La cruz puso de manifiesto un aspecto de la gloria de Dios que el universo, no había podido mostrar. De una manera extraordinaria, la cruz muestra al Dios santo e inocente tomando el lugar del pecador y sufriendo el castigo que debió haber caído sobre nosotros.
Y lo hizo por una sola razón: por las riquezas de Su gracia. Es nuestro deber reflejar de regreso a Él la gloria de Su gracia que llega a nosotros en la salvación.
El apóstol Pablo nos deja ver esa gran verdad en Efesios 1:3-14 que aparece más abajo. De manera intencional he resaltado las tres frases en esta porción de las Escrituras, donde Pablo nos muestra que fuimos salvos para la alabanza de Su gloria o de la gloria de Su gracia:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.
En El tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia que ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el beneplácito que se propuso en El, con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
En El también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de su gloria.
En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria
Creo que por mucho tiempo hemos predicado una salvación centrada en el hombres y hemos hecho a ese hombre el centro del plan de redención de Dios cuando la Palabra de Dios describe una historia redentora, Dios-céntrica de principio a fin. Todo es de Él, por Él y para Él.
Por tanto, solo a Él sea la gloria. Cuando Dios nos vio camino a la perdición sin esperanza de salvación porque no estábamos interesados en Él, ni lo buscábamos (Rom. 3:11), Dios intervino en la historia de una manera que ninguno de nosotros hubiésemos hecho:
- Dios nos dio a Su Hijo hecho hombre cuando éramos Sus enemigos (Rom. 5:10; Ef. 2:3) para que llegásemos a ser Sus hijos.
- Dios le quitó la vida a Su Hijo para darnos vida a nosotros que estábamos muertos en delitos y pecados (Rom. 3:20-26; Ef. 2:1).
- Dios depositó Su ira sobre Su propio Hijo para darnos Su gracia (2 Cor. 5:21). A Su Hijo aplicó Su justicia para poder aplicarnos a nosotros Su misericordia.
La salvación es para la gloria de Dios solamente porque ella es el fruto de la Trinidad completa a favor de los seres humanos, y pone de manifiesto de manera extraordinaria atributos de Dios que el resto de la creación no podría mostrar. La Biblia enseña, y los reformadores entendieron, que la salvación es un trabajo ejecutado en acuerdo por cada uno de los miembros de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales cumplen distintas funciones:
- El Padre elige.
- El Hijo redime.
- El Espíritu regenera y santifica.
La humanidad recibe los beneficios de los tres. Dios es el dador y el ser humano es el receptor. El Padre elige en la eternidad pasada (Ef. 1:3-14); el Hijo nos redime en la cruz eliminando la pena del pecado (Rom. 3:20-26) y el Espíritu va debilitando el poder del pecado en nosotros (2 Cor. 3:18).
Y lo hizo por una sola razón: por las riquezas de Su gracia. Es nuestro deber reflejar de regreso a Él la gloria de Su gracia que llega a nosotros en la salvación.
El apóstol Pablo nos deja ver esa gran verdad en Efesios 1:3-14 que aparece más abajo. De manera intencional he resaltado las tres frases en esta porción de las Escrituras, donde Pablo nos muestra que fuimos salvos para la alabanza de Su gloria o de la gloria de Su gracia:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.
En El tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia que ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el beneplácito que se propuso en El, con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
En El también hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de su gloria.
En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria
Creo que por mucho tiempo hemos predicado una salvación centrada en el hombres y hemos hecho a ese hombre el centro del plan de redención de Dios cuando la Palabra de Dios describe una historia redentora, Dios-céntrica de principio a fin. Todo es de Él, por Él y para Él.
Por tanto, solo a Él sea la gloria. Cuando Dios nos vio camino a la perdición sin esperanza de salvación porque no estábamos interesados en Él, ni lo buscábamos (Rom. 3:11), Dios intervino en la historia de una manera que ninguno de nosotros hubiésemos hecho:
- Dios nos dio a Su Hijo hecho hombre cuando éramos Sus enemigos (Rom. 5:10; Ef. 2:3) para que llegásemos a ser Sus hijos.
- Dios le quitó la vida a Su Hijo para darnos vida a nosotros que estábamos muertos en delitos y pecados (Rom. 3:20-26; Ef. 2:1).
- Dios depositó Su ira sobre Su propio Hijo para darnos Su gracia (2 Cor. 5:21). A Su Hijo aplicó Su justicia para poder aplicarnos a nosotros Su misericordia.
La salvación es para la gloria de Dios solamente porque ella es el fruto de la Trinidad completa a favor de los seres humanos, y pone de manifiesto de manera extraordinaria atributos de Dios que el resto de la creación no podría mostrar. La Biblia enseña, y los reformadores entendieron, que la salvación es un trabajo ejecutado en acuerdo por cada uno de los miembros de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales cumplen distintas funciones:
- El Padre elige.
- El Hijo redime.
- El Espíritu regenera y santifica.
La humanidad recibe los beneficios de los tres. Dios es el dador y el ser humano es el receptor. El Padre elige en la eternidad pasada (Ef. 1:3-14); el Hijo nos redime en la cruz eliminando la pena del pecado (Rom. 3:20-26) y el Espíritu va debilitando el poder del pecado en nosotros (2 Cor. 3:18).
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