No te sorprende el que haya en la Sagrada Biblia una expresión así: “Aquel que justifica al impío”? He oído que los que aborrecen las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar a los malos y recibir al más vil de los pecadores. ¡Fíjate, cómo este versículo acepta la acusación y lo afirma claramente! Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, se da a sí mismo el título: “Aquél que justifica al impío.”
Él justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No es cierto que has pensado siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos que están libres del pecado? Se te ha ocurrido, sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que porque no eres digno, nunca podrás disfrutar de sus favores. Por lo tanto te debe sorprender un poco leer un texto como éste: “Aquel que justifica al impío.”
No me extraño de que te sorprendas, pues aun con toda mi familiaridad con la gracia divina no ceso de maravillarme de este texto. ¿Es muy sorprendente, no es cierto, que sea posible que un Dios santo justifique a una persona impía? Nosotros, según la natural legalidad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y nuestros propios méritos, y nos aferramos tenazmente a la idea de que tiene que haber algo en nosotros para que Dios se ocupe de nuestras personas.
Pero Dios que conoce bien todos nuestros engaños, sabe que no hay ninguna bondad en nosotros y declara que no hay justo, ni aún uno. Él sabe que “todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia” y, por ello, el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para traer bondad y justicia a fin de dotar de ellas a las personas que no las tienen. No vino porque somos justos, sino para hacernos justos: él justifica al impío.
Cuando un abogado se presenta ante el tribunal, si es honrado, desea defender al inocente, justificándolo de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor debe ser justificar al inocente y no debe tratar de encubrir al culpable. Tal milagro está reservado sólo para el Señor. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la tierra no hay un justo que haga bien y no peque.
Ha constituido un plan por el cual puede, con justicia perfecta, tratar al culpable como si siempre hubiera vivido libre de pecados, sí, tratarle como si fuera totalmente libre de pecado. Él justifica al impío.
¿El impío?
¿No te sorprende el que haya en la Sagrada Biblia una expresión así: “Aquel que justifica al impío”? He oído que los que aborrecen las doctrinas de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar a los malos y recibir al más vil de los pecadores. ¡Fíjate, cómo este versículo acepta la acusación y lo afirma claramente! Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, se da a sí mismo el título: “Aquél que justifica al impío.”
Él justifica a los injustos, perdona a los que merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No es cierto que has pensado siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos y santos que están libres del pecado? Se te ha ocurrido, sin duda, que si fueras bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que porque no eres digno, nunca podrás disfrutar de sus favores. Por lo tanto te debe sorprender un poco leer un texto como éste: “Aquel que justifica al impío.”
No me extraño de que te sorprendas, pues aun con toda mi familiaridad con la gracia divina no ceso de maravillarme de este texto. ¿Es muy sorprendente, no es cierto, que sea posible que un Dios santo justifique a una persona impía? Nosotros, según la natural legalidad de nuestro corazón, estamos siempre hablando de nuestra propia bondad y nuestros propios méritos, y nos aferramos tenazmente a la idea de que tiene que haber algo en nosotros para que Dios se ocupe de nuestras personas.
Pero Dios que conoce bien todos nuestros engaños, sabe que no hay ninguna bondad en nosotros y declara que no hay justo, ni aún uno. Él sabe que “todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia” y, por ello, el Señor Jesús no vino al mundo para buscar bondad y justicia entre los hombres, sino para traer bondad y justicia a fin de dotar de ellas a las personas que no las tienen. No vino porque somos justos, sino para hacernos justos: él justifica al impío.
Cuando un abogado se presenta ante el tribunal, si es honrado, desea defender al inocente, justificándolo de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor debe ser justificar al inocente y no debe tratar de encubrir al culpable. Tal milagro está reservado sólo para el Señor. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la tierra no hay un justo que haga bien y no peque.
Ha constituido un plan por el cual puede, con justicia perfecta, tratar al culpable como si siempre hubiera vivido libre de pecados, sí, tratarle como si fuera totalmente libre de pecado. Él justifica al impío.
jueves, 8 de noviembre de 2018
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