Querido Señor
Querido Señor:
A veces me pregunto si viviré lo suficiente como para presenciar eso que tú sabes que con insistencia y paciencia he tenido que esperar. No dudo de ti, dudo a veces de mis fuerzas. Porque en ocasiones me siento tan débil que creo que no podré superar este dolor presente.
Sin embargo tú eres un Dios que hace lo imposible, posible. He aprendido que no es importante cómo yo me sienta, porque tú eres más poderoso y soberano que todo. Y cuando digo todo, es todo. Nada hay difícil para ti por más que mi barca sienta que naufraga.
Mi fe se acrecienta dentro de mis ser, se aviva una llama que nadie puede apagar porque eres tú quien la enciende y la mantiene viva. Entonces cuando aparecen los por qué, cómo, cuándo, donde y con quién, e intentan saturar mi mente y llenar mi espacio… Recuerdo lo que siempre tengo bien presente: TU ESTÁS A CARGO DE TODO.
Debo mantenerme quieta ante tu majestad y poderío porque tú vas a obrar. De hecho, tú estas obrando aunque mis ojos no lo logren ver o discernir. Porque aún cuando dices: “no” o “aguanta un poco más” y eso de momento no me agrade, tengo la plena certeza de que tú sabes lo que es mejor para mí.
Por eso a diario pido tu presencia y aunque muchas veces no te sienta, yo sé que estás ahí. Me lo ha susurrado muchas veces el viento, me lo ha declarado todo lo bello que hay en el Universo. Y aunque en diversas ocasiones mi cuerpo se sienta abatido o desgastado; por dentro mi alma canta que tú eres mi Redentor. Me reafirmo y reitero que YO TE AMO.
Entonces mi alma vuelve a experimentar la paz y la seguridad de que yo habré de presenciar tu maravilloso milagro y obra en mí. Porque tú siempre me has sustentado y yo he de vivir para testificarlo.
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