viernes, 6 de septiembre de 2019

Propósito**


El instinto para los animales, el Espíritu Santo para el hombre. La voluntad es ejercida bajo la influencia de la mente y las emociones; cualquier influencia que controle nuestra mente y nuestras emociones finalmente controlará nuestra voluntad.


Dios creó a cada ser humano con un cuerpo, con una forma física. Esto es algo que tenemos en común con todas las formas de vida creadas en la Tierra, tanto con los animales como con las plantas. Dios también dio a cada ser humano la capacidad de pensar, reaccionar y decidir –la mente, la emoción y la voluntad–. Podemos agrupar estos mecanismos de comportamiento psicológico y pensar en todos ellos juntos como el alma.

Es dentro del alma en donde se determina el comportamiento, porque es aquí en donde se toman las decisiones, en donde los planes son concebidos, y en donde la voluntad es ejercida para poner el cuerpo en acción.

La voluntad es ejercida bajo la influencia de la mente y las emociones; cualquier influencia que controle nuestra mente y nuestras emociones finalmente controlará nuestra voluntad. A través de la conducta que resulta de esta operación activa de nuestra alma, los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón son transmitidos al mundo exterior.

El alma, según se la define, es una característica que tenemos en común con los animales, pero no con las plantas. Es posible que usted se sorprenda al pensar que los animales tienen alma –mente para pensar, emociones con las que reaccionan y voluntades con las que deciden–.

Aquí tenemos un simple experimento que usted puede tratar de hacer. Busque un palillo, luego busque un nido de avispas y muévalo con el palillo. Descubrirá que las avispas tienen una capacidad emocional altamente desarrollada:
pueden enojarse mucho. También verá que tienen una muy desarrollada capacidad intelectual para determinar exactamente quién está removiendo su nido. Y no solo eso, sino que encontrará que tienen una capacidad volitiva también altamente desarrollada, una voluntad para vengarse de su enemigo. Aunque ciertamente, en ese momento, usted ya no estará allí buscando descubrir algo más.

Así que los animales se parecen a los seres humanos en que tienen alma, y tienen capacidad para pensar, reaccionar y decidir. Pero Dios no creó a los animales con la capacidad de ser habitados por su Creador, como lo hizo con el hombre. En cambio, Dios construyó dentro de los animales un único y maravilloso mecanismo llamado instinto. Este es el medio indispensable por el cual Él los protege y por el que dirige el comportamiento de ellos.

Debido al instinto, los patrones de comportamiento de los animales son repetitivos y predecibles, pero no hay ninguna relación moral entre ellos y su Creador, como la hay entre los seres humanos y Dios. Cada ave, bestia o insecto hace lo que hace porque debe hacerlo. Es gobernado por una ley de compulsión que opera en el alma de cada animal para instruir su mente, para controlar sus emociones y para dirigir su voluntad.

El instinto es indispensable para los animales, de la misma manera en que el Espíritu Santo es indispensable para nosotros en nuestra humanidad. Los seres humanos somos los únicos hechos con la capacidad de ser gobernados por Dios viviendo dentro de nosotros, en íntima identidad con el alma humana, de tal manera que Él, dentro del espíritu humano, tiene acceso al alma humana. Allí Él juega el mismo papel en el alma humana, que el instinto juega en los animales: instruir la mente, controlar las emociones y dirigir la voluntad.

De esta manera, según su designio y su propósito, Dios gobierna nuestro comportamiento, de tal manera que Él en nosotros es el origen de su propia imagen, la fuente de su propia actividad, la dinámica de sus propias demandas y la causa de su propio efecto.

Dios nos creó para ser funcionales solo por la virtud de su presencia, ejerciendo su divina soberanía dentro de nuestra humanidad para que, por nuestro amor hacia Él vivamos en total dependencia. Por otra parte, la única evidencia que cualquiera de nosotros puede dar de tal dependencia de Él, es nuestra incondicional obediencia.

Esa es la triple relación moral –el amor por Él, la dependencia de Él y la obediencia a Él– que permite a Dios ser Dios en acción dentro de un ser humano. Esta también es la triple relación moral que Jesucristo, durante treinta y tres años en la Tierra, expresó hacia su Padre. Su amor por el Padre demandaba una absoluta y total dependencia, y una obediencia incondicional. Por eso Jesús dijo que, sin su Padre, Él no podía hacer nada (Juan 5:19 y 30).

La verdadera pureza de Jesús era su constante confianza en el Padre, porque nunca recurrió a sí mismo.

Si usted y yo debemos ser funcionales, esta misma relación que existía entre Jesucristo y su Padre celestial debe ser también la relación entre nosotros y el Señor Jesús. Ninguno de nosotros es esencial para Dios, pero Él es esencialmente indispensable para cada uno de nosotros. Dios nos diseñó, a usted y a mí, de tal manera que su presencia sea indispensable en nuestra humanidad, para instruir nuestra mente, controlar nuestras emociones, dirigir nuestra voluntad y gobernar nuestra conducta.

Nuestro nuevo nacimiento pone a Dios en acción en nosotros. Permite que todo lo de Dios se desate, vestido con la humanidad redimida de nuestra carne y nuestra sangre como pecadores perdonados, de tal manera que al fin uno llega a ser un ser humano normal, tal como Jesús lo fue.

"Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes" (2 Corintios 9:8).

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