Alguien me enseñó… A ser consciente del privilegio de la vida.
A ser feliz, siendo yo mismo conforme a mi vocación y a mis sueños.
A tener el coraje de ser libre para elegir mis caminos, venciendo mis temores y asumiendo las consecuencias de mis actos.
A tener alegría para construir mi felicidad. A tener éxitos, pero también fracasos.
A querer el presente, elegir el futuro y trabajar para conseguirlo.
A recordar el pasado, pero no vivir en el ayer; a soñar en el futuro sin despreciar el presente.
A perdonarme mis errores, mis culpas y mis caídas. A tener el suficiente valor para pedir perdón y a perdonar a otro, olvidándome de los rencores… A renacer cada día.
Ella ha sido siempre una consejera que ha sabido escuchar, comprender y dar más sencilla, pero más alentadora, palabra de apoyo.
Una excelente directora de nuestra formación y vida espiritual.
La mejor cocinera, una amiga incondicional, que tienes sus manos para apoyarnos y nos abre su corazón para reclinar en él lo más íntimos secretos, alegrías y tristezas.
Ella siempre está presente cuando la necesitas, sin esperar nada a cambio.
Ese ser excepcional eres ¡Tú…Mamá!
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